Barcelona ciudad cateta: aire acondicionado a toda máquina después del coronavirus

Dicen que de los errores se aprende, aunque también que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Este es el sino de todo españolito, condenado por su idiosincrasia y el sistema caciquista que sufre en silencio. Y más, si es cateto de Barcelona.

Barcelona, olalá!, ciudad cosmopolita, avanzada años luz al resto de España, como un genio a su propia época.

Y después de una pandemia mundial, con tan sólo un par de meses de cuartelillo que ofrece el verano, los aires acondicionados vuelven a conectarse a toda caña, haciendo las delicias de gordos y gentes de sangre canicular, que son demasiado perezosos para usar el abanico.

Frío gélido, polar, en el transporte público, en supermercados, en los comercios. Frío gélido que se escapa de las tiendas, porque las puertas están abiertas de par en par -¡Barcelona, ciudad ecológica!-, y llega hasta la calle, hasta el medio de la calle, hasta la calzada. ¡¡Ríete tú de la era glacial!!

¡Venga, aire fresco a tope! Cambios de temperatura bruscos, ahora me meto en el autobús y estamos a 10 grados, como que salgo a la calle y me abofetea una ola de calor de 35º a la sombra, con humedad relativa del 97%.

–> Resfriados a tutiplén, las defensas por los suelos, estornudos, toses a boca descubierta –que a estas alturas la gente todavía no ha aprendido, o lo mismo le da, quién sabe-. Y en menos que canta un gallo, el corona en el gaznate.

Barcelona, ciudad avanzada, ni Oslo, tú.