Closer, el testamento soñado de Joy Division (III)

Heart And Soul

El telón se abrirá con ‘Heart And Soul’, una pieza que retoma el pulso electrónico de ‘Isolation’, pero lo describe de manera antitética. En este caso, mediante una fisonomía sonora básicamente inasible. “’Heart and Soul’ es una notable colisión de atmósfera y minimalismo, el ritmo tartamudo del tambor, el sintetizador y el bajo melódico de Peter Hook vinculados a una de las interpretaciones más tenues de Curtis. “Heart and soul” (“Corazón y alma”) canta, mientras los rígido instrumentos se van entrelazando y torciendo juntos. “One will burn” (“Uno se quemará”)[1].

‘Heat And Soul’ nos llevará de paseo por todas las eras, como un prólogo a lo que vendrá finalmente con ‘Decades’, el último acto de esta ceremonia. Eso sí, será en ‘Heart And Soul’ donde se encuentran los versos que definen con mayor amplitud el corazón semántico de la lírica de Curtis. Existence well what does it matter? / I exist on the best terms I can / The past is now part of my future / The present is well out of hand / The present is well out of hand” (“La existencia, bueno ¿qué importa / Yo existo en los mejores términos que puedo / El pasado es ahora parte de mi futuro / El presente es inalcanzable”).

Jon Savage: “El gran logro de la lírica de Curtis se basaba en captar la realidad subyacente de una sociedad en crisis, haciendo que fuera algo universal y personal a la vez. Las emociones destiladas son la esencia de la música pop y, al igual que Joy Division, están perfectamente posicionadas entre luz blanca y la oscura de la desesperación. Por lo que las canciones de Curtis oscilan entre la desesperanza y la posibilidad, si es necesario, para la conexión humana. En el fondo se trata del miedo a perder la capacidad de sentir”[2].

Como si proyectáramos Persona de Inmar Bergman en una pista de baile invadida por monjes capuchinos, ‘Heart And Soul’ invoca el mismo “aislamiento” frente a las masas sudorosas, que destilaba ‘Isolation’, mediante otro acto contradictorio de synth-pop perpetrado para agitar las neblinas mentales en vez de los cuerpos.

La frialdad hipnótica que irradia ‘Heart & Soul’ será la base de Colder, un músico francés que dará buena cuenta de esta electrónica brumosa a lo largo de su primer LP, Again (Output Recordings, 2003), con temas tan representativos de esta influencia como ‘Crazy Love’ y ‘Sylicon Sexy’. Ya en otra canción como ‘Where’, Colder apunta a ‘Atrocity Exhibition’, de la que recoge exactamente el mismo patrón tribal percusivo. Dos décadas antes de Colder, en la misma Francia, la propagación de la gramática helada de la segunda cara de Closer se adentrará en el genoma de bandas como Kas Product -un tema como ‘Never Come Back’ parece el producto de colocar un espejo delante de las canciones de Closer-, Trisomie 21 -magnética, ‘The Last Song’-, Clair Obscure -en una onda más oscura, como en el corte ‘Statues’- o Asylum Party, mediante adaptaciones más luminosas -haciéndole un guiño a los Cure-, como en ‘Border Line’. Todas estas bandas nacidas en los ’80 representarán lo que se conocerá como cold wave francesa; una de las ramas menos conocidas del influjo del Closer, pero una de las más fieles e inamovibles respecto a los preceptos musicales que ha generado esta obra a lo largo de los años.

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Twenty Four Hours

Tras la sensación de fluctuante movimiento horizontal de ‘Heart And Soul’, la siguiente pista, ‘Twenty Four Hours’, cambia la geometría sonora para cambiar el sentido hacia uno brutalemente vertical. Desde el mismo ascensor al que nos habían bajado en ‘Insight’, pero esta vez hacia arriba, partiendo de un contraste total de lo que son dos canciones en una. La calma y la furia, en un principio ‘Twenty Four Hours’ está cortada bajo un patrón parecido a ‘I Remember Nothing’. Sin embargo, la cadencia arrastrada que mueve la canción, sobre una cuerda de equilibrista sin red, será cortada de tajo por una propulsión atómica de krautrock en subida, interestelar: una sensación de bucle, como los propios sentimientos de Curtis, aprisionados bajo una cadena de subidas y bajadas, similares a los resortes que delimitan la química de contrarios que se resuelve en este corte absolutamente ingrávido; donde la sensación de espacio trabajada por la banda alcanza niveles de flotación interestelares.

La estilización en grado sumo, un segundo antes del brusco cambio de ritmo, sabes que  las carreteras separadas que fluyen por la parte lenta de la canción están predestinadas colisionar en un accidente volcánico. Mientras, Curtis cierra la herida con la frase más representativa de la situación emocional que estaba sufriendo durante la grabación del disco: “Gotta find my destiny, before it gets too late” (“Debo encontrar mi destino antes que sea demasiado tarde”).  Pero hay más, líneas como “I never realised the lengths / I’d have to go / All the darkest corners of a sense I didn’t know/ Just for one moment, I heard somebody call / Looked beyond the day in hand, there’s nothing there at all” (“Nunca comprendí los caminos que tendría que recorrer / Los más oscuros rincones de un sentido que no conocía / Por un momento creí que alguien me llamaba / Mire más allá del presente, no había nada en absoluto”) resultan más definitorias que nunca del grito de socorro estaba telegrafiando Curtis.

‘Twenty Four Hours’ es un corte que marcará una senda dentro de la línea de flotación entre el post-hardcore más emocional y el dream-pop más ingrávido. Como resultado de este punto intermedio, la cadencia suspendida provocada por el trote en slow motion del bajo de Peter Hook, casi a contra pie, como antesala de un crescendo trepanador, se convertirá en la plantilla ideal que conformará los rasgos distintivos del slowcore. Bandas como Low, Codeine, Galaxie 500 o la banda española Paperhouse tomarán la fórmula de la abstracción, la pausa eterna, flotante, como una ley no escrita para luchar contra las leyes de la gravedad desde nubes eléctricas, dirigidas por bajos lánguidos pero de roce taquicárdico. Más allá de la clarísima referencia a ‘Twenty Four Hours’, la línea de conexión entre estas camadas de pulso alterno y Joy Division se certifica a través de versiones a cámara lenta, como las realizadas por Low de ‘Transmission’, Codeine de ‘Atmosphere’ y Galaxie 500 de ‘Ceremony”. Esta última, una de las más inspiradas de entre todas las que se hayan realizado jamás de la saga Joy Division-New Order. Esta vertiente más pausada resulta ser el mejor ejemplo posible de que cuando las canciones de Joy Division se enfocaban desde una dinámica más arrastrada, las posibilidades de alcanzar un estado emocional más penetrante se multiplicaban. Normalmente, el intento por reproducir sus cortes más revolucionados suele caer en una despropósito provocado por la imposibilidad de adecuar a otra personalidad musical tanto las aptitudes marciales del pulso robótico de Stephen Morris a la batería como el trabajo de Albrecht a las seis cuerdas: un maestro en sacar texturas de la electricidad, más que riffs, a la hora de rellenar ese “vacío” fantasmagórico.

Por otro lado, dentro de los terrenos que delimitarán el posterior post-rock, ‘Twenty Four Hours’ marca a la perfección esa máxima de no hacer rock tocando con instrumentos de rock; en este caso, una epopeya cifrada entre post-punk comatoso y erupciones de expresividad cuasi wagneriana. Como muestra de esta relación, Mogwai, -posiblemente, la banda más famosa del post-rock- han llegado a tocar en directo el tema de Joy Division al dedillo, con un plus de exuberancia eléctrica.

The Eternal

“Gracias a la introducción de los teclados, la banda aumentará su perfil atmosférico de forma significativa. Una de las grandes beneficiadas de este aporte, será ‘The Eternal’, que “entra con un chasquido de los cascabeles, un bajo sólido y una melodía magnífica e inquietante, complementándose perfectamente con la evocación de Curtis de su estado de ánimo, así como con la atmósfera alcanzada”[3].

‘The Eternal’ es el ejemplo más representativo de la metodología que Hannett llevará a cabo para conformar el aura etérea de la segunda cara. Tal como explica Pat Gilbert y el propio Stephen Morris. “Closer se construyó meticulosamente a partir de varias tomas y overdubs. Cada parte de la batería se grabó por separado. Está claro que el resultado prefigura la belleza invernal de la música electrónica de baile de New Order. Hannett insitió en que emplearan sintetizadores y cajas de ritmo, las dos obsesiones recientes que le tenían fascinado. “Escuchad ‘The Eternal’ -exclama Morris-. ¡Falta un “beat” porque el aparato de los cojones no funcionaba!”[4].

Mediante ‘The Eternal’, también se reafirma la esencia fúnebre de Closer. Parte de “su importancia nace de ser el disco relacionado con la muerte de Curtis. Closer se publicó poco después de que Ian Curtis fuera encontrado muerto. De este disco emerge el placer y el dolor; el hermoso sentido de la tragedia. Reducción a ruido blanco. El relativo silencio que se palpa de vez en cuando. El sonido se convierte realmente en un objeto. El vinilo se convierte en una obra de arte, independientemente de que sea escuchado o no”[5].

‘The Eternal’ es una canción con un tremendo poder sugestivo. Aquí las imágenes  de Curtis son de una poesía visual tan evocadora que pasan directamente del oído a la retina: “Played by the gate at the foot of the garden / My view stretches out from the fence to the wall / No words could explain, no actions determine / Just watching the trees and the leaves as they fall” (“Estirado junto a la puerta al pie del jardín / Mi vista se estira desde la valla hasta el muro / Ninguna palabra podría explicarlo, ninguna acción determinarlo / Solo mirar los árboles y las hojas mientras caen”). Esta flotante sucesión cinematográfica de los planos acabarán de tomar cuerpo por medio del evocador manto sintetizado dispuesto para la ocasión.

El tremendo poder visual que exhala ‘The Eternal’ casa por casualidad con los primeros trabajos de Werner Herzog, el director favorito de Curtis. Si bien es conocido que Curtis se suicidará durante el visionado de una película del visceral director alemán Stroszek (1977), no es menos cierto que la película que mejor recrea el paralelismo con las tragedias griegas que planea en temas como ‘The Eternal’, y el aura de romanticismo congelado desde una atalaya solitaria construida entre la inmensidad más impresionante de un mundo sin fechar, tiene mucho más que ver con Corazón de Cristal (1976), otro film del propio Herzog. Y más, si nos paramos en el guión de su película, donde la trama parte de los confines del mundo, y los actores están interpretando sus personajes bajo un estado real de semi-hipnosis, quizá uno similar al que se encontraba Curtis durante sus últimos meses de vida.

Como si se tratara del mismo protagonista central de la película, Curtis también se encuentra en esa búsqueda más allá de lo conocido: “Es profeta. Ve el mañana. Y dice que, en el final de los días, el tiempo se desmorona y, luego, la tierra. Todos se deshace y cae, bajo nubes de quemante furia. Y el que ve, en medio de la caída, busca algo en lo que pueda sostenerse. Se siente ya liviano. Y vuela hacia arriba. En medio de la paradójica caída que es ascendente vuelo, surge un nuevo paisaje. Es otra tierra que ha emergido del agua. Suspendido en el mágico tapiz de la visión, el profeta contempla, a lo lejos, una isla rocosa, en el mar. A su lado, hay otra más pequeña. Ambas islas se hallan en el extremo del mundo. En un borde de la geografía conocida por la mayoría de los hombres. Pero quienes habitan las dos islas no son la multitud ya empapada de modernidad. Son un desconocido grupo. Cercano al origen. Ellos aún creen que la tierra es plana. Siempre han dicho que el océano concluye en un abismo sin fondo que palpita en un límite del mar. Y parado en un mismo lugar, día tras día, siempre en el mismo sitio, un hombre columbra la distancia marina. En algún momento, tres hombres se le suman en su escrutar continuo de la lejanía. Desde hace años, sólo ven el mar. Esperan algo.

 Y, una vez, deciden cambiar. Ya no esperar. Deciden ir a ver. Acuerdan ir a comprobar, por ellos mismos, si el abismo es lo que vive encastrado entre los últimos jirones del espacio”[6].

Film repleto de imágenes de una belleza pausada, congelada, casi irreal. Corazón De Cristal, es una película que parece haber nacido para expresar el poder visual soterrado entre las nieves sintetizadas que tiñen la segunda cara de Closer y, sobre todo, un tema como ‘The Eternal’.

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Decades

“El álbum se cierra como sólo un álbum de soul clásico puede hacerlo: a través de la absoluta desesperanza del amor que anida en el corazón de Ian Curtis, hablando de “the sorrows WE suffered” (“los dolores que HEMOS sufrido”)[7].

La rúbrica final al trasiego personal de Curtis, ‘Decades’ suena, al mismo tiempo, terriblemente dramática, épica y tan solemne que parece ideada para embalsamar el dolor, mientras eleva la gran carga de Curtis hacia un gran altar suspendido en el tiempo. Si el drama será cosa de Curtis, la sensación de solemnidad imperial que flota en el ambiente será cuestión de la parte musical. Construida sobre unos sintetizadores exageradamente profundos, ideales para crear una sensación de vértigo, parece como si nos hubieron metido dentro de un gran templo egipcio antiguo, a solas con nuestro propio eco por los tiempos de los tiempos. Los ingredientes básicos para llevar a cabo este cinemascope circular será el mismo sintetizador ARP Omni 2, al que tan buen partido le habían sacado para ‘Atmosphere’. Igualmente, este sintetizador también había sido utilizado en ‘The Eternal’ para crear ese ambiente paisajístico al que nos remitía la idealización del jardín eterno descrito por Curtis. Lograda esta sensación, rápidamente, Curtis “empieza con estas palabras: “Here are the yong men / The weight on their shoulders” (“Aquí están los jóvenes / Con el peso en sus hombros”). Una frase que señala el dolor de vivir de una generación, pero que también es una descripción bastante terminal del público de Joy Division, tal cual lo veía el cantante: jóvenes vestidos con largos[8] tapados que, a sus ojos, llevaban un peso demencial a cuestas.”[9].

En este corte Curtis realiza una de sus interpretaciones más fascinantes. Como si se hubiese visto a sí mismo cantándola antes de empezar, su voz fluye, perfectamente medida, entre una vibrante melancolía neutra y una atroz pasión desangelada, para el estribillo: Where have they been?/ Where have they been?/ Where have they been?

Where have they been?” (“¿Dónde han estado? ¿Dónde han estado? ¿Dónde han estado? ¿Dónde han estado?”). En ‘Decades’, Curtis es puro resentimiento; quizás el único estado de ánimo posible para cerrar esta obra curtida desde una herida tan amarga que hasta puede llegar a resultar pudorosa. Como resultado, “A la alegría y el colorido imperantes en el cambio de la década, Joy Division opusieron un hermoso tratado sobre la pena y la desolación. Closer es la perfecta pulimentación de lo que en Unknowm Pleasures estaba aún en estado bruto: tensión nerviosa a punto de estallar, romanticismo exacerbado, cruda belleza, culto al pasado más sórdido, economía de medios, sonidos inquietantes extraídos de las más ruda electrónica…[10]

Final abocado a una más que lograda sensación de eternidad, ‘Decades’ es sin duda el tema más épico de toda la producción de Joy Divison. Por supuesto, esta sensación de grandiosidad está en las antípodas de la plantilla creada por Scott Walker y Jacques Brel, los dos grandes referentes para los amantes de inflamar las melodías con oleadas de arrebatadora fuerza pasional. Por el contrario, en ‘Decades’ no hay romanticismo ni un gramo de exaltación triunfante. En Joy Division, la épica es desoladora, nos ataca personalmente. Así como la expone Curtis, no está enfocada para las masas, sino para cada uno de nosotros, por separado. Curtis no eleva la voz en ningún momento, como si quisiera crear un contraste brutal con la cordillera de sintes rayanos al cielo; él quiere que nos identifiquemos con su pequeñez. En este caso, el logro es casi irreal: una épica cercana, creíble, consciente del mundo que nos rodea. Es la antítesis total de la épica grandilocuente, practicada por bandas actuales como Coldplay, y todo ese ramillete de grupos como Editors o Interpol, donde las escaladas hacia las alturas son vacías: provocan tal distancia con su insulsa propensión vertical, sin más, que cualquier posibilidad de contacto con su mega-lírica queda dilapidada desde el primer momento que ya han prendido la mecha de la insustancialidad.

Desde el lado provechoso del perfil grandioso de Joy Division, un paralelismo, completamente autónomo, fueron The Triffids. En la voz de exagerado acento australiano de David McCombs, y el catedralicio folk-rock-gótico que desplegaban, existía una intención de situar al receptor en el centro de su sonido, crear un marco geográfico, de elevarnos con él. Para lograr algo así, los sentimientos tienen que buscar una empatía, y en el caso de esta gran banda australiana, esta máxima la llevaban a rajatabla. Para certificar estos resultados, no hay más que adentrarse entre los aposentos fastuosos de dos de las obras más imponentes de estos últimos treinta años: Born Sandy Devotional (Mushroom, 1986) y Calenture (Island, 1987). Sin duda, un curioso what if? de cómo podrían haber sonado Joy Division de haber salido de las enormes extensiones australianas en pleno siglo XIX.

U2 será la banda que llegará más lejos, en términos comerciales, a partir de la épica carnal desarrollada por Joy Division en canciones como ‘Decades’ o ‘New Dawn Fades’. Ya desde su primer LP, Boy (Island, 1980), resulta evidente que la mega banda irlandesa tenía fijada en la mente las posibilidades de Unknown Pleasures para con la intención de diseñar las canciones en vertical, sin tejados ni paredes, llegando a contar en un principio con el mismo Martin Hannett como productor. A última hora, Martin acabará declinando la oferta ante la depresión que le había llevado el suicidio de Ian Curtis. Precisamente, el primer single de este LP, ‘A Day Without Me’, tendrá como tema central la muerte del vocalista de Joy Division. Respecto al resto de este álbum, U2  no esconden su tremenda fijación en la rotundidad del post-punk existencial de Joy Division, pero adaptándola a una épica santurrona fijada en la vuelta a la infancia como bien necesario para una limpieza espiritual. Desde este punto, los irlandeses marcarán el punto de salida a una carrera donde la claustrofobia interior y la kilométrica percepción espacial de la banda mancuniana serán reemplazados por intenciones idealizadas de rock canonizado. Como bien dice Simon Reynolds: “Para U2, todo debía hacerse a gran escala. De ahí la exageración de las letras, la voz, el sonido, el sentido de propósito, la ambición de U2 (siempre aspiró a ser el grupo más importante del mundo)”[11].

Una música de la proyección emocional de Closer tendrá que ser empaquetada por una cubierta a la altura de su cometido: ser una obra de arte total. Bajo este cometido, Peter Saville volverá a superarse.

Peter Saville: “Esta cubierta para el segundo álbum de la banda era como una obra de la antigüedad, pero por dentro es un vinilo álbum. Así que es una yuxtaposición posmoderna de una obra contemporánea ubicada en el mundo antiguo. Al principio, yo no creía que la foto fuera una tumba actual, ya que realmente se encuentra en un cementerio de Génova. Cuando Tony Wilson me dijo que Ian Curtis había muerto, le comenté: “Tony, tenemos una tumba en la portada”. Hubo una gran deliberación sobre si continuar con ésta o no. Pero la banda, Ian incluido, había elegido esa fotografía. Después de la tragedia que habíamos vivido, lo hicimos de buena fe, y no con otros propósitos”[12].

El blanco invernal, desangelado, que traslucía en la portada de Saville, se convertirá en una de las excusas que avivarán la imagen cuasi espiritual de la banda. Este rasgo ya había salido a la luz en la mítica sesión de fotos realizada para la NME y la misma portada del single, ‘Atmosphere’. Tanto la cubierta de Closer como las icónicas fotos realizadas por Kevin Cummins en enero del ’79 para NME, con los cuatro del grupo captados dentro de la devastadora desolación de un Manchester terriblemente invernal, apuntan a una relación indirecta con el director alemán Rainer Werner Fassbinder; y más en concreto, hacia el adormecido blanco y negro que dominaba algunas de sus primeras películas: El Amor Es Más Frío Que La Muerte (1969), Katzelmacher (1969) o El Dios De La Peste (1970). Este punto de contacto con el imaginario del director alemán nos lleva hasta la propia de fijación de Curtis por las películas de Fassbinder.

Si bien es cierto que en el cine de Fassbinder la tendencia tiraba más hacia un realismo más bien grotesco de sus personajes al margen, en su gramática netamente germánica transluce el mismo desapasonamiento apasionado que emergía de las letras de Curtis. En este sentido, no es difícil leer la letra de ‘Isolation’ e imaginarse como vídeo de la misma imágenes de la gélida adopción del cine negro realizada por Fassbinder en El Amor Es Más Frío Que La Muerte, su primera película.

Closer será el perfecto epitafio de Joy Division; uno hecho a la medida del mito cimentado por la muerte de Curtis. Sin embargo, Peter Hook, Stephen Morris y Bernard Albrecht no se iban dejar engullir por la leyenda que desprende esta obra. Decididos a escapar de ésta, el primer paso será el cambio de apellido que llevará a cabo Bernard, suprimiendo el “Albrecht” por “Sumner”, su verdadero apellido de nacimiento.

Más allá de este hecho significativo, se irán produciendo cambios más relevantes: los necesarios para gestar una de las mutaciones más fascinantes en la historia del pop. Eso sí, como todos los grandes logros, el camino no será fácil, ni mucho menos.

 


[1] Klein, Joshua: “Closer review”, Pitchfork.

[2] Savage, Jon: “Controlled Chaos”, The Guardian, 10/05/08.

[3] Hewitt, Paulo: “Closer review”, Melody Maker, 26/07/80.

[4] Gilbert, Pat: “Joy Division: el outsider”, Rockdelux, junio 2005, trad. Ferrán Llauradó, pag. 36.

[5] Gray, Victoria: “A sound piece: Haroom Mirza’s post punk’s sculpture”.

[6] Ierardo, Estebán: “El Corazón de Cristal. Romanticismo y cine en Werner Herzog”, Temakel

[7] McCullough, Dave: “Review: Unknown Pleasures”, Sounds, 4/07/79.

[8] Trajes largos.

[9] Ghosn, Joseph: “Joy Division: el mito revisado”, Los Inrockuptibles, 2011, pag, 53.

[10] Aldarondo, Ricardo: “Los 100 mejores discos de los 80: Closer”, Rockdelux.

[11] Reynolds, Simon: Postpunk: romper todo y empezar de nuevo, pag. 507.

[12] Test Pressing: “Peter Saville talks through Joy Division/ New Order sleeves”.