Inés Olalla. “La duración de la belleza”

Más allá de ser letrista de Blacanova y Martes Niebla, Inés Olallaha nacido para extender los tentáculos de su palabra musicada hacia la letra sin fondo, impresa a papel. En blanco y negro. Poesía de raíz y tallo firme que, en su descripción sobre lo efímero -y también lo eterno- de cada instante con luz y sombras de la vida, emerge como una enredadera de sensaciones contradictorias, siempre maridando o divorciando dualidades. Belleza, muerte en vida, miedo, a lo largo de las 111 páginas que integran este libro, orbitan los astros de las grandes cuestiones, siempre anudadas al eje del individuo. Una odisea donde emoción y pregunta bailan un tango feroz bajo el tic-tac del amor-odio, de la idea que nos sobrevuela y que ella ha apresado con su cazamariposas para que le podamos poner cara.

No hay respiro en esta colección de poemas, donde Inés abre el ángulo de la palabra escrita con la misma dimensión en cinemascope que sus creaciones musicales. En “Me gusta tanto el vacío que palpita” escribe:

Sobrevivir es contradecirse

Somos tan frágiles

Que sonamos como copas de cristal

Enamorados de quien las araña

 portada

En “Liquidación” abruma por la economía verbal con la que afina sus pensamientos.

A lo sumo nos dejaremos vivir

Hasta agotar las existencias

Lo mismo en los aterradores versos que componen “Me aguantas este miedo”.

¿Me aguantas este miedo

un momento

mientras intento

                  volver a respirar?

Podría pasarme todo este artículo pescando dentro del generoso banco de peces reunido en este libro, pero acabaría siendo un acto de injusticia: como reflejar que aquí hay “momentos” que rescatar. Y no, “La duración de la belleza” (Ultramarina, 2017) es una sinfonía de cabo a rabo, una nave en la que no sobra ni un solo remo, donde todos los poemas avanzan a lo largo y ancho de un océano para el que nosotros, los lectores, somos náufragos que nos agarramos al verbo de Inés como última oportunidad de reconocer la belleza, ajenos al halo cargante de moral al que se refiere Braulio Ortiz Poole en el prólogo.

En tiempos de posmodernismos de chichinabo y toda clase de postureos disfrazados con la careta de lo “nuevo”, Inés aboga por lo más difícil: quebrar lo efímero y crecer como una flor silvestre entre las rendijas del tiempo, robando las horas, los días, los años, de todo intento por poner fecha de caducidad al arte de una cazadora de emociones a flor de piel como ella.

Por si aún no había quedado claro en su obra musical o en “Hay cal en tu puerta (…también poemas)” (1998), su libro de poemas, compartido con Carlos Calvo y  Paco Herrera, su nuevo libro la ratifica como una de las figuras con más tino y arte en el noble arte de la palabra visual, la que se queda bailando en nuestro subconsciente, esperando siempre a tomar el primerísimo primer plano de nuestros pensamientos y, aún más importante, arrojar luz ante las sombras de nuestras emociones.