La Bruja (The Witch)

the_witch-480212918-largeEl cine de terror moderno es sinónimo, en la mayoría de ocasiones, de una escena planteada con supuesta tensión, momento de silencio o de música moderada, cara de susto del protagonista, o la protagonista, y entonces… ¡Zas! Subidón de volumen y respingo en la butaca por el susto. Resultón, sí, pero también es cierto que es la versión cinematográfica de cuando el simpático de turno se acerca por tu espalda y te grita ¡buh! Atrás queda todo aquello de crear atmósfera y de mantener la tensión por lo que pasa en la pantalla, y no porque te azoten el oído.

Por suerte, no todo el panorama es igual y de vez en cuando hay películas que trata de hacer cine y no fuegos artificiales. En esa privilegiada lista podríamos incluir a la creación de Robert Eggers, La Bruja (The Witch, 2015), que recuerda poderosamente a tiempos pasados, tanto en su concepción artística como en su forma de desarrollar el argumento.

La Bruja nos cuenta la historia de una familia expulsada de su comunidad religiosa, lo forman William, el padre, Katherine, la madre, la hija mayor Thomasin, Caleb y los gemelos Mercy y Jonas. La familia se va a un aislado bosque donde Katherine da a luz a un nuevo hijo, Samuel, quien desaparece misteriosamente mientras estaba al cuidado de Thomasin. Tras infructuosos intentos por encontrarlo, incluyendo una primera incursión en el bosque donde nos empiezan a mostrar que algo raro ocurre, las sospechas comienzan a caer sobre Thomasin.

La educación ultra religiosa de la familia les incita a buscar explicaciones poco terrenales, y a sospechar de la presencia del demonio y su posible influencia sobre Thomasin. Es entonces cuando la tensión se traslada poco a poco desde el bosque hasta la casa de la familia, ya que el tiempo no curar sus heridas, sino que más bien parece abrirlas más y más.

Cuando Caleb desaparece en el bosque, para reaparecer después en estado de shock, las dudas de la familia no hacen más que crecer y los acontecimientos se van precipitando poco a poco. Momento dramático perfectamente resuelto gracias al buen hacer de los actores y del director, que no tiene prisa ninguna por resolver la historia, ni tampoco querencia por enfadar al espectador con sustos fáciles.

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En cuanto a la realización artística, La Bruja fue rodada siempre con luz natural o, cuando se encuentran en lugares cerrados, como mucho con las luces de las velas como si de Kubrick en Barry Lyndon se tratase. Todo eso se nota, y mucho, en la imagen, que respira clasicismo no forzado, con esa luz tenue y suave, nada artificiosa, que le sienta como un guante a una historia inspirada tanto en los clásicos del cine como en relatos reales tomando incluso diálogos sacados de crónicas de la época.

Por suerte, la buena recaudación de La Bruja puede animar a que otros sigan su senda y nos hagan olvidar un poco más todo el cine de terror de artificio.