Corazón de Cristal

herz_aus_glas-134513942-largeEl megalómano, el delirante personaje borracho de poder y aspirante a todo, con un futuro que él ve con claridad. Ese podría ser una de las características del cine de Werner Herzog, ese personaje excesivo, casi histriónico, que se eleva por encima del resto con grandilocuencia. Lo vimos en Fitzcarraldo (Fitzcarraldo, 1982), lo vimos en Aguirre, la Cólera de Dios (Aguirre der Zorn der Gottes, 1972), y lo vimos en Corazón de Cristal (Herz aus Glas, 1976).

Centrándonos ya en la última de las películas relatadas, Corazón de Cristal, al arquetípico personaje de Herzog lo encontramos en la figura de Hias, inspirado en el profeta bávaro Mühlhiasl. En el caso de Hias, su profecía alcanza drásticos cambios en un pueblo de Baviera durante el siglo XVIII. Pueblo que basa su economía en el cristal de rubí, un elegante cristal de color rojizo moldeado con maestría y cuyo secreto guarda en silencio un único maestro soplador de vidrio.

Hias profetiza la muerte del maestro y los cambios económicos que ello producirá. La entrada en la era industrial, inflación que arruinará al pueblo y provocará un movimiento migratorio del campo a la ciudad. Todo centrado en un pequeño pueblo con unos habitantes que viven entre la histeria y la desesperación por no poder encontrar a un sustituto al maestro. Sopladores de vidrio tratan de replicar el cristal de rubí, insistentemente, ensayo tras ensayo, pero siempre fracasando en el intento.

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Hias es el profeta que habla de un triste futuro, pero al mismo tiempo parece el más cuerdo de todos y se nos antoja desubicado. Eso es gracias a la decisión de Herzog de sumir a todos los actores en estado hipnótico, de ahí su lentitud al hablar y sus erráticos movimientos, casi espasmódicos, durante toda la película. Únicamente salvaguardó de esta condición al propio Hias y a los maestros del vidrio, dado el peligro que ello conllevaría.

Corazón de Cristal puede parecer por momentos un viaje a ninguna parte, pero realmente es una lúcida alegoría sobre la modernización y el capitalismo, casi críptica pero acertada. La adoración del cristal de rubí, del capital, nublando el sentido y dejando a un lado incluso necesidades más básicas y llevando a la locura a la población.