Esbozos acerca de «La genealogía de la moral» de F. Nietzsche (IV)

«Que los sanos permanezcan separados de los enfermos, guardados incluso de la visión de los enfermos, para que no se confundan con éstos»[1].

Ahora que la moral del cristianismo se ha transfigurado, ha emergido una nueva generación de resentidos, cuyos espíritus están corrompidos por su enfermedad. Achacan su debilidad, su sufrimiento a cualquiera que irrumpa en su camino. Sin embargo, su pestilente aliento no es fácil de percibir. Se han encargado de disfrazarlo con perfume, barato, pero aún así perfume. Son la nueva generación de victimistas que se nutren del rencor, porque se saben seres despreciables, míseros, muertos. Y atacan a los sanos, pues la envidia los corroe.

El enfermo vive por y para el rencor del supuesto daño que le han causado otras personas. No se trata de odio, pues el odio es algo sano, natural, sino de rabia contenida, desprecio hacia sí mismo en realidad, eso es lo que empuja la vida de los enfermos. Y encuentran la expiación de su dolor a través de convencerse de que la culpa reside en los demás.

El sano no precisa de la miseria ajena para sentirse vivo, más bien ocurre todo lo contrario.

«¡Aire puro! ¡Buena compañía, la compañía de nosotros!, ¡o soledad, si es necesario! Pero en todo caso, ¡lejos de las perniciosas miasmas de la putrefacción interior y de la oculta carcoma de los enfermos!»[2]

«Lo superior no debe degradarse a ser instrumento de lo inferior»[3].

El fuerte no ataca por la espalda, siempre lo hace de frente, con fuerza, con furia y con la verdad por delante. Esos que se llaman a sí mismos «los morales», que pretenden que creamos que se rigen por una ética muy superior a la de los fuertes, la ética del débil cristianismo, esos, digo, no aceptarán cualquier indicio de superioridad o libertad. Y no tardarán en llamar «egoístas» a los fuertes que así actúen.

El enfermo siempre está al acecho, es taimado, cauteloso. Se esconde en su madriguera y observa quedo. Con el propósito de encontrar en el fuerte su punto débil o una acción que sea considerada por él, (enfermo) inmoral, para correr hacia el fuerte y gritarle: «¿Te das cuenta? Eres un inmoral, un egoísta. ¡Eres malo!».


[1] Friedrich Nietzsche: La genealogía de la moral, Madrid. 1995, página 145.

[2] Ibídem, página 145.

[3] Ibídem, página 145.