Elza Soares: «A Mulher do Fim do Mundo»

soares 3Echando un ojo en el reciente cartel del Primavera Sound 2017, a un servidor le llega la mandíbula al suelo cuando encuentra el nombre de Elza Soares en el mismo. No en vano, estamos ante un hecho que seguramente será histórico y, posiblemente, también la última oportunidad de poder disfrutar de la  brasileira en directo por estas tierras. Soares es octogenaria, aunque lo que más sorprende es cómo con sus problemas crónicos de espalda sigue siendo capaz de aventurarse a hacer giras fuera  de su Brasil natal. Lo cual se agradece, y más con la excusa de poder disfrutar en directo de su último álbum, “A Mulher do Fim do Mundo” (Mais Um Discos). Toda una reinvención tan inesperada como que se ha lanzado desde el precipicio, sin saber siquiera si era para volar o besar la lona por última vez. Ni que decir tiene que la jugada le ha salido esplendorosa. Un milagro para el que se ha dejado acompañar por un plantel memorable de espeleólogos de grutas alternativas en la tradición carioca. Así, entre los escogidos se encuentran Bixiga 70 y hasta Kiko Danucci, de Metá Metá. Tantos unos como otros son reconocidos por viajar del afrobeat a metabolizaciones del post-punk, como si éste hubiera sido parido en el mismo corazón de las favelas de Río. Tales inclinaciones no han variado en su alianza con la Soares, que las ha  abrazado como el maná que necesitaba para renacer de nuevo. Y de qué manera, porque, con la excepción del último álbum de la enorme Kate Tempest, estamos ante el trabajo musical más sustancioso de lo que llevamos de año.

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Soares se encuentra a sí misma entre atmósferas atonales, hachazos de electricidad marmórea, un eco persistente de percusiones selváticas, pero también trajes acústicos de una belleza hipnótica. A través de  estos cuatro vértices, Soares desdeña su posición como suma pontífice de la tradición de la samba para, en su lugar, renegar de sus modismos más recurrentes, y de los que ella misma hizo acopio a largo de seis décadas. El objetivo no necesita de metáforas ni explicaciones, se hace carne a través de un ramillete de canciones que se expresan por sí solas, donde Soares se muestra como portavoz de los oprimidos, pero siempre desde un plano tan realista como lo pueda ser un relato de Hubert Selby Jr. Soares es una estrella en su país, pero también conoce las miserias del mismo. Su perspectiva fluye mediante los ojos del que vive el día a día entre las clases menos pudientes, y mayoritarias, de un país confuso, epítome de un capitalismo castrador, representado en la gran mentira de los Juegos de Río, y sobre los que esta obra se muestra como su gran reverso: la verdad escondida entre los oropeles de las sonrisas profidén que esconden el tufo a gran cortina de humo expuesta por los dominantes. A esta realidad, Soares responde con trazos de la identidad subyacente de todo brasileiro de a pie. La sexualidad se muestra con tal tensión que la superficialidad de su típica imagen misógina queda derruida en pos de una mujer que, en su vejez, se muestra más abierta que nunca a resaltar cada gramo de sexo que le recorre el cuerpo. Y lo hace orgullosa, sin pudor. Canciones como ‘Pra Fuder’ no podría ser más indicativas; sin duda, uno de los engranajes más exultantes de esta fábrica de placer terrenal. Igualmente inspiradas son ‘Luz Vermelha’ y ‘María da Villa Matilde’. Esta dupla reluce soberana sobre el resto, pero empujándolo hacia territorios siempre imprevisibles, jamás como típicos ejercicios de vampirización. Semejante fuente de vida y tensión se  desborda en cada surco, realzando el conjunto como el triunfo de una luchadora nata. Una que ha sobrevivido a la muerte de varios de sus hijos, maridos maltratadores y hasta a un padre del Medievo. Toda una victoria que toma significado último desde esta gran oda subversiva a la mujer.