Bron/Broen: el viaje a ninguna parte

bron broen 3Buff, pero qué difícil me lo han puesto… Al poco tiempo de devorar, en apenas una semana, la segunda temporada de Bron/Broen, me está siendo muy difícil discernir el verdadero valor de su propuesta. Si en la primera temporada me quedé con el regusto de toparme con una trama que apuntaba hacia una de las críticas más demoledoras al sistema de la televisión moderna, y antigua, para luego acabar siendo redireccionada hacia un burdo juego de venganzas y recelos personales; en esta ocasión, ya no sé qué decir, la verdad. Bueno, por encima de todo, y antes de nada, me gustaría valorar la constatación de la química entre la pareja de policías más atípica de la historia: Saga y Martin. De nuevo, inconmensurables, si en la primera temporada  el protagonismo se lo llevaba el raciocinio robótico de Saga, para esta vez, toca lanzar una pica en favor de Martin, interpretado por un inmenso Kim Bodnia. De aspecto más canoso, cansado, y rebosando humanidad en cada gesto, su actuación, tomando la vertiente más visceral de Marlon Brando, se antoja como el gran desencadenante de emociones dentro de la serie. Atormentado por la muerte de su hijo, en principio, la rama más audaz del nuevo guión provendrá de la necesidad de Martin por enfrentarse con Jens, el asesino de su hijo. Misión con la finalidad de sacar a flote la humanidad reprimida entre instintos psicópatas de Jens, en sus encuentros en la cárcel se desarrollarán los momentos más altovoltáicos. Sin embargo, el tufillo moralista del guión empezará a asomar en cuanto Martin le haga preguntas a Jens del tipo, ¿es qué ya no eres un policía? ¿Policía? ¿Esa es la llave para devolverle el alma a Jens? ¿Sintiéndose policía? Delirante. En realidad, esta cita será bastante reveladora de la imagen que se nos muestra en la serie de la policía como una entidad por encima del bien del mal, divina, condicionada por una moral y una ética insobornable. No, aquí no hay policías miserables, corruptos o con problemas de adaptación; no señor, si eso, uno que es tonto, pero que es utilizado para demostrar la valía del “verdadero” trabajo policial de sus demás compañeros. Si lo del concepto “idealizado” de la policía resulta cargante, lo de poner a unos ecologistas como terroristas sin conciencia, despiadados y asesinos, ya resulta hasta de mal gusto.

En cuanto a la trama, desde luego, esta se mantiene de forma admirable a lo largo de los ocho primeros episodios; sobre los dos últimos, mejor correr un tupido velo… Eso sí, sólo por el tapiz de intrigas que se va hilando desde el primer momento, invitando a un millar de diferentes suposiciones, pero siempre dando la “falsa” impresión de que todo está perfectamente ideado, merece la pena seguir las andanzas de Saga y Martin. Otra cosa es como se resolverá, o no, la construcción de este volátil castillo de naipes, aunque siempre nos quedará la duda de que, siendo, como es, un final sin cerrar, si serán capaces de reconducir todo el engranaje de un guión con demasiadas puertas que dan a habitaciones vacías. Manía en la que ya habían caído en la primera temporada, en ésta hay al menos tres personajes sobre los que se desarrollan otras tantas líneas argumentales que, finalmente, no llevan a ningún sitio. Lo peor del caso, es que ni siquiera da la impresión de que estén incluidas para despistar; sino, más bien, porque no supieron sacarle provecho, quedándose yermas de sentido y finalidad alguna.

Aún con todos sus defectos, la presencia de Saga y Martin es tan magnética que no resultaría sincero dejar de recomendar esta segunda temporada: tremendamente irregular pero, en sus dos primeros tercios, repleta de momentos que invitan a montarse la película uno mismo. Para la tercera temporada, sólo pedir un favor a los guionistas: antes de empezar a escribir el guión, no estaría nada mal que tomaran unas notas para saber de lo que quieren hablar y el propósito… Y, por favor, menos moralina; para eso ya está nuestro amigo Ranger Walker “Norris”.