“Calles que fueron nuestras” de Juan J. Vicedo

No hay mejor medicina ante la sobre producción literaria que nos invade actualmente que pararse un momento, reflexionar, e indagar por esos libros escritos desde el cariño por relatarnos una historia que traspase la mera documentación de datos o la pose al uso de posmodernismos varios.

Gracias a dios, un libro tan íntimo como “Calles que fueron nuestras” (2019) no pertenece a ninguno de estos dos grupos. Para empezar, la motivación de este ensayo surge de las descripciones que la mujer de Juan le relató sobre los tres años que estuvo trabajando en la ciudad de Sheffield. Pero no, este no es un libro de música industrial ni synthpop. A pesar de ser la cuna más boyante de los futuros distópicos que influyeron en la rama más tecnológica del post-punk, a finales de los setenta, “Calles que fueron nuestras” evade el herencia directa de lugareños tan influyentes como Cabaret Voltaire, Heaven 17 o The Human League. En su lugar, lo que nos propone el autor de “Kate Bush. Los dominios de lo invisible” (2017), su microscópico acercamiento a la música que nutre la discografía de la gran Kate Bush, es una historia entrelazada a partir de dos figuras con el carisma de Jarvis Cocker y Richard Hawley.

Resulta tremendamente interesante comprobar cómo en casos como este la progresión de los acontecimientos ha sido redireccionada hacia el pasado. De hecho, un crooner como Richard Hawley pertenece a un pasado mucho más lejano que el de los estandartes industriales mentados más arriba. Lo de Jarvis Cocker ya es otro cantar, porque que “Common People”, el himno pop más recordado de los noventa, tenga rodamientos motorik de marca Harmonia y esté envuelto en brisas helenas acústicas es digno de estudio.

Sin embargo, este no es un libro wikipédico sobre la historia musical de Sheffield, sino un diálogo abierto entre dos figuras que han marcado las últimas décadas de Juan, y la de también muchos espíritus afines a la verbigracia pop de Cocker y la mirada crepuscular de Hawley. Entre ambos, existe un vínculo que el autor anuda mediante una narración paralela entre los dos, llegándose a cruzar, como todos sabemos, en Pulp: la madre del cordero.

A lo largo de sus canciones, nos adentramos en una recreación pictórica de Sheffield, en canciones que nos descubren armarios en la penumbra, paseos por calles olvidadas y sentimientos apegados a escenas de tragicómicos tonos lluviosos. Muy en su línea, Juan hace uso de sus mejores habilidades de entomólogo musical, y nos abre de par en par las ventanas de la percepción ante un mosaico lírico de exhibicionismo e introspección a partes iguales.

El resultado es un álbum de fotos musical tan íntimo como cuando dialoga directamente con los personajes. Quizá este último detalle nos ofrezca una dimensión real de la alta graduación personal con la que ha sido destilado tan hermosa escritura acerca de dos de las contadas figuras del siglo XXI en las que aún podemos confiar; sobre todo, si lo que buscamos es un pasado que no esté marcado por nostalgias pasajeras, sino por emociones que traspasen los peajes de las modas.

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