Hazlo por Schopenhauer (VII): la (i)lógica de la rae

Una vez un austriaco entusiasta de la lingüística me dijo: «El idioma castellano es muy lógico«. Nunca antes me había detenido a pensar lo importante que era esto.

Ya hace algunos años que la RAE -la academia oficial de la lengua española- tuvo la brillante idea de cambiar una de las reglas más lógicas: El adverbio «sólo» y los pronombres «ése», «éste» y «aquél» -y sus respectivos femeninos y plurales-, que funcionen como demostrativos dejan de llevar tilde. Así, sin más. Con este paso la rae demuestra que la ortografía está por encima de la lógica. A pesar de que según las reglas generales de acentuación estas palabras no deberían acentuarse, llevaban tilde para diferenciarlas de sus homónimas y se englobaban dentro de la regla de la tilde diacrítica -el acento que se emplea para distinguir palabras que se escriben de la misma forma, pero poseen significados diferentes-. Por ejemplo: El adverbio «sólo» equivale a solamente, únicamente (sólo quiero estar contigo); el adjetivo «solo», a estar sin compañía (vino solo a la fiesta).

Éste es, sin duda, un paso más en la institucionalización de la simplicidad de un idioma, ya de por sí bastante simple. Pero acabar con la lógica de la lengua castellana, uno de sus más firmes pilares, es ridículo.

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«Quiero pasar de la responsabilidad de padre a la irresponsabilidad del hombre anárquico, al que no se puede constreñir ni sobornar ni calumniar». Henry Miller.

La rae se pasa, pues, por el forro la coherencia, y «recomienda» no tildar NUNCA estas palabras. Aunque haya ambigüedad. Que, según la rae, será inexistente si escribimos como Dios manda. Cito textualmente:

«Los casos reales en los que se produce una ambigüedad que el contexto comunicativo no es capaz de despejar son raros y rebuscados, y siempre pueden evitarse por otros medios, como el empleo de sinónimos (solamente o únicamente, en el caso del adverbio solo), una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de palabras que fuerce una única interpretación«.

Esto ya es el colmo. Mientras los señores de la rae se dedican a simplificar el idioma, ordenan a los demás cómo tienen que escribir. Que usen otras palabras si hay ambigüedad, ¡cuando son ellos mismos quienes han provocado esta ambigüedad! Antes, señores, no había el más mínimo equívoco, pues estas palabras llevaban tilde.

Pero la ruina no acaba aquí. Ahora viene lo bueno. En teoría los escritores están en su derecho de escribir con tilde semejantes palabras. Pero entre ellos y la publicación existe un oficio que es el de los correctores. Si una escritora escribe su obra acentuando los sólo(s) y las ésta(s) como dictaba la regla lógica anterior, nada puede hacer frente a un corrector que siga la norma nueva. Nada. Estamos atadas de pies y, sobre todo, de manos ante una imposición, disfrazada de «recomendación». La obra se desvirtúa, porque pasa por el aro contra su voluntad. Y a ver quién es el guapo que dice que no a una publicación por un acento. Sólo podemos agachar la cabeza con resignación y buscar otros escenarios donde podamos escribir con libertad, que los hay.

Un último apunte: No debemos olvidar, que si todos siguiésemos las reglas a rajatabla, especialmente las absurdas que no llevan a ningún lado, no habría innovación. El idioma empezaría a morir. Las lenguas son algo vivo, no quieren quedarse encalladas. La literatura exige libertad. Y el arte siempre busca abrirse paso entre las fisuras por muy delgadas que sean éstas.

Abur.