La era del consumo (III): consumismo desmedido

«No sabíamos que éramos pobres porque todo el mundo estaba en el mismo barco. Mi padre hacía que la Navidad fuera especial, porque siempre procuraba que hubiera naranjas y manzanas con el par de botas o el regalo que fuéramos a tener».

«Pensaba que Santa Claus bajaría por la chimenea y que al día siguiente todos estaríamos contentos. Yo estaba feliz. Tenía caramelos y un par de cosas básicas que necesitaba y era feliz».

«Ya no es una fiesta tradicional. Antes estabas con tu familia, comprabas unos cuantos detalles y a la gente le gustaba. Ahora si regalas algo pequeño, nadie lo aprecia, al contrario»[1].

 

En las últimas décadas, el consumo se ha disparado de forma alarmante. «Se crea un producto nuevo cada tres minutos. ¿Es eso necesario?»[2], se pregunta John Thackara, diseñador y filósofo. El documental ¿Qué compraría Jesucristo?, de Rob VanAlkemade, estrenado en 2007, proporcionaba datos escalofriantes: «Las tiendas de Estados Unidos podrían vestir a todos los habitantes hombres, mujeres y niños de América del Norte, América del Sur y Europa a la vez. […] Este año los estadounidenses gastarán medio billón de dólares y generarán 5 millones de toneladas de residuos añadidos. […] Es probable que más de 15 millones de estadounidenses tengan una adicción diagnosticable a las compras. […] Por primera vez desde la gran depresión la tasa de ahorro de los hogares estadounidenses está por debajo de cero. El 60% tienen deudas a largo plazo por tarjeta de crédito y un millón se declarará este año en bancarrota»[3]. Y eso era justo un año antes del inicio de la crisis económica.

Hoy en día todo es susceptible de ser consumido de forma compulsiva, ya sean productos electrónicos, juguetes, ropa o calzado, pero también los mismos alimentos o  los viajes turísticos.

Según Valentin Thurn, autor del documental Taste the Waste (2010), en los países desarrollados la mitad de la demanda de trigo acaba en la basura. Con los alimentos que se tiran en América y Europa, se podría alimentar a toda la población mundial tres veces. Por no hablar de los efectos contaminantes de esta sobreproducción y desperdicio: «La agricultura causa un tercio de los gases invernadero en todo el mundo»[4]. Derroche ingente de energía, agua, pesticidas, fertilizantes, residuos, etc.

Se trata de la ideología de la abundancia que nació en Estados Unidos para aumentar las arcas del capital y contraponerse a la economía austera de la Unión Soviética, cuyo objetivo era cubrir las necesidades básicas de la población. A día de hoy los supermercados deben estar siempre llenos de productos, no debe existir ni un solo hueco en los estantes, porque esto significaría una fisura en el mismo sistema. Del mismo modo, los productos deben estar siempre disponibles, en cualquier época del año, a cualquier hora. Pan recién sacado del horno a las 11 de la noche. Fresas en enero. Todos los productos deben tener buen aspecto. Si alguno presenta una tara visible, queda descartado de inmediato.

El turismo es un sector aquejado por el consumismo desmedido. En apenas tres décadas se ha pasado de realizar unas vacaciones al año y hacer una escapada de vez en cuando el fin de semana a algún lugar cercano, a viajar de forma descontrolada, compulsiva, con el único fin, quizá, de colgar las fotos del viaje en alguna red social como Instagram.

En algunos lugares turísticos, la población en temporada de verano se ve doblada o incluso triplicada, con todos los desajustes que esto puede comportar para la población local -gentrificación- y el medioambiente -sobreexplotación de los recursos alimentarios para abastecer a los visitantes y cantidades ingentes de desechos, por ejemplo-.

Por no hablar del turismo alrededor de la fauna. En Birmania existe una atracción turística que consiste en subirse a lomos de un elefante y meterse en un lago. Los elefantes juguetean con sus trompas, sumergiéndolas en el agua y utilizándolas a modo de surtidor, rociando el agua sobre los turistas. Ahora bien, para que los turistas puedan disfrutar de esta actividad -harto degradante para los elefantes- éstos han debido de ser entrenados por lo menos durante un mes, siendo sometidos a un estricto entrenamiento: «Para ello es preciso hundirlo moralmente a base de vejaciones, como, por ejemplo, golpearlos en la frente con un punzón, o que estos animales, muchos de ellos pequeñas crías, pasarán el resto de sus días viviendo como esclavos»[5].

En muchos casos, los viajes turísticos consisten en invadir una zona donde habitan animales salvajes. Mientras los turistas gozan de la experiencia estética de contemplar la vida en su estado primitivo, los animales sufren de estrés e incluso se encuentran amenazados de muerte. En julio de 2018, el crucero MS Bremen, operado por la compañía alemana Hapag-Lloyd Cruises, hizo escala en Spitsbergen, la mayor de las islas en el archipiélago noruego de Svalbard, dentro del Círculo Polar Ártico. Fue entonces cuando un oso polar atacó a uno de los empleados y otro le disparó en defensa propia, causando la muerte del animal. El trabajador se recuperó. «Es increíblemente trágico. Cuando quedan únicamente 25.000 osos polares en el planeta, cada uno de ellos es importante»[6], declaraba Jeff Corwin, un conservacionista de la vida silvestre. El suceso causó una enorme indignación en las redes sociales. El usuario Sleepy Steve, alias @nicell70 escribió en un tweet el 29 de julio: «This story is abhorrent. Slaying an endangered wild animal in its natural environment, which was being invaded by gluttonous humans. Well I hope this sad event spoiled their experience (and what if this polar bear had dependent cubs? The too might now die). Evil!!»[7].

La sola posibilidad de que esto ocurra, de que un animal en estado vulnerable, fallezca a causa de la intromisión humana sin ningún tipo de finalidad más allá que el propio deleite de un puñado bípedos, debería ser motivo suficiente para no contratar a ese tipo de cruceros, o más bien, de prohibirlos.

Por otro lado, las ansias del capital, cimentadas en la sobreproducción y el consumo perpetuo, son causa de la mayor barbarie que se han visto desde el Holocausto. A este respecto, véase mi serie de artículos sobre El Congo en La Zancadilla. Aquí el primer artículo:  http://localhost/wp5_full/el-congo-i-atrocidades/

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El consumismo es un hecho global que afecta a nuestra visión del mundo, a cómo nos vemos a nosotros mismos y a cómo nos relacionamos con las demás personas y con nuestro entorno. Según John Thackara: «Cada vez más, dependemos de objetos para nuestra identidad y autoestima. Parte de esto es consecuencia de la crisis de aquello que solía darnos identidad, como la relación con la comunidad o con la tierra. O aquellas cosas sencillas que el consumismo ha reemplazado»[8].

Los dispositivos móviles constituyen un caso ejemplar. En mi artículo Breve historia de los móviles expongo, en clave de comedia, cómo la introducción de los teléfonos móviles significó un giro copernicano en la conciencia de las personas. En pocos años, los móviles se convirtieron en objetos de primera necesidad: «El asunto empezó a acelerarse. A cada momento, salían nuevos modelos. Los inalámbricos tenían cada vez más prestaciones, como cámara de fotos, juegos o linterna. La gente cambiaba de móvil en un lapso de un año o incluso de meses. Los aparatos grandes de la primera hornada pasaron de moda. Aquellos que todavía conservaban (y usaban) su primer móvil tenían que enfrentarse prácticamente a diario con comentarios del tipo: “Pero ¿adónde vas con esa cosa tan grande?”, “¿No ves que estás haciendo el ridículo?”, “Venga, cómprate uno nuevo”»[9]. Sin darse cuenta, las personas pasaron de ser clientes que compraban el producto que más les interesaba o les llamaba la atención -eso sí, siempre encauzados previamente por la publicidad-, a ser los representantes, los comerciales, de las compañías de los teléfonos móviles. «No son sólo las compañías, sino que es la propia gente la que incita a comprar móviles a aquellos individuos que todavía se resisten»[10].

Este giro brutal, sumamente peligroso, supone un punto y aparte en la mutación de la clase trabajadora: la pérdida absoluta de conciencia de clase y la rendición al aburguesamiento.

Ciertamente, el capital ha puesto mucho empeño en efectuar este cambio. Se ha gastado muchos millones en moldear el pensamiento de las personas a través de la publicidad y el marketing. Recuerdo cuando salió al mercado el iPod de Apple. Puse la CNN y la única noticia que anunciaban era la comercialización del iPod, ¡como si fuera una breaking new!

«Los grandes medios de comunicación dependen económicamente en gran parte de los anunciantes, es decir, de otras empresas que compran espacio publicitario. Son ellos los que en última instancia pagan los programas, por lo que ejercen un gran poder sobre la programación. Los medios de comunicación deben complacer a los anunciantes o, por lo menos, no enojarlos. La información que los grandes medios de comunicación difunden depende en parte del beneplácito de las empresas que en ellos se publicitan y por ello está muy lejos de ser neutral. El comprador, esto es, el público, no es el que decide en última instancia, sino el vendedor:
“Con la publicidad, el mercado libre no ofrece un sistema neutral en el que finalmente decide el comprador”[11]».
 Los niños son especialmente vulnerables: «En la actualidad existen muy pocos lugares en los que los niños estén a salvo de la publicidad corporativa, y que no se hayan convertido en plataformas para el 
marketing y la propaganda»[12].

Anuncios en televisión, en internet, en las calles, en el transporte público. Las luces deben estar encendidas a todas horas. Deben ser brillantes, parpadeantes, de colores; deben llamar la atención. El crédito debe estar a disposición del consumidor en todo momento. Ahora bien, de tal forma que no perciba su estatus de homo debitor. Todo está dispuesto para la gran fiebre consumista.

No obstante, hay quienes se resisten a esta dinámica, más aún desean revertirla. El reverendo Billy de la Iglesia Basta de compras lo tiene claro: «Nuestro objetivo es reducir el consumo. Si fuéramos capaces de cambiar la Navidad, cambiaría todo el año»[13]. Desde luego, el reverendo apunta maneras. ¡Nada menos que la Navidad!

En su tour del apocalipsis de las compras, recorre Estados Unidos difundiendo a pie de centro comercial sus prédicas. En pleno Black Friday, con una multitud amontonándose a la espera de que abran las puertas de una gran superficie comercial, el reverendo clama «¡Basta de compras!»[14]

 

«Me han amenazado de muerte. Me han seguido hasta el aparcamiento y han intentado darme una paliza como si tuviera todos los aparatos en el coche. Me han insultado, me han escupido. Incluso una mujer como de unos sesenta años me insultó y escupió por no tener una Play Station 3 para su nieto de seis años, pero en otras tiendas ha habido situaciones peores»[15], declara la empleada de un centro comercial.

Kafkiano.

Mientras tanto, el reverendo sigue con su misión: «Somos adictos, estamos en conflicto, estamos hipnotizados, consumerizados»[16]. «¡Expulsad a los demonios de esas cajas registradoras!»[17].

En serio, ¿qué nos aporta ser pisoteados por una manada de bípedos enajenados? ¿Qué nos aporta realmente consumir de forma desmedida?

Serge Latouche, profesor emérito de economía de la Universidad de París, apuesta por la fórmula del decrecimiento económico, esto es, situarnos al nivel de la producción y consumo de los años sesenta. Aduce: «Si la felicidad dependiera del nivel de consumo, deberíamos ser absolutamente felices, porque consumimos 26 veces más que en tiempos de Marx. Pero todas las encuestas demuestran que la gente no es 20 veces más feliz. Incluso podría haber una relación inversamente proporcional entre el crecimiento del consumo y el crecimiento de la sensación de felicidad»[18].

Aún así, las personas se ven impelidas a comprar nuevos productos constantemente. No sólo eso, a comprar productos cada vez más caros. En plena crisis económica se ha instaurado la cultura del lujo. Personas pertenecientes a la clase trabajadora se gastan cantidades enormes de dinero en productos que cuestan más de lo que pueden permitirse.

iPhone de Aple desde 639 euros.

Cafetera Nespreso 179,90 euros.

Televisor Samsung 65 pulgadas 1.399 euros

 

¿Paradójico? ¿Malvado? ¿O se trata simplemente de un paso más en la lógica del capital?

¿Por qué las personas se gastan tanto dinero en estos productos? Pues bien, el gusto por el lujo equipara a la clase trabajadora con las clases altas. Se trata de una cuestión de estatus. Al comprar productos caros, se diferencian, una vez más, de los que están por debajo, esos indigentes que vagabundean por las calles. De manera paulatina se ha creado el deseo de perder a toda costa su conciencia de clase, pues la clase se ha convertido en un estigma. También es una forma de evitar pensar en la propia vulnerabilidad. Un autoengaño.

La fascinación por el lujo, por el consumo, se ha visto plasmada de forma genial por el artista alemán Tomas Rentmeister en su pieza Sin título[19]. La obra consiste en un carrito de la compra sumergido en una montaña de azúcar. La esencia de nuestros tiempos está encerrada en esa obra. Las compras como algo sumamente dulce y adictivo, como un placer irresistible.

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foto de abdulla.saheem ii

[1]Declaraciones de tres personas desconocidas en Rob VanAlkemade: ¿Qué compraría Jesucristo? (What Would Jesus Buy?, 2007).

[2]Cosima Dannoritzer: Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada (Prêt à jeter ,2010).

[3]Ibídem.

[4]Valentin Thurn: Taste the Waste (2010).

[5]Carmen Lloret: «Comercio turístico de elefantes en Birmania», La Zancadilla, 3 de enero de 2014, http://localhost/wp5_full/comercio-turistico-de-elefantes-en-birmania/

[6]Kelly Murray: «La muerte de un oso polar a manos del empleado de un crucero provoca indignación», CNN, 29 de julio, https://cnnespanol.cnn.com/2018/07/29/la-muerte-de-un-oso-polar-a-manos-del-empleado-de-un-crucero-provoca-indignacion/

[7]Traducción de la autora: Esta historia es aborrecible. Matar a un animal salvaje en peligro de extinción en su entorno natural, que está siendo invadido por humanos glotones. Bueno, espero que este triste suceso les haya echado a perder su experiencia (¿y si este oso polar tenía cachorros que dependían de él? Ellos podrían también morir.) ¡¡Funesto!!

[8]Cosima Dannoritzer: Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada.

[9]Carmen Viñolo: Breve historia de los móviles, La Zancadilla, 10 de diciembre de 2017, http://localhost/wp5_full/breve-historia-de-los-moviles/

[11]Noam Chomsky y Edward S. Herman: Los guardianes de la libertad, Crítica S. L., Barcelona 2005
,página 43.

[12]Carmen Viñolo: Democracia y capitalismo. La falta de libertad hoy en día, Manuscrito, página 75.

[13]Rob VanAlkemade: ¿Qué compraría Jesucristo?

[14]Ibídem.

[15]Ibídem.

[16]Ibídem.

[17]Ibídem.

[18]Cosima Dannoritzer: Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada.