El método: tortura psicológica o la impunidad del fin de la historia

Al desplomarse el muro de la vergüenza en 1989, no sólo cayeron piedras y las lágrimas de alegría de familias separadas durante décadas, cayeron también los cimientos de la ideología comunista. Francis Fukuyama decretó entonces el fin de la historia. La democracia neoliberal se había impuesto como régimen único y así debía permanecer ininterrumpidamente. Visión simplista, corta de miras y enormemente partidista, pues no es difícil adivinar cuándo y cómo acabará la era del voraz capitalismo. El método (2005) de Marcelo Piñeyro, basada en la exitosa obra de teatro de Jordi Galcerán Ferrer El método Grönholm, retrata las sombras del sistema capitalista que todo lo abarca. El filme resulta interesante por las cuestiones sociales, económicas, psicológicas y filosóficas que plantea. Sin embargo, a nivel técnico aporta poco de nuevo e incluso llega a remontarse al pretérito de forma un tanto nostálgica y anacrónica[1].

La película gira en torno al proceso de selección para un importante puesto de ejecutivo en una multinacional que, con el fin de seleccionar a los candidatos, utiliza un curioso método -mezcla de terror psicológico y fuente de instintos depredadores-. El proceso de selección se realiza sin entrevistadores. Aunque, en un primer momento se avisa a los aspirantes de que existe un infiltrado en el grupo. Los candidatos tendrán, pues, que combatir cara a cara con sus rivales para ganarse el puesto.

El filme lleva por subtítulo “Hasta donde estarías dispuesto a llegar para ser el elegido”, lo cual resulta muy significativo. El acento se pone, desde un principio, en los candidatos. Son ellos los que tendrán que luchar entre sí para conseguir el puesto, son ellos los que pisarán cabezas ajenas, son ellos los que, al fin y al cabo, deberán dejar la moral de lado. No obstante, y si debemos ser fieles al mensaje del filme, el subtítulo recae en una falacia, muy extendida por cierto, hoy en día. ¿Hasta qué punto son responsables o culpables de sus actos los los trabajadores? Por supuesto, se podría decir que ellos son dueños de sus decisiones. Sin embargo, no deberíamos olvidar la trascendencia del juego. Quién es su artífice, quién lo promueve y quién, a fin de cuentas, se alimenta de él y acaba poniéndose gordo como un cerdo. Si bien es cierto que, como dijo Hobbes en su momento, el hombre es un lobo para el hombre, no es menos cierto afirmar que el poder ha asumido esta faceta del ser humano, estimulándola para ascender y construir sus dominios. Es la empresa, la compañía, la corporación asentada en el sistema, la que, a través del método, incita a los aspirantes a proceder como lobos, y no sólo eso, sino que es precisamente lo que espera y exige de ellos. Ninguno está a salvo. Ni siquiera el macho ibérico, interpretado magistralmente por Eduard Fernández. Por tanto, encontramos en el subtítulo del filme una falsedad, que actúa del mismo modo que el sistema. Señala al aspirante, es decir, a la mano de obra, acentúa su culpa y se limpia las manos.

0Vinetas-crisis-Roto_EDIIMA20121130_0314_1El proceso de selección consta de una serie de pruebas, en las que el grupo debe decidir qué candidato no reúne las cualidades adecuadas para superarla. No obstante, el proceso es en sí una farsa, puesto que la empresa lo utiliza como fachada. En realidad, todo está previsto. Predeterminado. La compañía conoce, desde el principio, el nombre del elegido. Actúa como una suerte de Gran Hermano. Lo sabe todo de los candidatos, quienes inconscientes como marionetas creen ser ellos los que eligen. La empresa se exime así de descartar a los aspirantes. Permanece impoluta a la vista de la sociedad, aunque tiene las manos manchadas. El juego que obliga a jugar es sucio. Es una tortura psicológica.

El guión nos brinda una interesante casualidad. El mismo día en que se realiza en proceso de selección coincide con el encuentro del FMI en Madrid. Se han organizado manifestaciones en contra de la cumbre y se prevén enfrentamientos en las calles entre manifestantes y la policía. A lo largo de la película se hace mención a este hecho. Sin embargo, es en el último plano del filme cuando el espectador es consciente de lo que ello supone. El candidato derrotado sale del edificio donde se ha realizado el proceso de selección y encuentra ante sí un paisaje totalmente devastado. El paseo de la Castellana se halla repleto escombros esparcidos por el suelo, contenedores de basura ardiendo, papeleras destrozadas, lunas quebradas en mil pedazos, pancartas pisoteadas. Y esa vista arrasada, no es más que el reflejo de su interior. Desgarrado por el desenlace del proceso. El sistema que todo lo devora engulle a los hombres y escupe a aquellos que no se adaptan por completo a su perfil.


[1] Adviértase al inicio del filme la estética de los setenta.