Jean-Jacques Annaud: «El Nombre de la Rosa»

El_nombre_de_la_rosa 3El pasado 19 de febrero la vida de Umberto Eco se apagaba definitivamente en Milan. 84 años de una vida apasionante de un experto en semiótica, de un escritor y filósofo italiano con una multitud de ensayos a sus espaldas. Alguien con un apabullante dominio del lenguaje que plasmó en cada una de sus novelas, adorado en su Italia natal y respetado en todo el mundo. Sin embargo, quizá la figura de Umberto Eco no hubiese sido tan recordada y tan querida, si en 1986 no hubiese escrito El Nombre de la Rosa (Il Nome della Rosa). Porque todo lo anterior es cierto, y el señor Eco podía maravillar con sus palabras, pero a la vez resultaba casi inaccesible para quienes no buscaban una lectura tan culta. Fue en dicha novela donde la lectura culta y el entretenimiento se dieron la mano y, sin renunciar a sus principios, bosquejó una abadía imperecedera repleta de sorprendentes personajes.

El éxito fue fulgurante, la historia del Sherlock Holmes medieval fue rápidamente traducida a multitud de idiomas. Las historias detectivescas siempre habían sido del agrado del gran público, y era fácil de adivinar que pronto llegaría la oferta de alguna productora cinematográfica. Fue el director francés Jean-Jacques Annaud quien instó a su representante a que negociase la compra de los derechos de la novela. Según él mismo cuenta, lo hizo sin tan siquiera haber terminado la novela, más o menos al llegar a la mitad de la historia, la cual devoró hasta el final, momento en el que decidió que tenía que filmar esa película como fuese.

La historia del cine está llena de escritores que venden los derechos de un libro suyo, para luego quejarse amargamente del resultado final o tratar de imponerse en cada aspecto de la producción. Sorprendentemente, Annaud decía que Eco le dio casi total libertad, sólo le dio una única orden: debía ser rodada en inglés, ya que consideraba que era el latín de nuestros tiempos. De esta forma, Eco le daba a entender a Annaud que él se había encargado de plasmar esa historia en negro sobre blanco, y ahora era él quien debía darle forma visual, usando otro lenguaje, el lenguaje cinematográfico. Sin duda, un sueño para un director.

No lo fue tanto el casting para interpretar a Fray Guillermo de Baskerville, el Holmes medieval protagonista, e inicialmente estaba pensado para Robert de Niro. La decisión duró tanto como la entrevista personal con el actor, en la que dijo que estaría bien añadir un duelo con el inquisidor Bernardo Güi. Cuando Annaud le dijo que dicho duelo ya existía, que era un duelo dialéctico, de Niro replicó que él se refería a un duelo de espadas. Tras el chasco, Annaud comenzó a recibir insistentes peticiones del representante de Sean Connery, que tenía un gran interés por el papel ya que creía que era el que le podía quitar definitivamente el sambenito de James Bond. Pero eso precisamente, su pasado como Bond, era lo que echaba para atrás a Annaud, que rechazaba una y otra vez la propuesta. Todo terminó cuando Connery viajó para encontrarse con Annaud, entró con gran decisión y cogiendo unas hojas del guion recitó la parte de Guillermo de Baskerville. Entonces, Annaud cambió de opinión.

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No acabaron ahí las dificultades, ya que la exhaustiva documentación que Umberto Eco llevó a cabo para escribir la novela, exigía un trabajo al menos igual de minucioso para llevarla a imágenes. Por ello se cuidó hasta el último detalle, buscando abadías por toda Europa, encargando la fabricación de libros de la misma forma que se hubiese hecho en la Edad Media, al igual que los hábitos de los monjes. Incluso en el propio casting de los habitantes de la abadía se notó el esmero, porque el elenco de feos, según el propio Annaud, era de infarto.

Como anécdota quedaría el diseño de la biblioteca. Cuando llegó el momento de hacerla real, Annaud se dio cuenta que el diseño del libro no tenía sentido, ya que hablaba de una enorme torre en la que, sin embargo, en su interior sólo había habitaciones al mismo nivel. Cuando Annaud se lo dijo a Eco, éste reconoció el error y dijo que había creado una enorme pizza.

Tras meses de rodaje, e innumerables clases de canto gregoriano, El Nombre de la Rosa tomó forma definitiva. Un relato más simple que la novela original, algo entendible por tener que ceñirse a las dos horas de metraje, con personajes bastante importantes ausentes y con pasajes eliminados, pero con un resultado que satisfizo a Umberto Eco, algo muy importante para Annaud.

El Nombre de la Rosa triunfó en la mayoría de frentes que abordó, en construir una trama reducida con precaución que atrapase al espectador, en conseguir una interpretación coral de relumbrón, en la recreación con rigor de la época medieval, en la música que rodea, aún más, con un halo de misterio a la abadía. Seguramente no será recordada como una gran obra maestra, pero lo que sí consiguió es ser ejemplo de cómo adaptar una novela a la gran pantalla.

La novela encerraba una gran cantidad de misterios, algunos ligeramente destripados en apostillas que Eco publicó posteriormente. Pero la mayor parte de ese microcosmos, que a su manera representaba la realidad de la situación mundial de la época, quedará para siempre rodeado de misterio.