Los Desheredados: «El Demonio» de Hubert Selby Jr.

El demonio portadaSiempre a la sombra de las seminales Última Salida Brooklyn (1964) y Requiem por un Sueño (1978), hoy toca rescatar del olvido este clásico maldito del más ilustre de los desheredados de la novela americana: Hubert Selby Jr. Para leer en momentos donde la depresión mejor no asome, El Demonio (1976) nace de la mejor manera posible: como la amplificación de los instintos autodestructivos de la novela corta póstuma de Tolstoi, El Diablo (1911).

Malsana, aterradora, taquicárdica, una bola de tendones apretada. Selby Jr, consigue lo que sólo un entomólogo del alma humana como él puede hacer: meternos en la mente y el cuerpo del protagonista, Harry; traspasarnos su volcán anímico en forma de lectura a horcajadas, deliciosamente abrupta, como un veneno inoculado al ralentí, en continuas, e irregulares, pequeñas dosis.

De ese tipo único de relatos que provocan un adictivo malestar físico en el lector; en realidad, El Demonio no dista de la sensación que pueda provocar la escucha de un disco de los Swans de los años ‘80 o el visionado de las películas más personales de David Cronenberg. Radiografía sobre la marcha, esta vez, para llegar a su fin, Selby Jr. no necesitará apoyarse en la espiral de chutes de heroína, anfetas y rayas de speed que inundaban a las creaciones de sus novelas más reverenciadas, unas de las que hasta Lou Reed se serviría para forjar el sustrato decadente, trágico, de Berlin (RCA, 1973). Porque, ¿hay peor droga que la que reside en la propia naturaleza humana? A lo largo de El Demonio, Selby Jr. nos mostrará las entrañas de un alma enferma, rechazando la felicidad ¿absoluta?, una que, como no, vendrá en forma de sueño americano cumplido: una mujer perfecta, totalmente entregada, en cinta; un empleo con grandes aspiraciones, maravillosamente remunerado; un hijo que lo adora… Pero no, cuanto mejor le va a Harry, el demonio interior más se irá apoderando de él, poco a poco, llevándole hacia un estado permanente de desgarro interior-paranoia exterior, diaria, sin visos de sintomatología, pero que, progresivamente,  irá alimentándose de unas necesidades que irán creciendo en forma de adulterio, cleptomanía, asesinato, hasta que a Harry no le quede más remedio que que enfrentarse a sí mismo en la lucha más dura de todas: la que se libra con uno mismo, donde el daño se multiplica por dos; aunque ganes, siempre quedarás extirpado de un pedazo de tu humanidad.

Un tour de forcé que te arrastra sin remisión a la amenaza que planea en todo momento, sobre todo en los reflejos de supuesta dicha, para lograr colarse en las ramificaciones nerviosas del que se adentra entre sus páginas, El Demonio arranca a la manera que únicamente pueden hacer los grandes narradores, los que saben que las piezas deben estar desde el principio sobre el tablero. Así que, no hay mejor ejemplo para enganchar al desprevenido lector, que mediante estas líneas iniciales de la novela, donde se describe con  pulso trémolo la esencia de Harry mediante sus actos iniciales: sin juzgar, ni nada que pueda entorpecer la evolución de un demonio interior imbuido en un espíritu tan podrido como pantagruélico:

“Sus amigos le llamaban Harry el Amante. Pero Harry no se tiraba a cualquiera. Tenía que ser una… casada.

Daban menos problemas. Cuando estaban con Harry sabían a lo que habían venido. Nada de cenas por todo lo alto. Nada de romanticismos. Si lo que esperaban era eso, se equivocaban, desgraciadamente; y si empezaban a hacerle preguntas sobre su vida o daban muestras, del tipo que fuera, de querer establecer una relación, él se largaba y asunto arreglado. Harry no quería complicaciones ni embrollos, nada de líos. Quería lo que quería en el momento que lo quería, y después despedirse con un movimiento de muñeca y largarse sonriente y tan campante.”