El Barón Fantástico: El Münchausen de Zeman

Portada ZemanTerminando ya con el breve repaso que le hemos dado desde esta página a la filmografía del realizador checo Karel Zeman, hoy nos toca detenernos en otra de esas pequeñas joyas que nos dejó como legado. Pequeña, o no tanto porque no es nada descabellado considerar este El Barón Fantástico (Baron Prášil, 1961) como la mejor y más redonda obra de Zeman, ya que es donde aúna más que nunca un elaborado guion, lleno de situaciones sorprendentes, junto a una imaginación desbordante, más descontrolada que nunca y ejecutada con un virtuosismo sorprendente. Un primer vistazo a El Barón Fantástico nos hará entender con rapidez por qué sirvió como fuente de inspiración para los grandísimos Monty Python’s, y especialmente a Terry Gilliam ¿Sería posible no ver el paralelismo entre las animaciones de El Barón Fantástico y las voluntariamente grotescas composiciones animadas de Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus Locos Seguidores (Monty Python and the Holy Grail, 1975)? Mostrándose ambas cautivadoramente antinaturales en sus movimientos y en su percepción surrealista de la vida.

El Barón Fantástico es la visión de Zeman de las historias del barón Münchausen. Arranca en la luna, donde Munchausen vive junto a otros personajes célebres, y donde encuentran a un supuesto selenita, siendo realmente un astronauta y mezclando así pasado, presente y futuro (algo que nos deja claro el prólogo, que muestra la evolución del ser humano en su conquista del aire). De nuevo vemos los mundos plisados de sus anteriores obras, eligiendo en esta ocasión tonos tintados propios de películas mudas del expresionismo alemán, sin duda otra de las fuentes de Zeman. La brillantez de Zeman como realizador y creador de mundos propios está patente en cada esquina de esta producción, no debería sorprender a nadie la manera tan eficaz con la que resuelve la celebérrima escena de la bala de cañón, pero seguro que dejará más de una boca abierta al contemplar la maestría con la que recrea un monstruo marino (supuesta ballena), con una naturalidad de movimientos difícilmente asimilables a la época en la que se rueda la película.

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El guion no muestra altibajos en ningún momento, estamos ante una obra constante y redonda, un cuento de hadas que salta de los libros al celuloide como pocas veces hemos podido ver. Una obra injustamente olvidada que merece más de una revisión por cualquier cinéfilo que realmente se precie de serlo, ya que de haber nacido en Estados Unidos, Gran Bretaña, o en alguna latitud con mayor influencia en el séptimo arte, las huellas de Karel Zeman serían tan imborrables como las pisadas en la luna que contemplamos al inicio de El Barón Fantástico.

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