Entrevista a Isabel García Lorca: la luna quiere ser una naranja

Un lunes de enero de 1998 llegué al aeropuerto del Prat en Barcelona a las nueve de la mañana para tomar el puente aéreo. El día estaba hosco y frío. Lloviznaba un calabobos molesto. ¿Qué tiempo hará en Madrid? –me pregunté. Tenía concertada una entrevista a las doce del mediodía con Isabel García Lorca en su domicilio. Hacía meses, quizá un año, que perseguía sin éxito una cita con la hermana del poeta asesinado en la guerra civil en el barranco de Víznar para publicarla con motivo del centenario de su nacimiento en Fuentevaqueros (Granada) el 5 de junio de 1898. Sus allegados, cortésmente, me iban dando largas tanto en la Fundación Federico García Lorca, en Madrid como en la Huerta de San Vicente (Granada)

–Doña Isabel se está reponiendo de una gripe, decían. Vuelva a llamarnos dentro de un mes.

Isabel tenía 87 años aquel invierno, de manera que es posible que -con gripe y achacosa- no estuviera para entrevistas en las que siempre mandaba la figura de su hermano. Tras mucho insistir, la Fundación Federico García Lorca me dio día y hora para realizar la entrevista que tanto me interesaba y que yo había vendido al redactor jefe del Dominical de “El Periódico de Catalunya”, Héctor Chimirri, el gordo Chimirri al que mucho debo como periodista. Sobre todo que creyó en mí. Lástima que ya no pueda leer estas sinceras frases de agradecimiento.

Pero el avión no salió a la hora prevista, las nueve y media. Tampoco llegaban vuelos de Madrid. Como siempre, Iberia no informó. No quisiera estar en la piel de las recepcionistas, único -y desinformado- personal visible que los directivos de Iberia echan a los leones para que reciban las airadas quejas de los pasajeros impacientes. Nadie se responsabilizaba de los retrasos. A medida que transcurría el tiempo la terminal se iba llenando de gente, maletas, trolley y móviles, más móviles que viajeros, intercambiando el mismo mensaje: “Estoy tirado en el aeropuerto del Prat”.

Ante la falta de información de Iberia sintonicé mi transistor con el boletín horario de Radio Nacional y pronto salí de dudas. El aeropuerto de Barajas estaba cerrado al tráfico aéreo desde las siete de la mañana a causa de la niebla.

–¡Maldita sea! –mascullé. Después de tantas llamadas telefónicas para arrancarle una cita a Isabel García Lorca, un colchón de niebla intangible me impedía llegar a Madrid. Llamé al fotógrafo Luis de las Alas. En aquel momento estaba en el domicilio de Isabel, haciéndole los retratos para El Dominical. Le conté mi situación para que la advirtiera.  “La señora dice que a las dos tiene que comer y que por la tarde no recibe visitas”,  respondió Luis.

Alrededor de las doce llegó el primer vuelo de Madrid. Lo pude coger entre empujones y a la una y media del mediodía llegué sofocado en taxi al domicilio de Isabel García Lorca. Al fin lo conseguí. En media hora le hice la entrevista que transcribo:

Isabel, la hermana chica de Federico García Lorca, es chica de tamaño, de figura sutil y enjuta, y en esa modestia corpórea -¿o acaso levitación poética?- y en esos andares ceremoniosos por fatigados, se encierra tanta vida e historia, que causa un hondo respeto charlar con ella que es sangre, aún caliente, de Federico. 87  años tiene Isabel.

La hermana de Federico vive en un piso de la avenida de Alfonso XIII en Madrid desde hace 20 años. Es una vivienda con un espacioso salón comedor presidido por un retrato del poeta que enmarca su rostro relajado de pómulos acentuados. El salón se enriquece con una añeja biblioteca de madera que destila recuerdos e historia: hay obras y textos de los poetas de la generación del 27. En las paredes, tres pinturas de Dalí de los años 20.

-A Dalí le conocí poco –explica Isabel. A Buñuel bastante más, y a Jorge Guillén mucho porque fue mi maestro. También me relacioné con Pepín Bello. Eran hombres extraordinarios inteligentes, un grupo fuera de serie.

Reposando sobre la librería aparecen varios y amarillentos retratos de familia.

-Ese caballero es mi padre; aquéllos mis hermanos y ésa soy yo.

Todo limpio y ordenado, como de museo. Los muebles, sobrios, sin un alarde. Los cortinajes discretos y con cierta vejez.

Isabel García Lorca tiene el cabello tirando a rubio entrecano; lleva el paso del tiempo retratado en ciertos surcos rugosos, la mente trabaja con lúcida cultura, la voz es grave –un punto fatigada por una carraspera- una voz que dice y sugiere mucho en sus silencios o en esas frases cortas que se cierran con una sonrisa serena y exquisita que invita a hacerle otra pregunta. Viste este mediodía lluvioso un traje de chaqueta y se adorna el cuello con un collar de perlas.

-¿Cómo lleva usted el peso de ser la última García Lorca?

-No lo llevo en realidad; estoy muy orgullosa de mi nombre, pero no por mí, sino por él porque yo no he hecho nada ni soy nadie. He de admitir que es un sentimiento difícil de describir. Cuando uno admira a una persona a la que además se la quiere, eso tiene una profundidad muy grande, casi inexplicable.

Esta dama, delicada y frágil como de cristal de Bohemia arrugado, aficionada a la música y a los viajes, es historia viva, memoria perpetua de la guerra civil. Es alguien que disfruta del privilegio de ser hermana de un personaje universal al que la intolerancia arrebató la vida, recién cumplidos los 38 años en aquel malhadado verano de 1936 -cuando me despertaron las tropas pasando por la zanja del ferrocarril- que la propaganda franquista magnificó durante décadas. Los asesinos de Federico fueron sus mejores voceros. Su crimen se revolvió contra ellos y convirtió al dramaturgo, al poeta y al músico en un mito literario al que la dictadura ni siquiera pudo silenciar.

–En un principio, el asesinato mitificó a Federico, pero ahora ya no. Nadie puede olvidar su fin, pero eso no es suficiente porque otros escritores corrieron la misma suerte y, sin embargo, ahí están sus obras, donde tienen que estar. Yo creo que su gran fama se debe a su obra.

–¿Qué recuerdos y qué anécdotas conserva de la infancia junto a Federico?

–Es difícil recordar, no tengo anécdotas que recordar porque sería contar la vida entera. No voy a decir nada que sobresalga de nuestros juegos, de nuestra vida, sino decir que fue extraordinaria, muy original y muy rica.

–¿Cuál fue vinculación a La Barraca, que fundó su hermano?

–Escasa… Sólo intervine una vez en el coro, les acompañé en un viaje y no hice nunca ningún papel. La Barraca era un grupo de estudiantes que llevaba una camioneta con los decorados para ir representando a los clásicos por los pueblos de España. Actuaron también en la Universidad Central de Madrid y los “Entremeses” los hicieron en el Teatro Español.

Cuando Isabel García Lorca acabó la carrera impartió un curso de Literatura y Lengua Española en el Instituto Escuela. Luego hizo los cursillos para ser profesora de instituto.

En octubre de 1936, dos meses después del asesinato de Federico, Isabel se exilió en Bélgica aconsejada por su hermano Paco que era diplomático.

–Allí pasé los años de la guerra. Después me fui a Estados Unidos con la familia de mi cuñada, Laura de los Ríos. Fernando de los Ríos era embajador en Washington y como se veía venir la II Guerra Mundial, todos me recomendaran que me fuera. Me dijeron que no me quedara en España porque sería una complicación para mí y para mis padres que estaban en Granada. Y así fue como empecé a enseñar en las universidades norteamericanas.

–¿Cómo llevó usted el exilio?

-Durante mi estancia en Nueva York, todo lo que me rodeó fue sumamente grato y positivo. Mis amigos americanos me ayudaron y eso siempre se lo agradecí. Gracias a ellos pude seguir trabajando y estudiando aunque el dolor por todo lo que había pasado nadie me lo puede quitar.

–¿Tiene usted alguna palabra para referirse a Franco?

–Para Franco más vale no tener ninguna palabra.

–¿Cómo era Federico?

–Lo ha definido tanta gente, que creo que es indefinible, como todos los seres que son irrepetibles. En realidad todos somos irrepetibles, pero lo de él fue tan extraordinario, que me resulta muy complicado hacer una comparación o un resumen. Se han hecho muchos, algunos muy atinados y verídicos, como el que se le ocurrió a Jorge Guillén, que es el mejor: “Cuando llegaba Federico no hacía ni frío ni calor, ni era invierno ni verano; hacía sencillamente federico”. Federico era todo un clima.

–¿Usted ha llegado a entender por qué lo asesinaron?

–No tiene explicación, pero es que no tienen explicación muchísimos de los crímenes que se cometieron en la guerra. Lo que pasa es que fueron asesinatos de personas menos notorias y fueron olvidadas. Pero cuando es un ser extraordinario como Federico, una muerte trágica no se olvida, aunque el crimen es igual de bestial que otros, muchísimos, que se cometieron.

–¿En su exilio americano, echó usted de menos a España?

–Siempre se echa en falta el país de uno, pero dado lo que había sido España con la República y lo que era en aquel momento, no sentí ganas de volver porque en Nueva York tuve un trabajo agradable y fácil.

–¿García Lorca era conocido entonces en América por su viaje a Nueva York en 1929?

–Federico no tenía entonces la fama ni el reconocimiento que tiene ahora. Su popularidad sigue una línea ascendente dentro y fuera de España, y en Nueva York era conocido sobre todo en los medios intelectuales y universitarios. Todavía no había llegado a las masas.

Al regresar del exilio en 1953, Isabel se encontró con un serio inconveniente pero no le causó sorpresa. Para trabajar había que firmar un documento de fidelidad al régimen de Franco.

–No critico a la gente que lo firmó –confiesa la hermana de Lorca- porque tenían que vivir. Pero yo no tenía necesidad de firmar, no lo hubiera hecho de ninguna manera, y me dediqué a enseñar a grupos de americanos en Madrid. Luego, cuando la amnistía del rey Juan Carlos, ingresé como profesora de instituto en el Pardo Bazán de Madrid y lo pasé muy bien hasta mi jubilación.

Desde entonces, Isabel García Lorca ha recuperado las libertades perdidas desde el 18 de julio de 1936.

–Por suerte ahora me siento feliz y deseo que nos dure mucho la democracia.

–¿La generación del 27 con Alberti, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Lorca, entre otros, ha tenido un equivalente posterior?

–Hubo otros grandes poetas y los hay, y los habrá, como los de los años 50. La poesía siempre ha estado muy ricamente representada.

–¿Cómo definiría la poesía de Federico?

–Bueno…La poesía de Federico no se puede explicar.

–¿Y el teatro?

–Lo mismo. Verá: a mí no me gusta ver las obras de Federico porque algunos directores hacen lo que quieren y a veces no estoy de acuerdo y lo paso muy mal. El teatro me gusta mucho, pero voy poco. Hay que salir de noche y me canso.

–¿Le interesa algún autor joven?

–Yo no conozco a ninguno

–¿Cuál es la obra de Federico que prefiere usted?

–Eso es muy difícil de determinar. Hay que tener en cuenta los recuerdos, las situaciones. Tardaría mucho en hacer una elección. Lo que no te emociona por un lado te emociona por otro.

–¿Le pesa la fama mundial de su hermano?

–Pesa y ayuda, las dos cosas.

–¿Cómo lleva usted todo este rosario de actos del centenario?

–¡Ay! –ríe-, con mucho cansancio, mucha emoción y mucha alegría. Fíjese en la de cosas que se están organizando en las universidades de Roma, Parma, Bolonia, Milán, París y Estados Unidos. Habrá muchos actos no organizados por la Fundación García Lorca.  Nos escribe gente diciendo lo que van a hacer.

Esta licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, apenas ve la televisión (¡qué mala es, cada vez más chabacana y superficial!), oye  poco la radio (sólo las noticias), lee algunos libros (ahora tengo poca capacidad de lectura) y dos diarios (El País y los viernes el ABC por el suplemento literario).

–¿Qué es la literatura?

–Literatura puede ser muchas cosas, entre ellas la conversación.

–¿Es necesaria la poesía en nuestra vida?

–Es inevitable.

–Sospecho que no le interesa la política.

–Nunca he sido política ni me interesa la política, pero hay que vivirla porque estamos inmersas en ella y nos arrastra. Afortunadamente ahora estamos en una democracia. ¡Bendito sea Dios!

–¿Cómo valora la figura del Rey?

–El Rey ha sido importantísimo para los españoles. María Zambrano dijo que Juan Carlos era el rey de los republicanos. Yo lo siento un poco así.

Isabel García Lorca, soltera como Doña Rosita, la del poema, vive sola.

–Sola, relativamente –afirma–. Tengo a mis sobrinos y estamos muy unidos. Por eso no me siento sola.

Me llevé un recuerdo emocionado de aquella entrevista. Y con aquel recuerdo un autógrafo suyo escrito sobre las Obras Completas de Federico García Lorca, publicadas en 1960 por Aguilar en Madrid y que conservo como una joya en mi biblioteca de Barcelona. Siempre admiré a Federico por su ideología y por su obra y por cómo lo asesinaron. Desde que lo descubrí fue mi referente literario y político.

Cuatro años después, el 9 de enero de 2002, Isabel García Lorca fallecía a los 91 años de edad en su domicilio de Madrid, el mismo que yo visité en busca de la sombra de Federico, de su poesía, de sus canciones populares:

Yo me subí a un pino verde

por ver si la divisaba

y sólo divisé el polvo

del coche que la llevaba

Anda jaleo, jaleo;

Ya se acabó el alboroto

Y ahora empieza el tiroteo.

Detrás de su sequedad –escribe Luis García Montero (El País, viernes 11 de enero de 2002)- de su manera descarnada de decir las cosas, de asegurarse en sus propias verdades, se escondían una parte agredida de la Historia de España y un modo individual de mantener la dignidad. Mientras recordaba, mientras la escuchábamos contar alguna anécdota de su hermano o de la Granada de los años treinta, sus silencios eran tan significativos como sus declaraciones de simpatía o sus interpretaciones tajantes del pasado. Estaba en su lugar, defendía un lugar, hablaba asumiendo la realidad y las voces de un escenario habitado por Federico García Lorca, por su cuñado Manuel Fernández Montesinos -el alcalde republicano que fusilaron las tropas franquistas al tomar Granada-, por Fernando de los Ríos, por tantos escritores y políticos, amigos al fin que murieron o tuvieron que abandonar España, su República, es decir un patriotismo constitucional.

Isabel fue la niña para la que, en una Granada inolvidable, Manuel de Falla, Hermenegildo Lanz y Federico García Lorca preparaban fiestas infantiles con teatro, marionetas y música. Isabel fue la niña a la que Juan Ramón Jiménez le dedicó su famoso romance sobre las aguas del Generalife.

También Federico le dedicó este poema:

A Isabelita, mi hermana.

La tarde canta

una berceuse a las naranjas.

Mi hermanita canta:

La tierra es una naranja.

La luna llorando dice:

Yo quiero ser una naranja.

No puede ser, hija mía,

Aunque te pongas rosada.

Ni siquiera limoncito.

¡Qué lástima!

 

(Dos lunas de tarde. Canciones)

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