Lonelady: «Hinterland»

lonelady 1Me fijo en las listas de lo mejor del año pasado, reviso, remiro y vuelvo pegarle un buen repaso, y sí, es posible, ni rastro de los últimos álbumes de Micachu & The Shapes y Lonelady. Del primero ya hablaremos más adelante -para un servidor, una de los pocas muestras convincentes de romper la cadencia en círculo que viene viviendo el pop desde que entremos en el siglo XXI-; y del segundo, toca reivindicación en toda regla: no en vano, en su caso, la ceguera es todavía más sangrante. Pero, primeramente, pongámonos en antecedentes. Antes de que Hinterland (Warp, 2015) viera la luz, Lonelady dejó pasar un lustro desde la publicación de Nerve Up (Warp, 2010), en el que la mancuniana no cejaba en quitarle, definitivamente, la d a “Madchester”. Su relocalización de la influencia de los métodos de producción de Martin Hannett no pudieron tener metabolización más nutritiva. Por inercia, aquel disco levantó un cúmulo de expectativas ante  su esperada continuación. Sin embargo, la espera se comenzó a dilatar en el tiempo; parecía que no iba a llegar a nunca. Y cuando ya se había borrado su nombre de la memoria colectiva, llegó el regalo. Porque Hinterland es un truco de magia de cómo transfigurar una procedencia. Para esta ocasión, sus genes mancunianos han quedado reducidos a su  conexión con la pulsión selvática de A Certain Ratio, sin más. En un acto de pura prestidigitación casi imposible, lo suyo tiene más que ver con el post-punk tembloroso patentado en Athens por Method Actors a comienzos de los 80. Pero incluso esta fuente referencial queda modulada en una nueva criatura, totalmente renovada. De hecho, este disco suena como si Pylon estuvieran producidos por el Quincy Jones de “Off The Wall” (Epic, 1979).

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Para poder hilvanar las piezas de este asombroso híbrido, Lonelady ha ensanchado el objetivo de forma transcendental. De tales necesidades evolutivas, el brío funk está más presente que nunca, revistiéndolo con una capa de nitrógeno sintetizado. Las percusiones se tambalean desde los bordes, se trata de dub periférico. En ‘Groove It Out’ y ‘Silvering’ las guitarras suenan como kalimbas africanas y en ‘I (Can) See Landscapes’ la electricidad chispea como si Big Black hubieran sido abducidos por una jam de Fela Kuti. Todo el cuerpo musical está tejido con la fibra del ritmo. Aquí hay un propósito: hacer crujir el espacio sonoro bajo un crisol industrial de luces de neón. Fin que no sólo logra, sino que lleva a su máxima expresión. Semejante oda al esqueleto quebrado, me da que pensar sobre LCD Soundsystem. De hecho, en la superficie, tanto los propósitos de Lonelady como los de James Murphy son similares. Aunque nada más lejos de la realidad: mientras Lonelady pone sonido a las páginas que quedaron en blanco en los 80, James Murphy no hace más que expoliar y enmascarar. Donde Lonelady hace de la fusión de contrarios una mutación esplendorosa, el señor Murphy no hace más que sumar partes equiláteras. De verdad que si aún no habéis escuchado Hinterland, no esperes a que pase una década para que lo reediten: tus biorritmos lo agradecerán.

 

2 comentarios en «Lonelady: «Hinterland»»

  1. Ohh muy buenas las dos recomendaciones tanto Micachu & The Shapes como Lonelady, dos joyas que no conocía.

  2. Ya te digo, y ni Dios habla de ellas. Si te gustó el último de Micachu, prueba con su primer LP, uno de los mejores, y más infravalorados, de la década pasada.

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