Gene Kerrigan: «La Furia»

la furia foto 1Cómo no, tenía que ser Sajalín quien nos trajera “La Furia” (Sajalín, 2015) a zonas peninsulares. ¿Quién si no iba hacerlo? Grandes amantes de la literatura irlandesa, el autor elegido para esta ocasión, Gene Kerrigan, responde a un más que nutritivo modelo de periodista volcado en el terreno de la novela. En su caso, no podemos hablar de novela periodística. No, Kerrigan  no intenta ser la versión irish de Truman Capote ni tampoco la de David Simon. Y es que si los libros del gran cerebro de “The Wire” se mueven en un tono de serie a largo plazo, incluso de gran novela rusa, pero filtrada en profundas radiografías de las estratosferas más duras de la sociedad y primerísimos primeros planos de cómo funciona todo, y digo TODO, el sistema policial, Kerrigan apunta más hacia un tipo de relato con una historia central muy definida, en este caso dos, perfectamente abordable como una película corta. Es más, no me extrañaría lo más mínimo que en no mucho tiempo algún director avispado se diera cuenta de las tremendas posibilidades que encierra esta novela. Porque la materia prima que moldea Kerrigan es de las que tienen esa doble mirilla: sirven tanto para construir un guión potente, constante y adictivo, como para mostrar un entorno que toca con los grandes males de la sociedad irlandesa. Siendo una novela policial, entre sus páginas emergen discusiones sobre el funcionamiento de la Iglesia irlandesa, el origen del desempleo actual, una crítica muy dura hacia los banqueros de su país; pero, sobre todo, la idiosincrasia irlandesa ante los continuos atentados vividos a lo largo de los años: cómo callar la puta boca, cómo endiñarle el muerto al cabeza de turco adecuado, cómo dejar que un caso muera de inanición entre kilos y kilos de olvido. En resumen, tal como reza la contraportada del libro, “un fascinante retrato de la Irlanda contemporánea”. Bueno, en este caso, quizá falte alguna referencia a la obsesión crónica con la que los irlandeses degluten el forofismo futbolero. Pero tampoco hace falta, ni ganas.

En cuanto al relato en sí, los dos polos están perfectamente definidos. En un extremo se encuentra  Bob Tidey, un policía nada excepcional, divorciado, que aún se agarra a un casi perdido ideal de policía honrado, aunque en su caso queda perfectamente descrito más como una necesidad vital que como una alegoría de la búsqueda de la justicia. Lo más perspicaz del asunto es la sequedad con la que lo dibuja Kerrigan. Pese a alguna acción digna de un Ken Loach tarantinizado, Tidey no responde a ningún tipo de policía excepcional. En un momento del libro queda perfectamente subrayado, cuando un compañero le dice que no juegue a ser Sherlock Holmes ni Sam Spade. Ni más ni menos.

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Gene Kerrigan. Definitivamente, tiene cara de irlandés.

En el otro lado del ring, Vince Naylor resulta ser la gran atracción y leitmotiv de toda la trama. Imposible pensar lo contrario ante su perspectiva de la vida, más digna de un vikingo que de un psicópata del siglo XX. Pese a ser un criminal con impulsos sádicos, Vince resulta ser un personaje fascinante por lo claro que lo tiene todo en la vida. Se conoce perfectamente a sí mismo, no se trata del topicazo clásico, “la sociedad me ha hecho así, estoy perdido en la vida”. No, en ningún momento da esa sensación. Siempre desprende una seguridad contagiosa, tanta como para poder considerarlos como uno de los retratos más poliédricos sobre un criminal realizado en estos últimos años. Pero lo bueno es que Kerrigan tampoco quiere retratarlo como un personaje falso de Tarantino. Tampoco se nos lo muestra como lo cool que es ser criminal. No, ni Vince Naylor cuadraría dentro del reparto de “Pulp Fiction” (1994) ni Tarantino va a comprar los derechos de esta novela para hacer una película. Mejor así, sin duda. Naylor es tan real que asusta de verdad. Su paciencia, tranquilidad, pero también su manera de salir fotografiado en los ficheros de la policía, saliendo “con el aspecto de un futbolista que acaba de enterarse de que lo han nombrado mejor jugador del partido”. Tan aterrador como representativo.

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Los irlandeses y sus tradiciones… Delirantes.

En lo que se refiere a la contrucción de “La Furia”, Kerrigan la ha dividido en cuatro bloques bien diferenciados, con “El golpe” y “La tormenta” como grandes puntos de eclosión narrativa. Si bien en los otros dos, Kerrigan adopta un tono más contextual, pero siempre con los pensamientos de frente, ojo. En el caso de “El golpe”, todo gira en torno al plan de Naylor y su banda. 106 páginas de pura adrenalina, en las que Kerrigan nos deletrea la acción a la usanza de las grandes películas policiales de los ’70. Podemos presenciarlo todo en directo, pero también los dilemas y choques entre los diferentes protagonistas que están involucrados en los  dos bandos. Por la parte de “La tormenta”, estamos ante un clásico estallido de venganza a la irlandesa. El tono mafioso alcanza su punto álgido, en un crescendo continuo que revienta en el único final posible que podría tener esta obra, desde ya, imprescindible tanto para los amantes del género como a todo quisqui que le entre mejor una novela con una buena pinta negra en la mesita, bien a mano.