El Congo (XI): El día a día en las zonas mineras

La lógica de la guerra en el Congo en su nivel más básico, más práctico, es escalofriante.

Fidel Bafilemba: «¿Cómo mantienes a un ejército de 2.000 hombres sin tener siquiera que alimentarlos, sin tener que pagarles un uniforme y la asistencia médica? Lo único que tienen que hacer es llegar y cerrar la zona. Esta tierra es muy rica en minerales. Bueno, ellos tienen armas y tú no»[1].

No pocos miembros del ejército se han convertido en señores de la guerra que controlan yacimientos, enriqueciéndose a costa de la población local.

Hombre congoleño: «Hay altos oficiales del ejército que tienen sus propias minas  y en este mismo momento existe una ley que les prohíbe explotarlas, pero siguen haciéndolo»[2].

«Organizaciones No Gubernamentales han denunciado reiteradamente que los ejércitos y milicias de Uganda y Ruanda controlan, sin ser los dueños, las zonas mineras en explotación y su comercio»[3].

Grupos armados se hacen con las minas que les aportan beneficios. De este modo pueden  seguir comprando armas para mantener el poder en la zona.

El javeriano Franco Bordigno apunta: «Si, por ejemplo, hay escaramuzas entre grupos armados con mucha frecuencia es para quitarse la mina entre sí. Así, las minas explotadas actualmente, sobre todo en el este del Congo, no son explotadas por congoleños. Hay congoleños que trabajan, pero subcontratados por otros. Nunca es fácil saber quién es el verdadero jefe. […] La mayor parte de las minas explotadas al este del Congo, en particular en el Kivu Sur, lo son por tropas extranjeras»[4].

Jean Pierre Buledi, investigador: «Al llegar a la mina de Chondo te encuentras con el F.D.L.R.; te encuentras con los Mai Mai. Si vas al otro lado, a Buriñi, te encuentras con los militares congoleños que están saqueando. Y los militares no están autorizados a entrar en las minas, son trabajos que han de hacer los civiles. Pero hoy nos encontramos con que los extranjeros que proceden de Ruanda, que son simplemente refugiados en Congo, explotan los minerales de Congo de espaldas a los congoleños y están saqueando»[5].

La M.O.N.U.C., el ejército de la O.N.U. tampoco está libre de sospechas. Según Jean Pierre Buledi, «la M.O.N.U.C., el ejército congoleño y el F.D.L.R. colaboran en la zona donde hay explotación minera. Y no podemos dudar que ciertos soldados de la M.O.N.U.C son comerciantes y vendedores de minerales. Lo son y utilizan vías no autorizadas; negocian con los comerciantes y éstos son los que venden los minerales en el mercado internacional»[6].

Didier de Failly, jesuita: «La última resolución de la ONU, la 1857 da mandato a la M.O.N.U.C. para seguir y verificar todas las rutas por donde pasan el oro y el coltán. Estupendo, pero hay un riesgo enorme, enorme, a título individual las gentes de la M.O.N.U.C. acabarán siendo grandes comerciantes de oro y de coltán. ¿Y cómo vas a controlarlos si los controladores tienen que comenzar a ser controlados? Está jodido»[7].

Tal y como apunta el fantástico reportaje R. D. Congo. Minerales de guerra, de José Luis Aragón, en muchas ocasiones la población civil -incluidos los niños- se ve arrastrada a trabajar en las minas, pues  muchos encuentran allí el único recurso para ganarse la vida. Colette Mikila Embenako, ministra de Minas (Kivu Sur) afirmaba que la juventud no ha tenido la oportunidad de estudiar ni trabajar en el campo; se dirigen a las minas porque no les queda otra alternativa. «En este sector se encuentra casi toda la población productiva»[8].

Minero de Chondo: «Estoy buscando oro. Nuestra vida aquí es buscar, sólo buscar. Es muy dura, durísima. Llevo 12 años aquí. Sí, puede caerse en cualquier momento. Si se cae, se cae. Si se muere, se muere. Es el trabajo. Si trabajo y encuentro oro puedo construirme una casa, comprarme un coche. Si dios me ayuda, puedo conseguirlo»[9].

¿Existe acaso el sueño americano en la República Democrática del Congo?

Jean Pierre Buledi: «Había una compañía minera. Hizo trabajar a la gente durante 5 meses y les prometió pagarles 5 dólares al día y se fue sin pagar ni un franco ni un dólar mientras hizo trabajar a 500 personas en esta mina»[10].

Los aldeanos son especialmente susceptibles a acabar en las minas, ya que en las afueras la seguridad brilla por su ausencia. A causa de la geografía de difícil acceso y las deficientes infraestructuras, las aldeas permanecen aisladas, a merced de las bandas armadas que irrumpen en los poblados, saqueándolos y llevándose la cosecha.

Donato Lwiyando, misionero en la región de Kivu Sur: «Lo que hacen esas bandas armadas, lo que hacen es coger la cosecha cuando llega el momento, es violar a las chicas y las mujeres. Algunas veces te dejan sembrar tranquilamente y después de la siembra, cuando llega el momento de la cosecha, se presentan unos 5, 10 con armas, los Interahamwe [procedentes de Ruanda], dicen a la responsable de la tierra:  “Oye, te damos 10 dólares por todo”. Lo que te han dado es lo que tienes que aceptar y si no aceptas, te matan»[11].

Comerciante de minerales congoleño: «No hay posibilidad, no cultivamos. Aquí no hay campos para cultivar. Si sales a la aldea, los Interahamwe y otras fuerzas negativas están allí y la gente no puede ir a trabajar al campo. Es decir, el único mercado que tenemos es el mineral»[12].

En definitiva, muchos congoleños acaban en las minas de forma coercitiva, ya sea directa o indirectamente. Lo que conduce a un círculo vicioso dantesco: la propia población congoleña, que vive continuamente bajo el yugo y la amenaza de la guerra, que es masacrada, violada, torturada y saqueada se convierte en cómplice de su propia explotación al formar parte de este engranaje criminal.

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[1] Michael Ramsdell: Cuando los elefantes luchan, (2015)

[2] Ibídem

[3] Hedelberto López Blanch: El trasfondo económico del coltán. Guerra en la República Democrática del Congo, 23 de noviembre de 2008, Rebelión, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=76377

[4] José Luis Aragón: R. D. Congo. Minerales de guerra, emitido en el programa «En portada», RTVE (2009)

[5] Ibídem

[6] Ibídem

[7] Ibídem

[8] Ibídem

[9] Ibídem

[10] Ibídem

[11] Ibídem

[12] Ibídem