El circo*

«El que más noches de circo

tenga en su haber

es el que primero entrará

en el reino de los cielos«

Ramón Gómez de la Serna

El circo tenía dos escenarios emblemáticos: el Circo de Price en la plaza del Rey de Madrid y el Olympia en la ronda de San Antonio de Barcelona. En ambos actuaban las grandes compañías con toda la parafernalia musical y luminosa del mayor espectáculo del mundo que también instalaba sus carpas en las plazas de toros y en los palacios de los deportes. Además -y no como ocurre ahora que todo el protagonismo se lo adjudica la prensa a los futbolistas extranjeros-, el circo contaba con ilustres periodistas como Alfredo Marqueríe -redactor del NO-DO- y Sebastià Gasch que publicitaban con  pluma galana las proezas circenses. Incluso José Mario Armero, abogado, presidente de la agencia Europa Press es autor -con Ramón Pernas- de un valioso libro titulado Cien años de circo en España (Espasa Calpe, Madrid, 1985) en el que recuerda el desaparecido Circo Price de Madrid y escribe: Allí acudían los reyes, los políticos y los aristócratas, y se sentaban con el pueblo, unidos todos en el asombro o en la risa. En su pista actuaron artistas españoles que fueron muy famosos y que en una época sin televisión hicieron que, al otro lado de nuestras fronteras, se supiera de España y de los españoles. Rico y Alex, hermanos Díaz, Ramper, el caballista Manzano, los hermanos Moreno, Roberto Font, el domador Vargas, los hermanos Cape, el faquir Daja Tarto, la trapecista Pinito del Oro. También vinieron los más famosos números extranjeros, como los clones Antonet, Grock, Fratellini, el malabarista Enrico Rastelli.

A muchas ciudades y pueblos en feria llegaba la alegría ambulante del circo en los tiempos de los malabarismos para sobrevivir. Sólo el circo era capaz de disimular sus miserias tras las pinturas, las narices rojas, las vestimentas coloristas y los zapatones de los clowns. Aquellos circos familiares eran, a su manera, modestos embajadores de buena voluntad. Donde no hacía demasiado tiempo explotaron bombas o se escucharon ráfagas de ametralladoras o disparos de los pacos, el circo ponía su fanfarria y su fantasía ingenua bajo viejas carpas para deleite de los niños. Los mayores, sin  ser artistas, vivían simbólicamente colgados del trapecio y del alambre. El circo alegraba y sorprendía a las familias que se olvidaban un rato de la situación. Los chicos abrían los ojos como platos cuando los trapecistas trabajaban sin red, reían a mandíbula batiente con los payasos y las tartas de nata, aplaudían a los valientes domadores, cantaban con los vocalistas y echaban cacahuetes a los chimpancés. El circo fue siempre patrimonio de los niños. Ellos en el circo y con la merienda de pan y chocolate Matías López, se sintieron felices y rieron con dulce ternura mientras sus padres trataban de olvidar la guerra civil.

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Charlie Rivel

Recuerdo a dos artistas sobre el resto: la trapecista Pinito del Oro y el clown Charlie Rivel que regresaron a España en la década de los cincuenta. Independientemente del circo del nacional-catolicismo y de las carpas trashumantes que recorrían España en comatosos carromatos repintados de azul y blanco, los espectáculos del Price y del Olympia, recibían con pompa y circunstancia al circo Krone, al Ringling Bross Barnum and Baily y al Americano, pero por encima de los letreros luminosos del circo el público se quedaba con los artistas. La trapecista Pinito del Oro que literalmente volaba sobre la carpa del Ringling Bross y Charlie Rivel, el clown del lamento triste, ahuuuuú,  ahuuuú,  la silla,  la guitarra y la rosa,  tantas veces dibujado por Joan Soler-Jové, otro apologista del circo. “Cuantos amamos el círculo mágico, el anillo iluminado de la pista hemos contraído deuda  de gratitud con Soler-Jové. Gracias a él, a su puntería certera que atina siempre en la diana, Charlie Rivel, que equivale a decir el Circo, vive y vivirá siempre, por encima del tiempo y del olvido”, escribió Alfredo Marqueríe.

El humorista Mingote se refirió a los dibujos de Soler-Jové y, dijo: “Lo que le da al payaso esa tristeza cantada y contada por los cogedores de hojas de rábano es pensar que luego se quita la pintura, se pone una chaqueta, una corbata, se convierte en un tipo tan insignificante y ridículo como usted y como yo, él, tan importante”.  

En 1952 se estrenó la película El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. de Mille y su proyección en España contribuyó a reactivar el mundo del circo que fue nuestra alegría de niños de la guerra, niños de la generación perdida. Pinito del Oro contratada durante siete años por el circo Ringling Bross dobló en el trapecio a la actriz Betty Hutton en el melodrama circense.  

A su regreso a España Pinito del Oro se encontró con una España oscura, con una iglesia dominante y aquellas beatas que venían a verme escandalizadas, horrorizadas porque el maillot llegara de América recortado de más, enseñando las nalgas y el entresijo. Así que en ABC me censuraron: me sombrearon el escote y me pusieron dos sellos en las ingles. España estaría muy bien sin los españoles, sin sus atavismos; y la culpa de todo la tiene la Iglesia, declaró a un periodista. En noviembre de 2007 me confesó, con cierta tristeza: Acabo de escribir mi autobiografía. El circo, me dicen, ya no interesa.  

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Pinito del Oro

Pinito del Oro que se llama Cristina Segura y también es escritora, se inició en la profesión a los doce años en el Circo Segura de su padre, que fue su maestro. Lo hizo como alambrista y luego, con diecisiete años, pasó al trapecio “un número muy antiguo”, dice Pinito.  La joven equilibrista sorprendió al público bajo otras carpas, la de los Hermanos Díaz, el Circo de Price, el Circo Español de Los Vieneses, el Ringling Bros de Estados Unidos, el Medrano de París, el Scout de Suecia, el Deuchthole de Alemania y otros. En Madrid y Barcelona, ciudades donde se la recuerda con cariño y admiración, recibió numerosos homenajes. Madrid la distinguió con la medalla de oro de la ciudad y en Barcelona fue nombrada Reina del I Festival del Circo. Sus vuelos en el trapecio cautivaron a personajes como Hemingway y Dalí, a jefes de gobierno y a multitud de espectadores de Europa y América. Sus virtuosismos en el trapecio pagaron el tributo de graves accidentes: en Huelva, en 1948, en Suecia en 1958 y en Laredo en 1968. Tres caídas en treinta años. En su domicilio de Las Palmas de Gran Canaria, Pinito del Oro paga ahora el precio de la fama. “Tengo mal mis pies y salgo poco”, me cuenta. En su retiro ha escrito su autobiografía y varias novelas.

– ¡Pasen señores, pasen, y verán a los payasos, los enanos, la mujer barbuda, el hombre bala, contorsionistas, faquires, prestidigitadores, malabaristas, acróbatas, equilibristas, trapecistas, liliputienses, tragasables, domadores de bestias feroces con las  panteras de Java, leones de Kenya, tigres de Bengala, elefantes de la India, el caballo que ríe y  poneys para los niños! ¡Pasen, señores, pasen!

Los anunciaba a gritos y de corrido un artista que animaba al público a entrar en el circo. Ese trabajo en el argot circense se llama  “hacer la puerta”.   

Barcelona fue durante muchos años una ciudad proclive a la magia y espectacularidad del circo. En el nuevo Palacio de los Deportes de la calle Lérida, se celebraron varios Festivales Mundiales del Circo con la actuación estelar de Pinito del Oro. Fui poco al circo por razones obvias. El escaso dinero que traía mi padre no daba para sacar localidades. No obstante, acudí al Olympia, al Teatro Circo Barcelonés y a la plaza Monumental en contadas ocasiones, las suficientes para enamorarme del espectáculo colorista, para estremecerme con las fanfarrias y reír con los chistes ingenuos, aquellos del ¿Qué  le dijo?  

-¿Qué le dijo un pato a otro?

-Estamos empatados.

No podría cerrar esta referencia al circo de mi adolescencia y juventud, esos años en que uno se cree inmortal y que sólo se mueren los otros, sin un recuerdo al promotor Juan Carceller, el primer empresario de espectáculos de la década de los 40 y 50, catalán, de Olot. Carceller -como Manolete y muchos artistas- ayudó a olvidar la guerra civil con sus espectáculos a la americana contratando a las primeras figuras de la época, desde Concha Piquer a Josefina Baker, Imperio Argentina y Juanita Reina. Empresario del Circo Price -aparte diversos teatros- Juan Carceller le contó a Manuel del Arco en una entrevista publicada en Tele/eXprés el 4 de septiembre de 1970: “Soy feliz en el circo porque es el espectáculo más noble, más limpio y más digno de consideración, aunque digo con tristeza que está abandonado en este país. Si hubiera alguien que patrocinara un circo nacional o estatal sería extraordinario. Ya ve usted los rusos”.

 

* Capítulo no incluido en el libro «Los años 50» de Juan Soto Viñolo (La esfera de los libros, 2009)

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