Henri de Toulouse-Lautrec, el genio del Moulin Rouge

Henri de Toulouse-Lautrec, (1864-1901) murió el 9 de septiembre de 1901 a los 37 años, la misma edad que su amigo y coetáneo Vincent Van Gogh. Expiró en el lecho de muerte de una habitación del castillo de Marlomé acompañado por su madre quien le alentó a pintar desde su infancia y que después de su muerte recopiló parte de su obra para constituir el museo que lleva su nombre en Albi, su ciudad natal.

0mzuuyetkmt7c5udqougyNacido en 1864,  Toulouse- Lautrec, fue considerado durante mucho tiempo un pintor mediocre y entró en la historia del arte como el primer artista maldito de fin del siglo XIX. Su breve vida y su luminosa obra estuvieron condicionadas por la deformidad de sus piernas a causa de la caída de un caballo a los 14 años fracturándose   los fémures que no llegaron a soldarse bien, debido a la consanguinidad hereditaria de sus padres, el conde Alphonse Charles de Toulouse-Lautrec Monfa y la condesa Adèle Marquette Tapiè de Céleyran, que eran primos. “El tronco, que era el de un hombre de estatura normal, parecía haber aplastado con su peso y el de la gran cabeza las cortas piernas que apuntaban por debajo”, relató Thandée Natanson,  editor de la Revue Blanche. Trató de combatir su fracaso físico, independizándose en el París canalla y marginal, evadiéndose de su realidad con una profusa ingesta de ajenjo que le llevó hasta el delirium tremens en 1897. En aquella ocasión disparó su revólver para defenderse del ataque de unas  imaginarias arañas.

Durante su vida se encontró con Suzanne Valadon, otra artista notable, lo que dio lugar a no pocas escenas de amor, rupturas y perdones. Toulouse-Lautrec sustituyó los salones aristocráticos de su familia por los prostíbulos de París, el hampa de la calle, los bares de cancán, los cafés cantantes de Montmartre y el salón de la Rue des Moulins, creando en poco tiempo una obra pictórica de proporciones históricas. En esos escenarios tomó aposento recibiendo a sus amigos como el gran señor que nunca dejaría de ser dentro de su insólita y literaria bohemia. Nadie como él para retratar y publicitar aquellos lugares de ocio en lo que puede calificarse como el nacimiento del cartel moderno. Fue, además,  el representante del postimpresionismo.

Instruído por Princeteau, León Bonnat y Cormon, amigo de Van Gogh, Emile Bernard, Oscar Wilde y Edgar Degas, Toulouse-Lautrec se instaló en la nocturnidad  parisina para, bajo la inspiración de las aspas luminosas del Moulin Rouge, pintar cantantes, bailarinas, ninfas y encopetados caballeros de frac, bombín y bastón con empuñadura de plata. Personajes como Jane Avril, La Goulue, Ivette Guilbert y Valentin le Désossé, han perpetuado su fama gracias al pintor.

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Toulouse-Lautrec fue un virtuoso del dibujo. Con un trazo firme y dinámico dejó para la historia del arte un legado de cuadros, litografías, posters y carteles que se erigieron como un icono indiscutible para las generaciones venideras, sobre todo el Art Noveau y el Modernismo. Tanto en su faceta como cartelista como en la de pintor construyó un lenguaje plástico nuevo utilizando tintas planas y colores claros, influenciado por la estampa japonesa, una pincelada enérgica, insaciable que dio a sus cuadros un efecto de velocidad. A diferencia de sus coetáneos postimpresionistas, no pretendió analizarse a sí mismo. Toulouse-Lautrec fue un observador nato, un refinado voyeur. Las escenas de los burdeles protagonizadas por las prostitutas se alejan de obras  de Degas o Manet que habían abordado antes el tema pero nunca de forma tan explícita como el retaco artista, que sorprende a las meretrices en su intimidad e incluso pinta escenas eróticas de carácter lésbico, hecho que aumentó más su reputación subversiva. Sus cuadros de las cocottes, de las bailarinas, del circo, van mas allá de la pintura, son el testimonio histórico de la época. El pintor retrató la vida de un París en ocasiones decadente, sórdido, pero siempre vivo y palpitante. El delirium tremens y sus ingresos hospitalarios resquebrajaron su estilo en los dos últimos años de su vida. Desaparecieron casi por completo los tonos claros, utilizó más material en sus obras, otorgándole un volumen hasta entonces inédito en el artista y el trazado, consecuencia de su contumaz borrachera, se volvió más inseguro. Este viraje fue debido a las crisis alcohólicas que fueron mermando su capacidad para dibujar, su ilusión por vivir.

Henri de Toulouse-Lautrec fue un artista que logró lo que muy pocos han alcanzado: vivir del arte siendo un genio sin que ello repercutiera o afectara a su obra. El gran cronista de la vida nocturna de París, unió la pintura y la realidad, consiguiendo hacer eterno lo instantantáneo, otorgándole a su obra un valor incalculable. A este personaje que un accidente le convirtió en un enano atípico, le bastaron unos escasos años de vida para incorporar su talento a la historia de la pintura moderna.

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Este artículo fue publicado en la revista Jano. Medicina y Humanidades en el número 1404, del 2001, página. 135, bajo el título «Toulouse-Lautrec murió hace cien años», y firmado por sus autores, Juan Soto Viñolo y Carmen Lloret.