La ventana indiscreta

«Mi amor por el cine es más importante para mí que cualquier moral.»

Alfred Hitchcock

El teatro clásico griego poseía dos únicos géneros: la comedia y la tragedia, que tenían cada uno sus fines, distintos como dos polos, pero a la vez convergentes como una encrucijada. Con la comedia se pretendía que el espectador pasara un buen rato, se riera y olvidara así sus desgracias, o cuanto menos, su hastío. Por otro lado, la tragedia hacía ver al espectador que su vida no era tan amarga ni desventurada como la de los personajes de la obra que presenciaba. Ambos géneros aspiraban, pues, a una huída o lapso en la realidad inmediata del propio espectador.

El protagonista de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) de Alfred Hitchcock, Jeff (James Stewart), no puede asistir al teatro, ni siquiera al cine, debido a que está impedido por una pierna quebrada y escayolada. Sin embargo, enclaustrado en su pequeño piso encuentra en las ventanas de los vecinos del patio de enfrente no sólo una distracción a su tedio, sino un microcosmos de la sociedad repleto de historias, relaciones y misterios.

Jeff observa a sus vecinos durante semanas, haciendo conjeturas sobre sus vidas, interpretándolas, no siempre de forma imparcial, hasta el punto que acaba conociéndolos y estableciendo una intimidad y complicidad – aunque unilateral -, que nunca habría conseguido en una relación vecinal común. Se convierte así en un espectador frente al teatro de la vida.

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L. B. Jefferies (James Stewart), el fisgón por antonomasia.

Los títulos de crédito del comienzo del filme tienen como fondo un plano de las tres ventanas del apartamento de Jeff, cubiertas por cortinas romanas. Una tras otra van subiendo, revelando lo que será el escenario de la película, el patio interior del edificio donde habita el protagonista. Lo que verá éste y lo que veremos nosotros los espectadores. Porque los ojos de Jeff serán en todo momento los ojos del espectador. Se sube el telón. La cámara se acerca adentrándose en el patio y lo que vemos en primer lugar es un gato que sube las escaleras y se dirige a algún lugar, quizá a su hogar. Es el único vecino que vemos entonces, pero con ello nos muestra el genial realizador un escenario real, pues, ¿qué sería un patio interior sin su gato? También vemos al lechero que hace su cometido como todas las mañanas.

La cámara vuelve al apartamento de Jeff momentáneamente. Es verano. Lo deducimos del sudor que emana su frente y del termómetro que cuelga sobre una pared. De ahí vuelve a las ventanas y nos presenta a los actores o vecinos de la obra y su vida cotidiana: el compositor que se afeita y cambia de dial al escuchar un anuncio en la radio, que le deprime. Sintoniza entonces una emisora que emite música; la pareja sin hijos, pero con perro, que revelan una poesía y delicadeza propia de un filme neorrealista, pues duermen en el balcón por tal de aliviar el calor infernal de la ciudad en verano[1] y tienen colgado su despertador de la baranda; la seductora bailarina que practica su danza en ropa interior para deleite de los vecinos de enfrente, mientras se prepara el desayuno.

La cámara retorna al piso de Jeff para presentarnos a su inquilino, su profesión y la situación en la que se encuentra[2]. La pierna rota, así como la cámara fotográfica hecha añicos y la fotografía de un coche de carreras acercándose indefectiblemente a la cámara. Otras fotografías y material fotográfico se encuentran en el piso[3].

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Thelma Ritter encarnando a la enfermera que no se muerde la lengua.

La curiosidad del protagonista y su efecto inmediato, que es el hecho de observar, no se debe tan sólo a su discapacidad provisional, sino a su profesión de fotógrafo. Jeff es un mirón, o si lo prefieren, un voyeur, que, como todo lo francés, queda más fino. Pronto aparecerá la enfermera y asistenta – interpretada por la excepcional Thelma Ritter – que le reprochará al protagonista su casi enfermiza afición a atisbar por las ventanas, hecho que le acarreará, sin duda alguna, problemas. La sabia mujer no se equivoca. Jeff no tardará en descubrir un crimen perpetrado por uno de sus vecinos, Lars Thorwald (Raymond Burr), un vecino casado con una mujer enferma. Sus sospechas se acentúan a causa de la súbita desaparición de la esposa y el extraño comportamiento del marido. El descubrimiento del homicidio acabará por justificar y excusar la afición del protagonista.

De todos modos, Jeff no es el único mirón. Una secuencia prácticamente surrealista, pero no por ellos menos real, nos muestra a unas vecinas que, desnudas, toman el sol en la azotea de su edificio. Jeff las observa. Pero también lo hace un helicóptero que se aproxima hacia ellas. Los personajes de su entorno empezarán a sentir asimismo curiosidad y no podrán desviar la mirada de las ventanas por el misterio que ha descubierto el reportero y las historias que el patio cuenta. ¿Quién podría dejar de observar en la penumbra a un presunto asesino? ¿O a la dama que han apodado “corazón solitario”, que siempre viste de verde, porque ese es el color de la esperanza, cuando invita a un desconocido a su apartamento o cuando intuyen que desea quitarse la vida?[4]

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Judith Evelyn es la señorita Corazón solitario.

**

Las miradas desempeñan en este filme un papel decisivo, en cuanto a la narración de la acción, los pensamientos y sentimientos de los personajes. Por ejemplo, Jeff observa a una pareja de recién casados que entran en su nidito de amor. Se besan. Y el rostro de Jeff muestra una sincera alegría. De pronto él se dirige a la puerta, apremiando a su mujer a que vaya con él hacia fuera. Desaparecen del plano. Jeff mira extrañado, sin entender lo que hacen. Los tortolitos aparecen de nuevo, él la coge en brazos y traspasa así el umbral de su nuevo hogar. El plano vuelve a Jeff y nos dice “Ahora comprendo”. Se besan. Él intenta apartar su mirada frente a una situación tan íntima, pero no puede evitar contemplar la escena, con ojos de niño travieso. La mujer mira hacia la ventana, pudorosa – pudor que se le pasará muy pronto, ya que resultará ser una leona insaciable en la cama -. El marido entiende con su mirada que la mujer se preocupa de que alguien pudiera verlos en situación tan incómoda. Se dirige inmediatamente hacia la ventana y baja la cortina. Jeff mira decepcionado. Fin del primer acto.

Este tipo de miradas, que reflejan diferentes emociones frente a lo que observa el protagonista o los personajes que con él contemplan los acontecimientos, colman el filme. Un cruce de miradas muy interesante es el que se da entre Jeff y su amigo detective (Wendell Corey). Éste llega al piso de Jeff por la noche. Le saluda y escucha la voz de la novia del fotógrafo, Lisa (Grace Kelly), que entona una melodía. Ve su sombra también reflejada en la blanca pared. Jeff sigue los ojos del detective y le mira cauto y serio. El detective descubre el camisón de Lisa. Por un momento distrae su atención hacia el patio y observa lo que allí ocurre. Jeff mira a su amigo curioso, con la esperanza de que él comparta su opinión sobre el crimen que cree se ha cometido. Sin embargo, el amigo muestra más interés por la joven belleza, que por el presunto asesinato. Ella le dice “Creemos que Thorwald es culpable”. El detective no puede evitar mirar hacia el camisón y de allí dirige su mirada a Jeff. Su amigo y Lisa no están casados. Entonces, ¿quién es el culpable aquí?

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Wendell Corey, el detective incrédulo.

Jeff hace del vecindario el objeto de sus miradas. A través de las ventanas descubre las historias, los misterios y secretos de sus vecinos. No obstante, su apartamento podría ser objeto asimismo de unos ojos fisgones. El eterno conflicto entre el hombre y la mujer. Él no quiere comprometerse; ella quiere casarse. Él quiere ser libre y viajar por el mundo con su cámara. Ella desea que él se establezca y, quizá, formar una familia. Todo ello provoca discusiones, pero también reconciliaciones. Los ojos de cualquier mirón podrían quedarse clavados frente a tal espectáculo digno del mejor culebrón venezolano.

De hecho, el apartamento del reportero gráfico acaba siendo el foco de atención por parte de todos los vecinos al final del filme, cuando el asesino intenta arrojar al protagonista por la ventana. ¡Ironías del destino, el fisgón se ha convertido en el punto de mira!


[1] Otros filmes que han retratado excepcionalmente el calor neoyorquino son La tentación vive arriba (The Seven YearIitch, 1955 ) de Billy Wilder y Haz lo que debas (Do the Right Thing, 1989) de Spike Lee.

[2] Truffaut, François: El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid 2003, página 208

[3] Hitchcock  relata en el libro de entrevistas realizadas por el realizador francés François Truffaut El cine según Hitchcock, páginas 208-209 : “Es la utilización de los medios que posee el cine para contar una historia. Esto me interesa más que si alguien preguntara a Stewart: “¿Cómo  se rompió la pierna?” Stewart contestaría: “Tomaba una foto de una carrera de automóviles, una rueda se soltó y me ha herido”. ¿No es eso? Sería una manera vulgar de tratar la escena. Para mí, el pecado capital que puede cometer un guionista es que, cuando se discute algún problema, lo escamotee diciendo “Lo justificaremos con una frase del diálogo”. Y yo pienso que el diálogo debe ser un ruido entre los demás, un ruido que sale de la boca de los personajes, cuyas acciones y miradas son las que cuenta una historia visual.”

[4] Al respecto Hitchcock afirma: “Sí, el hombre [Jeff]  era un voyeur, pero ¿no somos todos voyeurs? En Ibidem, página 205

 

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