Bernard Hinault: El caimán asesino.

Reconozcamos sin rodeos que el ciclismo profesional actual está herido por dos grandes motivos. El primero y más sangrante, nunca mejor dicho, por la oleada de casos de dopaje que ha sufrido y que ha dejado su reputación por los suelos  y con una profunda herida.

El segundo viene dado por su alta previsibilidad. Las órdenes de equipo son estrictas, y todo es rigurosamente analizado y estudiado, tanto en las carreras de un día como en las grandes vueltas. Cuando y donde atacar, donde agazaparse y mantenerse en la disciplina de grupo, y hasta donde debe llevar el gregario a su líder en cada momento preciso. Un compañero que en algunas etapas podría atacar y dejar “hecho unos zorros” a su jefe de equipo, pero que inevitablemente debe obedecer las órdenes del director de equipo. Todo muy bien estructurado sin duda, pero a la vez mucho más monótono a los ojos del espectador.

Hubo un tiempo en que el ciclismo era un deporte para los más osados, valientes que desafiaban a cualquier lógica y sentido común, aquellos que imponían su hambre insaciable de triunfo por encima de cualquier orden de equipo. La jerarquía la acababa imponiendo lo sucedido a lo largo de los kilómetros de asfalto.

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Vigilando a la amenaza emergente: Laurent Fignon.

Bernard Hinault, “El caimán” para algunos, “El tejón” para otros, sobrenombres que indican con claridad la voracidad del personaje, poseía un carácter irascible y permanentemente sediento de victorias. El protagonismo absoluto y el avasallamiento a sus rivales iban estrechamente relacionados con el francés. Nacido en 1954, su palmares es sencillamente increíble y sólo a la altura de los elegidos. Profesional entre los años 1975 y 1986, su debut en la carrera por etapas por excelencia, el Tour de Francia, se saldó con el triunfo final en 1978. En su haber figuran en total 10 grandes vueltas: 5 Tours (78, 79, 81, 82 y 85), 3 Giros  de Italia (80,82 y 85) y 2 Vueltas a España (78 y 83), con 41 triunfos de etapa entre las 3. Todo ello en apenas 13 participaciones, es decir, de las trece veces que se plantó en la línea de salida de las grandes vueltas, obtuvo la victoria final en ¡10 ocasiones!, con otros dos segundos puestos y un único abandono (el del Tour de 1980). A esta auténtica “bestia” todo le sabía a poco, y no existía el terreno en el que flojease, ya que la montaña, la contrarreloj y las clásicas de un día o varias jornadas pertenecían al territorio de sus especialidades. Es por ello que su currículum global refleja la friolera de 216 carreras ganadas, con innumerables triunfos en etapas y clásicas, además del campeonato de Francia de 1978 y el del mundo en 1980.

El bretón encima de la bici era un tipo ambicioso y arrogante que no conocía el significado de las palabras “compañero” y “estrategia de equipo”. Su indomable carácter le hacía pasar por encima de sus propios compañeros de equipo (Lemond y Fignon entre otros), enfrentarse verbalmente a sus rivales, como cuando el desconocido hasta entonces corredor colombiano Martín Ramírez “osó” plantarle cara y arrebatarle la victoria final de la Dauphiné Liberé de 1984, o protagonizar momentos memorables, como aquel de la Paris-Niza de ese mismo año, en el que en el transcurso de la quinta etapa, no tuvo reparos en “zurrar” a uno de los manifestantes que provocaron el corte de la carrera, en el preciso momento que el “caimán” pretendía asaltar el liderato de la prueba. Pero la suma de todos estos factores eran los que hacían de él un corredor ampliamente admirado por los aficionados, y aclamado y perseguido por los periodistas deportivos. Es lo que tiene no dejar indiferente a nadie.

Su carrera está llena de momentos épicos de principio a fin. En la primera parte de su carrera en las filas del equipo Renault frente a los Van Impe, Zoetemelk, Agostinho…y a principios de los 80 con los emergentes y pujantes Laurent Fignon y Greg Lemond. La única táctica que Hinault conocía frente a todos ellos era la devorarse la carretera y dejar a su paso un reguero de víctimas. A veces, el hecho de vaciar todas sus energías en el intento acarreaba consecuencias fatales, como su demoledor ataque en Serranillos en 1983 que le sirvió para sentenciar la Vuelta a España de ese año a su favor, pero de paso también para acabar de destrozar una de sus rodillas, lo que le impidió defender el triunfo del año anterior en su amado Tour. En aquel momento, el hasta entonces a la sombra pero talentoso Laurent Fignon, que había ayudado al propio Hinault a conseguir el triunfo del Giro de Italia de 1982, parecía más que preparado para coger el relevo de su compatriota y compañero de equipo, y lo refrendó con las victorias finales en la ronda gala de 1983 y 1984. En este último Tour el nuevo “chico de oro” del ciclismo francés tuvo que aguantar todo tipo de “perrerías” y ataques desenfrenados de su veterano maestro, que corría en pos de su quinto triunfo absoluto. Pero estos ataques furibundos terminaron por ser la tumba de un Hinault que pagaba el peaje a su desmedida y furibunda ambición, teniéndose que conformar con un segundo puesto que siempre le sabría mal, y más cuando terminó por debajo de su pupilo.  Ironías del destino, una lesión de rodilla similar a la de Hinault ocurrida a principios de  1985 significó el comienzo del calvario de un Fignon que no pudo terminar de refrendar nunca todo aquel talento que poseía y que acabó por condicionar la carrera del rubio corredor parisino.

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No hay dolor para un depredador.

Por el contrario, ya en la recta final de su carrera, el gran Bernard volvía a oler la sangre de sus rivales, en las filas del megaproyecto de Bernard Tapie La Vie Claire, a la postre su último equipo profesional. En 1985 asistimos a un resurgimiento total con el triunfo final en el Giro, y con la obtención de su quinto Tour, lo que le permitía empatar en triunfos con las leyendas Jacques Anquetil y Eddy Merckx. Su palmares por fin podía resistir la comparación frente a los que hasta entonces eran considerados los dos mejores corredores de todos los tiempos.

En aquella situación, podía parecer que Hinault ya había logrado todo aquello que se había propuesto, pero un “viejo zorro” como el aún tenía sorpresas por deparar. Y es que no conociendo cual es el límite de la palabra ambición, porque te vas a conformar con igualar a los más grandes, si la historia puede guardar un lugar en exclusiva para ti.

Y así asistimos en 1986 a la que iba a ser su última temporada en activo. El año anterior había ganado “por los pelos” el Tour frente a un joven y emergente Greg Lemond, que si no ganó fue porque el proyecto de La Vie Claire se sustentaba en la figura del genio de la Bretaña, y no tuvo más remedio que claudicar ante su jefe de filas infinitamente mejor remunerado que él. Parecía claro que Hinault le debía una a hasta su entonces gregario, y el pacto estaba más que hablado y establecido: En su último Tour, Hinault ayudaría a conseguir el primer triunfo absoluto al corredor estadounidense.

Las tres semanas transcurridas por carreteras galas en Julio de ese año, acabaron por desmontar la patraña. Con la escusa de ir eliminando a los teóricos rivales de Lemond, Hinault se subió  a las barbas de su teórico jefe de filas. Nunca había pasado por el trance de asumir que otro era el líder del equipo, y en esta ocasión no iba a ser una excepción. Ataques a tumba abierta en etapas de Pirineos a más de 100 km de meta, saltándose a la torera cualquier orden, y con una máxima: “sígueme si puedes”. Pero esa ambición sin límites en aras de ingresar en el territorio de la leyenda, terminó por volverse en contra de Hinault, que ya con el Maillot Jaune a sus espaldas y una suculenta ventaja sobre sus perseguidores, asumió riesgos absolutamente innecesarios, que le acabaron pasando factura, y que de paso le permitieron a Greg Lemond ganar su primer Tour cuando prácticamente lo tenía todo perdido. Como en 1984, el ansia desmedida le hizo quedar por detrás del pupilo, dos únicos segundos puestos fantásticos en grandes carreras, pero que en la mente de un ego desmedido dolían como puñales clavados. Habíamos asistido al canto del cisne de la leyenda Hinault.

La retirada oficial se produjo un 9 de Noviembre de 1986, en una carrera cercana a su Yffiniac natal, días antes de cumplir los 32 años. Cierto es que en aquellos tiempos era una edad respetable para un ciclista profesional, pero indudablemente podría haber conquistado un amplio repertorio de nuevos triunfos a añadir a su extenso bagaje, quizás alguna gran vuelta más, pero prefirió retirarse en lo más alto, con una temporada llena de batallas memorables. A día de hoy le sigue siendo más que suficiente para ser considerado un indiscutible Top5 de los mejores corredores de la historia, y el último francés en conseguir la victoria en el Tour, de la que han pasado la friolera de 33 años, y es muy probable que la racha se amplíe unos cuantos más.

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¡Sindicalistas a mi! Poniendo fino a uno en la Paris-Niza de 1984.

A veces quedan algunas líneas para la épica ciclista. El tan denostado por algunos Alberto Contador se acaba de despedir del pelotón, pero eso sí, con la determinación de morir matando. Para los anales de la historia quedan sus exhibiciones en el Tour y Vuelta a España de 2017, valiente y decidido, atacando en cada resquicio que se le presentó para rebelarse contra lo establecido, a pesar de no obtener el triunfo final en ninguna de las dos grandes.

Por la boca del mito Bernard Hinault han surgido varias frases de incalculable valor egocéntrico. “En el ciclismo actual hay poco que ver, carece de corredores con temperamento, con talento, que se atrevan”  Y una gran frase lapidaria: “Viendo el estado actual del ciclismo, Chris Froome puede ganar todos los Tours que se proponga”. El talento del ciclista inglés es indiscutible, de hecho va camino de convertirse en uno de los más grandes corredores de la historia, pero a sus rivales les falta oler su sangre, esa que Hinault se bebía si era necesario.

2 comentarios en «Bernard Hinault: El caimán asesino.»

  1. Eran tiempos en los que el ciclismo era otra cosa. El dopaje y ser demasiado previsible hicieron que haya perdido interés.

  2. Un crack. Muy bueno lo de que sus ataques desaforados en el Tour de 1986 eran para ayudar a Lemond a eliminar rivales. Un fenómeno.

    Además, habría ganado 5 tours seguidos de no haber tenido que retirarse por una tendinitis en la rodilla en la edición de 1980. Los 5 seguidos de Indurain tienen para mí más mérito porque los 3 últimos (1993, 94 y 95) fueron precisamente tours antiindurain, expresamente diseñados para evitar que el gran campeón español igualara a Hinault. Y quién era el responsable de trazados del Tour en esos años… Hinault

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