Kuroneko – El gato negro

PortadaDurante su centenaria vida, Kaneto Shindô rodó 48 películas y escribió más de 200 guiones. Una prolífica carrera que inició bajo la tutela de Kenji Mizoguchi, de quien realizó un documental sobre su vida en 1975 y de quien, sin duda, heredó su querencia por plasmar personajes femeninos de fuerte carácter, alejados de la débil damisela que pareciese que debiera imperar en una sociedad fuertemente patriarcal como es la japonesa. Dos de sus obras más recordadas se adentraban en el género del terror, protagonizadas por fantasmas o demonios femeninos. Una de ellas sería Onibaba (Onibaba, 1964), la otra es la que hoy nos ocupa: Kuroneko (Kuroneko, 1968).

Más allá de las similitudes que podremos encontrar entre Kuroneko y Cuentos de la Luna Pálida de Agosto (Ugetsu Monogatari, 1953) de Kenji Mizoguchi, otro nexo en común con su primer mentor, Shindô dota a su obra de su propio aura. Principalmente se muestra mucho más crudo en su primer escena, un claro alegato en contra de la violencia sobre la mujer y de su consideración como mero objeto de placer puesta a disposición del hombre. En este caso del samurái, señor de la época feudal japonesa que se encontraba en una casi perenne guerra de norte a sur, en la que los samuráis eran luchadores que gozaban de un respeto que les colocaba por encima de la población. Esta fingida superioridad moral es la que da pie a que un grupo de ellos asalte una pequeña casa en la que viven una mujer y la esposa de su hijo. En una escena en la que se insinua más que se muestra, pero sin perder truculencia gracias al inteligente uso de la cámara de Shindô, en la que alterna las grotescas muecas de los samuráis con la brutal resignación de las dos mujeres. En un brutal golpe de efecto final, Shindô muestra un plano general donde vemos a los samuráis abandonando la casa, para que al poco tiempo veamos cómo comienza a salir humo y sepamos que, sin conformarse con la violación, han prendido fuego a la casa y el destino de ambas está sellado.

La aparición de un gato negro, que juega entre los cuerpos de las dos mujeres, simboliza el pacto que sellan con el demonio para poder volver como fantasmas y con un objetivo claro: matar a todos los samuráis que puedan. La joven, cargada de insinuante erotismo, se centra en atraer con sus encantos a todos los samuráis que se acercan a la puerta de Rajomon, guiándole desde allí a la espectral casa donde aguarda su compañera. Tras el cortejo beberán de su sangre, hasta que entra en escena su hijo y marido, respectivamente, que regresa triunfante de la guerra. Él, ascendido por su valentía, recibirá el encargo de investigar y terminar con los fantasmas de la puerta de Rajomon.

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Shindô se centra en contraponer lealtad con amor. Tengamos en cuenta que la lealtad y el honor son valores centrales en la sociedad japonesa, por lo que la duda del samurái protagonista entre obedecer a su señor y rendirse a su esposa y madre, pese a saber que se han convertido en demonios aunque conserven su apariencia, no implica una respuesta tan sencilla como se podría pensar. Pero en esta ocasión no es únicamente la opinión del samurái la que se tiene en cuenta, sino que también su esposa tiene su propio dilema que es el que realmente determina el desenlace de la película, pese a que inicialmente nos pueda dar la impresión de que Kuroneko se centra únicamente en una historia de venganza contra el género masculino.

Kuroneko es una película imprescindible para quienes se quieran profundizar en el cine japonés, las interpretaciones siguen muy influenciadas por el kabuki, teatro japonés, como era marca de la época, pero la dan una simpar fuerza en las escenas de confrontación, ya que consolidan una reacción lógica frente al espectral espectáculo que los incautos samuráis contemplan.