Cary Grant, un icono del cine

0to-catch-a-thief-cary-grant-1955Cary Grant  (Archibald Alexander Leach) murió a los ochenta y dos años en Davenport (Iowa) un 29 de noviembre de 1986, dos décadas después de haberse retirado del cine en 1966, tras rodar Apartamento para tres. Lejos del glamour de Hollywood que le había acompañado la mayor parte de su vida. Respetando su última voluntad, fue incinerado sin ninguna ceremonia. Tampoco se dijo el lugar donde su esposa Barbara Harris y su hija Jennifer, esparcieron sus cenizas. Se supone que descansan sobre las colinas de California donde su sueño americano se hizo realidad. Fue el epílogo de una carrera que se prolongó durante treinta y cuatro años.

Nació pobre, hijo de Elías, un alcohólico adúltero y de Elsie que enfermó de la mente cuando perdió a su primer hijo de un año.  El médico le aconsejó que tuviera otro para disminuir su dolor,  pero el nacimiento del futuro actor no atenuó la depresión por lo que fue internada en un psiquiátrico. Cuando Cary, de nueve años, regresó del colegio, su padre le dijo que mamá estaba de vacaciones. Cary  Grant no descubriría la verdad hasta pasados veinte años.

Fue un niño despierto y precoz que quiso ser actor como su abuelo. Recibió clases de piano y frecuentó las salas de cine y  teatro siempre que la menguada economía paterna se lo permitió. Lo mismo que Paco Rabal, empezó a trabajar en el teatro Hippodrome como ayudante de electricista y mensajero. A los catorce años huyó de su casa al ser expulsado de la escuela para unirse al grupo de acróbatas comediantes Bob Pender’s Trouppe con el propósito de hacerse un meritoriaje. En 1920 se embarcó hacia los Estados Unidos. Cuando el grupo regresó a Inglaterra, Cary decidió quedarse en Nueva York, sin otro capital que la experiencia de las 500 representaciones que había hecho con  Pender’s. Su primer papel lo protagonizó en Broadway en el musical Boom-boom en el año 1929, cobrando 350 dólares semanales en plena depresión económica.

Su primera película fue Singapore Sue. Con la credencial de aquel pequeño papel se marchó a Hollywood para someterse a un casting para la Paramount Pictures que le contrató por cinco años a bajo precio para ser un remedo barato de Gary Cooper. ¡Vaya ojo el de los ejecutivos de la Paramount! Allí se deshizo de su acento cockney (dialecto de los barrios londinenses) y cambió su nombre por el de Cary Grant.  Archibald  Alexander Leach dio paso al que iba a ser uno de los actores más rutilantes de Hollywood. Su primera película importante fue La Venus rubia, de Joseph von Stenberg, con Marlene Dietrich. No sólo por su papel, sino porque von Stenberg  configuró su rostro. Le cambió la raya del pelo pasándola de la izquierda a la derecha. El hoyuelo de la barbilla, la reciedumbre de su cabeza de cabello negro bien peinado, su mirada penetrante y la finura de sus maneras y porte, le convirtieron en un gran seductor, en un galán de comedia irresistible que después de rodar su película número veintiuno, se independizó de la Paramount para elegir libremente la compañía, los directores y los guionistas.

Charlton Heston le definió como el mejor actor de la historia. Fue un icono del cine, el arquetipo del galán. También se dijo de él que era un “estado de ánimo”. Lo dirigieron Howard Hawks, –Sólo los ángeles tienen alas-,  Alfred Hitchcock –Encadenados-, Stanley Kramer –Orgullo y pasión– y Frank Capra –Arsénico por compasión-. “Me desenvolví bien en los dos géneros, la comedia y la tragedia. Mis directores preferidos fueron Howard Hawks y Alfred Hitchcock”, recordó más de una vez. Trabajó con estrellas de la talla de Mae West , Katharine Hepburn, Leslie Caron, Jean Arthur, Ingrid Bergman, Eva Marie Saint, Marylin Monroe o Audrey Hepburn, y siempre se rodeó de mujeres luminosas.

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“Historias de Filadelfia”, con Katharine Hepburn, James Stewart y John Howard.

Desde La Venus rubia (1932) hasta Apartamento para tres (1966) Cary Grant creó una imagen que englobaba también su imagen privada. Se reinventó a sí mismo. El hombre elegante, alto y apuesto no vivía solamente en la pantalla, sino fuera de ella. El actor y el hombre eran sinónimos no por exigencias publicitarias de las productoras, sino por decisión de  Cary que desde el inicio de su carrera se fabricó un personaje a su medida para distanciarse del hombre que había sido en Inglaterra. Cary Grant y Archibald Alexander Leach se ayuntaron, pero fue la estrella la que acabó eclipsando al individuo hasta el extremo de sufrir una profunda crisis de identidad. “He pasado buena parte de mi vida fluctuando entre Archie Leach y Cary Grant”, confesó.

En 1957 su psiquiatra le recetó LSD –por aquel entonces se trataba de una sustancia experimental legal- para que le ayudase a adentrarse en sí mismo. Y, efectivamente, el fármaco consiguió que el actor se rencontrase consigo mismo. «Me ayudó mucho«, declaró en una ocasión. Sin embargo, la búsqueda de su identidad no fue su único problema. Sus tormentosas relaciones conyugales y muy especialmente la lucha por la custodia de su única hija, Jennifer, acabaron pasándole factura.

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«Con la muerte en los talones» de Alfred Hitchcock.

Entre 1932 y 1966 rodó 70 películas, algunas tan relevantes como Noche y día, La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia, Charada o Con la muerte en los talones, en la que volcó su talento creativo para transmitir emociones tan contrapuestas como la intriga, la comedia y el miedo con imágenes inolvidables como la persecución de Richard Thornhill a través de los campos de trigo, que ha quedado inscrita en la memoria colectiva cinematográfica. Estuvo nominado para el Oscar en 1941 por Penny Serenade y en 1944 por None but the Lonely Heart, pero la Academia de Hollywood no se lo concedió. En 1970 los sesudos académicos rectificaron, otorgándole el Oscar honorífico.

Cuando se retiró del cine en 1966 trabajó como codirector de la compañía norteamericana de cosméticos Faberge Inc. El anciano Gary volvió a seducir a las señoras. “Vender perfumes es como vender cine: todos los negocios son básicamente iguales. Se trata de atraer la atención del público, encariñarle con el producto y conseguir un beneficio”, declaró en Madrid en 1980.

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Este artículo fue publicado en la revista Jano. Medicina y Humanidades, en el número del 11-17 de enero de 2002. VOL. LXII Nº 1414 (páginas 63-64), ISSN: 0210-220x, Depósito Legal: B. 36.848/1971, y firmado por sus autores, Juan Soto Viñolo y Carmen Lloret.