El Congo (XV): ¿Qué se puede hacer?

«¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo las riquezas naturales del Congo seguirán siendo motivo de maldición para su pueblo? ¿Hasta cuándo las llamadas grandes potencias callarán el genocidio más grande de África y quizás de la humanidad? ¿Hasta cuándo los congoleños deberán derramar su sangre por haber nacido en esta zona del planeta? ¿No son suficientes los casi 8 millones de víctimas, la mayoría civiles, que se han producido desde 1994 en las interminables guerras del Congo?»[1].

Umoya

La pesadilla de la que fue testigo Joseph Conrad, y que posteriormente volcó en el papel, ha seguido reproduciéndose en el Congo como un dantesco eterno retorno nietzscheano. El conflicto congoleño es el más mortífero y brutal desde la II Guerra Mundial. Como ya hemos visto en los anteriores artículos, se trata de un conflicto en sumo complejo, en el que los intereses económicos, esto es, los ingentes beneficios económicos de unos pocos, impiden que se ponga fin. Ahora bien, una cosa es segura: el pueblo congoleño no puede esperar más.

Al comenzar a investigar sobre la ardua situación en la República Democrática del Congo, muchas de las informaciones señalaban a las grandes corporaciones como las responsables del conflicto. Irónicamente, la culpa de las compañías recae casi al mismo tiempo en los consumidores. John Prendergast, ex asesor de la administración Clinton y defensor de los derechos humanos, expuso en una conferencia celebrada en St. Petersburg, Florida, lo siguiente: «La gente habla de países corruptos. Pero ¿quién está comprando?»[2]. Según esta línea de pensamiento, los consumidores se convierten en responsables de los crímenes que otros perpetran o ayudan a perpetrar. Los consumidores, esos seres alienados por los bombardeos de la publicidad y la presión social, cuya única libertad radica en elegir entre uno y otro producto de características y procedencia similares[3].

Por otro lado, pensar que el único campo de acción de las personas es limitarse a elegir entre comprar este u otro producto para así «castigar» a las empresas que se comportan mal, resulta harto naif. También es algo irresponsable, pues se trata de una acción que tiene lugar dentro de un marco puramente económico y privado. Tu crítica queda en silencio, no trasciende. Es preciso, pues, tomar otro camino. Podemos y debemos presionar a las empresas que se dedican al saqueo o que se benefician de éste. Así, la crítica se realiza desde un ámbito político, público. No como consumidores, sino como ciudadanos.

José Eugenio Lucas: «Siempre recordaré una anécdota que me ocurrió hace unas cuantos años siendo integrante de una ONG española que a su vez formaba parte de una red europea, EURAC, que trataba el tema de los derechos humanos en África. En uno de los descansos de una de las reuniones, había un grupo de chicas pertenecientes a una ONG inglesa que hacía poco habían regresado de la R. D. del Congo, a donde habían ido para ayudar en el tema de las violaciones. Hablaban con alguien y se quejaban de la actitud que juzgaban con poco sentido de algunas de las mujeres congoleñas de la ONG que las había acogido. Alguna de las congoleñas parece que les había dicho que en lugar de viajar al Congo hubiese sido mejor que se quedaran en su país y desde allí presionar al gobierno inglés, uno de los principales aliados de Ruanda, para que no ayudara tanto al gobierno ruandés que se sabía que era quien estaba detrás de muchas de las guerrillas que las violaban. A las chicas inglesas les parecía absurdo pensar que el gobierno inglés tuviese algún interés en mantener a una guerrilla que se dedicaba a saquear, matar y violar. Ellas pensaban que lo que ocurría en el Congo era sólo un tema de multinacionales sin escrúpulos asociados con guerrillas y señores de la guerra y a mí me faltó pericia idiomática para explicarles que efectivamente el gobierno inglés no tenía ningún interés en ayudar a esas guerrillas, pero si tenía interés en apoyar a Ruanda para que ejerciese un tutelaje y control sobre la R. D. del Congo y que esa ayuda y esa impunidad que brindaban a Ruanda la utilizaba también el gobierno ruandés para su estrategia de balcanización del Congo que incluía la creación de guerrillas que violaban y saqueaban.

Muchas veces he pensado que si se supieran exactamente las causas de las guerras sería mucho más fácil presionar para acabar con ellas. Creo que se ha puesto mucho el foco en nombrar a las multinacionales de forma muy general y poco en el papel que juega Ruanda y Uganda»[4].

Por tanto, es fundamental exigir cambios en las políticas de nuestros gobiernos. También colaborar con entidades, organizaciones y movimientos pro derechos humanos -entre ellas, por ejemplo, Stand With Congo (https://www.standwithcongo.org)-. De la misma manera, difundir la información puede ayudar a que esta tragedia se haga visible.

Vamos.

 


[1] Umoya: ¿Hasta cuándo las riquezas naturales del Congo seguirán siendo motivo de maldición para su pueblo?, Umoya, 28 de noviembre de 2012, http://umoya.org/2012/11/28/hasta-cuando-las-riquezas-naturales-del-congo-seguiran-siendo-motivo-de-maldicion-para-su-pueblo/

[2] Frank Piasecki Poulsen: Sangre en el móvil, (2010)

[3] Pese a que hoy día existen iniciativas como Fairphone, la inmensa mayoría de productos electrónicos no pueden asegurar una cadena de producción en la que se respeten los derechos humanos

[4] José Eugenio Lucas: R. D. del Congo: 20 años de guerras, Umoya, 25 de noviembre de 2016, https://umoya.org/2016/11/25/r-d-del-congo-20-anos-de-guerras/

 

2 comentarios en «El Congo (XV): ¿Qué se puede hacer?»

    1. Gracias, Alberto, por tus comentarios. Me alegra mucho que la información sobre la situación trágica que vive el Congo durante tanto tiempo pueda llegar a más y más personas.
      Un abrazo,
      Carmen

Los comentarios están cerrados.