Los desheredados: «Cutter y Bone», de Newton Thornburg

cutter y bone 3Desde que la editorial de Sajalín se ha puesto manos a la obra en darnos a conocer la obra del gran Edward Bunker, su seguimiento de los grandes de la literatura de fregadero anglosajona no ha dejado de sumar nombres de auténtico lujo. El último de estos es Newton Thornburg, que en 1976 escribió “Cutter y Bone”, para los conocedores de su trayectoria, la gran atalaya de su carrera. Aunque ya se sabe, estamos hablando de reconocimiento, y esta medida no siempre es correlativa de los verdaderos logros. A saber lo que nos pueden deparar esperadas nuevas traducciones al castellano de este autor, el cual, desde luego, resplandece como un retratista mayor de lo que es la fauna loser.  Bajo este enfoque, Thornburg se muestra en todo su esplendor a lo largo de las páginas de esta novela, desde ya, un clásico indiscutible. Eso, al menos, para todos los que sentimos un hormigueo especial ante retratos de personajes como son los desastrados Alex Cutter y Richard Bone. Mientras el primero responde a la estampa del típico veterano de Vietnam, cuya representación es la del rostro demacrado del gran invento denominado como “sueño americano”, el segundo es un gigoló de segunda división. No menos sintomático en su manera de hacer emerger la otra realidad que le han colado entre titulares resplandecientes al pueblo americano. Por ende, Bone es un hombre que ha perdido el contacto con su familia y que encuentra en Cutter a alguien, incluso, más desgraciado y perdido que él. En cuanto a Cutter, éste ha adoptado a Bone como su hermano de corredurías. Su relación está basada en una comunión alcohólica tras la que se esconde un tsunami de reproches, envidias y absoluto desconcierto ante lo que les pueda deparar una vida a la que no dejan de maldecir no sólo con palabras, sino con la sucesión imparable de actos estúpidos que llevan a cabo constantemente. Cada uno de ellos resuena como el complemento menos necesario del otro. Las dos piezas que dan tono de buddy novel a este relato, y que son contrarrestadas por un plantel de personajes femeninos que redimensionan la paranoia creciente de los dos protagonistas principales, unos que están obsesionados con jugársela al magnate J.J. Wolfe, y cuya presencia invisible sobrevuela cada página como una guadaña esperando su momento de hacernos saborear el sabor amargo a metal. No en vano, esta novela reproduce el mal que se esconde entre la maleza de la condición humana y su representación del capitalismo. Este mal aguarda en el pueblo de Ozark (Missouri), la meta final para la expedición suicida a la que se embarcan Cutter y Bone. El trayecto está marcado por un tono a road movie abocado a destino sin epílogo posible. Esta sensación se ve subrayada por la contraposición entre el Sur más enraizado al que han marcado rumbo con los espejismos engañosos, reflejados desde Santa Barbara, ese supuesto paraíso, y paradigma, del triunfador en el ideal de la vida de anuncio.

Para que esta excursión se haga aún más imprescindible, reluce con voz propia el estilo sesgado de Thornburg; sin duda, todo un maestro en sacar punta a la frase corta entre diálogos disparados con fluidez abrumadora. A esto hay que sumar su habilidad innata para dotar de diferentes perfiles a todas las frases que toman forma desde su máquina de  escribir. Thornburg es un maestro en este arte de la sabiduría escondida entre cada acción. Él lo sabe y se gusta. Pero nunca cae en la auto complacencia, sino que desemboca todo su talento en dar voz a un ramillete de personajes tan memorable que al lector no le queda otra opción que buscar una (deseada) pre-cuela a tan demoledor, y subyugante, trasiego de estados de ánimo bordeando sin red el precipicio.