George Miller: «Mad Max. Furia en la carretera»

Mad Max PortadaPodríamos decir que en el cine existe el  síndrome de George Lucas. Lo definiríamos como la capacidad innata que tienen algunos directores para olvidarlo todo sobre sus propias películas, para luego hacer una secuela que parece diseñada por el vecino porque no se parece en nada a las partes anteriores. Lo llamaremos síndrome de George Lucas porque el hombre es un auténtico maestro en estas lides, véase por ejemplo Indiana Jones y la Calavera de Cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008), o los tres primeros episodios de Star Wars. En ambos casos pervierte sus propios universos y personajes, llevándolos hacia una deriva en la que los efectos especiales importan mucho más que el resto de factores.

Entonces, cuando supimos que George Miller se planteaba reiniciar la saga Mad Max, nos echamos a temblar ante la posibilidad de contemplar un nuevo caso del síndrome George Lucas. Por suerte, George Miller ha salido indemne del envite y sin retocar digitalmente hasta el talón de Mad Max.

Mad Max (Mad Max: Fury Road, 2015) no solo revisita el future postapocalíptico de las primeras entregas, sino que lo expande y retuerce para que todo sea más agresivo y más atroz. Todo empezando por su protagonista, Max es más Mad que nunca, pareciendo por momentos un animal rabioso, encarcelado y atrapado por una secta que vive en comunidad y produciendo su propia gasolina y armamento, dirigidos por su señor de la guerra. Usado como bolsa de sangre, y con un bozal metálico, Max rabia su venganza mientras todo a su alrededor parece igual de enloquecido.

Es el momento de la aparición estelar de Furiosa, interpretada por Charlize Theron, que desmonta cualquier personaje femenino frágil. Muy al contrario, Furiosa es un elemento imprescindible, y muy creíble, dentro del universo. La gota final que colma el mundo violento que desfila ante nuestros ojos, y a la vez quien le da algo de sentido a todo, porque es la única que tiene un objetivo: escapar. Todo lo demás es un desfile de especímenes de circo, a cada cual más molón, de disparos, choques y explosiones.

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Pero sí, Mad Max convence siendo pura diversión y teniendo un argumento no demasiado extenso, porque realmente es lo que requiere. Destila adrenalina de calidad y no da respiro alguno, prácticamente siempre cabalgando en sus bestias de acero como en una cacería humana. Finalmente, la presa también se convierte en cazador, casi sin solución de continuidad, y entonces comienza la traca final. Aunque lo justo es decir que esta película no baja el nivel de adrenalina casi en ningún momento.