Catherine Ribeiro + Alpes: «Paix»

Definitivamente, la percepción que “cuanto más conoces más te queda por encontrar” no deja de ser el agarradero al que amoldarse cuando la biblioteca reservada a novedades comienza con su peligroso bucle a escala de grises. A esta certeza hay que añadir la posibilidad de escapar del cerco anglófilo; en cuyo caso, el porcentaje de éxito se multiplica. Incluso, dado las dificultades de muchas mujeres por hacerse notar dentro de las estructuras misóginas que rigen el vodevil pop, más cierto es que cuanto más se rebusca entre obras gestadas desde el extremo femenino, las opciones de que nos topemos con auténticos tesoros se amplía exponecialmente. Y, si se cumplen estos tres requisitos, ya ni te cuento. A mí me ha ocurrido en tiempos recientes con la griega Lena Platonos y la franco-portuguesa Catherine Ribeiro, de la que hoy toca reivindicar, no sé si cómo se merece -para lo que haría falta mucho trabajo-, pero sí, al menos, mostrando el catálogo de virtudes por las cuales habría que, como mínimo, empezar a mostrar sus enormes logros, que no fueron pocos, precisamente. Lo de Lena Platonos ya lo dejo para otra ocasión.Porque también lo merece.

En algún momento, el gusanillo de haber realizado un doble artículo se me pasó por la sesera, hasta que un click repentino me avisó de que, dadas las dimensiones de sus respectivas obras, cada una de estas dos ribeiro 3genias se merece su propio espacio. Incluso por fascículos. Así que, por prioridad cronológica, comencemos por esa fabulosa rara avis que es la Ribeiro, y de quien hay que destacar su etapa junto a la banda krautfolk Alpes. Juntos grabaron 8 lps entre finales de los 60 y los 70, de los que toca reivindicar sobre todo la terna conformada por Catherine Ribeiro + 2Bis (Festival, 1969), Âme Debout (Festival, 1971) y Paix (Phillips, 1972). Siempre dando a Paix su función de faro-guía más reluciente de toda su trayectoria, cabe señalar que sin los LPs precedentes, jamás hubieran llegado al estado de interacción alcanzado entre Ribeiro y su cohorte de krautfolkers, dirigida por Patrice Moullet. Pero ¿por qué se escapan de los meandros más recurrentes de aquellos años estos esfuerzos? Cabe empezar por los mismos principios de Ribeiro, siempre afiliada a dejar constancia en sus textos de todas las guerras y dictaduras de la época: de Pinochet a Franco. A lo que hay que sumar un detalle elocuente, que en su ínfima carrera como actriz, una de sus aportaciones sea, precisamente, en “Los Carabinieros” (Les Carabiniers, 1963) de Jean-Luc Godard. ¿Casualidad? Lo dudo, y mucho. Desde que Ribeiro descubrió las proporciones expresivas de su canto, bien podría haberse limitado a encorsetarse bajo las limitaciones formales de la canción protesta tan en boga en aquellos años de lucha. Sin embargo, la Ribeiro contaba con una amplitud de miras sólo reservada para los que se merecen ser mencionados y recordados. Si, en ocasiones, hasta cantaba con dos micrófonos acoplados en uno solo, algo que, años después, llegó a hacer también una tal Diamanda galas, aunque en el caso de la reina del Averno lo suyo se podía estirar hasta la media docena… En cuanto a lo que hoy nos ocupa, Ribeiro descubrió la tremenda capacidad armónica de sus cuerdas vocales al lado de Alpes, con los que encontró el meridiano exacto para que sus palabras cogieran fuerza centrípeta y, lo más revelador, se adueñaran del espacio totalmente. Las melodías de Ribeiro eran el planeta; y el desfile de punzadas electro-acústicas y círculo tántricos, los satélites que ampliaban su discurso a algo más que poesía con tirachinas, sino a un sentimiento más elevado que las denuncias expresadas. Esta fórmula jamás hubiera sido posible si la misma Ribeiro no fuera una criatura que parecía sacada de una gran coctelera experimental. Un what if? de aúpa. ¿Cómo si no es posible que recordara a la suma imposible de la Patti Smith más visceral, la Edith Piaf más ingrávida y la Nico más severa? Semejante coalición de contrastes no es más que el punto de partida para hacernos una idea aproximada de un ser que tan excepcional que, por momentos, resultaba harto complicado llegar a concebirla como alguien de carne y hueso. Y más antes demostraciones como “Paix”, uno de los discos-climáx más nutritivos de la fabulosa camada de la primera mitad de los 70. Porque, mientras Can alumbraban el camino, el efecto mariposa también iba dejando brotes en la Italia del Battiato experimental y el Lucio Battisti de Anima Latina (1974), y en la misma Francia del Serge Gainsbourg más espeleólogo y la misma conjunción Ribeiro + Alpes.

Catherine Ribeiro, Bordeaux 1972SIGMA Chanson

De vuelta a Paix, hasta el mismo Julian Cope se ha postrado ante el caudal de sensaciones polifónicas que desprende cada recoveco de este disco. Uno en el que las denuncias a la Guerra Vietnam jamás alcanzaron tal poder de sugestión, donde la fuerza de las palabras se origina en los hilos inductores inflamados por Moullet y los suyos. Una odisea de tensión y estatismo cuasi barroco que nos empuja al centro de un volcán en permanente estado de vómito y recogimiento posterior. La intensidad kraut busca en todo momento grutas de hermosura ancestral, de eternidad, que refulgen con la fuerza de una pasión incontrolable. Tal es el caso del desbocado trote folk sobre el que se erige ‘Jusqu’à ce que la force de t’aimer me manque’ y los quince minutos infinitos de la titular, ‘Paix’. Dos ejemplos entre poco más de cuarenta minutos que parecen años, y no porque se hagan largos… sino porque expresan una sensación instantánea de atemporalidad que sobrepasa la acotación de sus críticas, siendo, en realidad, cantos que cobran sentido total en cualquier situación sinónima en sinsentido y horror. Pero como decía antes, más allá de la sombra que genera Paix sobre el resto de su carrera musical, hay que ponderar la relevancia de ejercicios anteriores; en su caso, el arrebato de Catherine Ribeiro + 2Bis, su debut junto a Alpes; y Âme Debout, el álbum justamente anterior a Paix. En este último, la maquinaria de Alpes extrema sus perfiles hasta el punto de modelar una obra dividida en dos bloques. Vamos, como el Brotherhood (Factory, 1986) de New Order, con el pop de guitarras y el tecno pop, pero con el krautrock y el folk. Los raíles dispuestos sirven a Ribeiro a jugar con los modos: más elegíaca en terreno kraut, más visceral entre las notas esparcidas desde la guitarra de Moullet. El juego de africanidad polirrítmica modula cada inflexión dispuesta en ‘Âme Debout’, mientras la rabia desaforada de ‘Alpes 2’ deja en anécdota a la Patti Smith más gruñona de Horses (Arista, 1975). Lo mismo se puede decir de ‘Les Fées Carabosses’, perteneciente a su primer LP. Pruebas que atestiguan la magnitud de una Ribeiro a la que, muy poco a poco, parece que empieza a ser tomada como se merece fuera de latitudes francófonas. Lo dicho, descubrimientos de los que no olvidas el día del feliz suceso. Prometido.

 

Un comentario en «Catherine Ribeiro + Alpes: «Paix»»

  1. Un par de datos de color:

    Un gran fan de ella es el famoso matemático Cédric Villani, que incluso tiene un retrato autografiado de ella en su oficina.

    El año pasado, ella relató haber sido violada en 1962 por el director de un periódico parisino.

    Kim Gordon es otra gran fan de ella.

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