Estrés

Uno de los grandes males de este nuestro siglo XXI es el estrés. Una patología que se caracteriza por una subida de adrenalina nada más salir de la cama y posteriores movimientos espasmódicos o sincopados durante todo el día. A los que padecen esta enfermedad les horroriza perder un segundo de su preciado tiempo y para que esto no ocurra se dedican a estar haciendo algo siempre. No importa lo que sea ese algo; puede tratarse de un trabajo, de unos estudios, de las dos cosas al mismo tiempo, de la casa, qué sé yo. Incluso hay quienes practican técnicas de relajación en alguna escuela fundada hace unos pocos meses. Relajarse, esto es lo que tendrían que hacer las personas, pero no en una escuela o un cursillo – no existe palabra más menuda y completamente paralela a lo que la relajación es, algo grande, profundo y sereno -, sino parándose un minuto para intentar respirar, si la contaminación de esta ciudad se lo permite.

¿No se han fijado ustedes que todo el mundo va rápido a alguna parte? Van rápidos al trabajo que tanto detestan. Van deprisa al universidad,  al instituto, a eso llamado “módulo”, al cursillo, de compras, van rápidos al médico, ¡hasta a sellar el paro! Y no estoy hablando únicamente de personas adultas, me refiero también a adolescentes y a los niños. Estos últimos se ven envueltos en una vida llena de prosas y de frases como “va, que llegamos tarde”, “venga, ¿quieres darte prisa?”.  Angelitos, y ellos van con la lengua fuera, a pesar de que su naturaleza les pide un poco más de calma. Cada día que salgo a la  calle veo a madres tirando del brazo de su hijo, a padres triando del brazo de su hijo e incluso a abuelitas que, en una demostración de fuerza sobrehumana, tiran del brazo de su nieto mientras intentan batir el récord mundial de los cien metros lisos al cruza el paso cebra.

Existen medicamentos y terapias para combatir el estrés, pero ¿qué me dicen  de esos niños que al poco tiempo de nacer se les introduce en un mundo intensamente estresante de idas y venidas con la lengua fuera?

Alto ahí, por favor, empecemos a abrir el camino menos transitado de la apacibilidad, el sosiego y el por qué coño tengo que estresarme tanto por estas chorradas.

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Fotografía de © Carmen Lloret