Los Desheredados: «El Diablo a Todas Horas» de Donald Ray Pollock

“Siento simpatía por los que terminan siendo malos, porque,

después de todo, yo los hice de esa manera”

Donald Ray Pollock, 2013

 

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El año pasado tuve el placer de asistir a una velada muy especial en el Primera Persona con el escritor Donald Ray Pollock. En esa fecha tan especial, Pollock se dedicaría a dar una charla sobre cuáles son sus motivaciones a la hora de escribir. La verdad, tras haberme leído su devastador primer libro, Knockemstiff (Libros del silencio, 2010) lo que esperaba, era encontrarme con una bestia parda, ajada por las bofetadas del que vive la vida desde una posición de total supervivencia, alguien abrumador; en la línea de  un Harry Crews o Edward Bunker. En las antípodas de estas figuras de roca marmórea, con lo que, en realidad, me acabé topando fue con un ser que desprendía una humanidad tan sincera que llegaba a sobrecoger; una persona tímida, agradecida, como un niño que con sesenta años que, de verdad, está descubriendo un mundo más allá del que describe con trazo epiléptico mediante su escritura. En ese momento me di cuenta de una cosa que ya había intuido en su debut: Pollock es un escritor honesto; sus historias inventadas superan la mera ficción para erigirse como cuadros perfectos; unos dibujados con los pinceles de la realidad que él mejor conoce: la de ese pueblo fantasma de Ohio, Knockemstiff, el mismo donde trabajó treinta y dos años para una fábrica de papel. Marco repleto de seres aislados por la sociedad, Pollock conoce mejor que nadie los confines del absurdo humano, las consecuencias de un aislamiento forzado que ha generado seres totalmente llevados por un sinsentido de religiosidad malsana, relaciones sexuales entre familiares, y todo los tipos de perversiones que uno pueda llegar a imaginarse. Superviviente en grado sumo, Pollock ha ido almacenando a lo largo de toda su vida una serie de experiencias que ha sabido volcar a través de un torrente literario de poesía tan cruda, que su mero roce provoca arenilla en los ojos y retuerce estómagos con una severidad muy a tener en cuenta. En su primera novela, El Diablo a Todas Horas (Libros del Silencio, 2012), Pollock ha seguido con la esencia visceral, movido por petróleo en las venas, de Konkemstiff pero, esta vez, lo ha llevado más allá. Los lugares son los ya conocidos, pero en esta ocasión, a lo largo de casi cuatrocientas páginas, el escritor sureño logra engarzar un género en sí mismo: una especie de mezcla brutal entre novela negra al margen – como las del gran Jim Thompson – y road movie nocturna, elevada a la máxima potencia; un fresco del horror de secano, entre el que, para esta ocasión, sí nos ofrece un rescoldo de redención, ausente en su anterior obra. Como el mismo Pollock confiesa: “Cuando escribí “El diablo a todas horas” pensé más en el lector, y sé que a la gente le gusta encontrar al menos un atisbo de esperanza o de optimismo al final de un libro. Cuando escribí las historias de “Knockemstiff” no tuve en cuenta al público en absoluto, porque no creía que jamás fuese a publicar lo que escribía. ¿Hace eso que “El diablo…” sea un libro menos honesto? No lo creo. En todo caso, el lector se convierte en otra influencia de la narración.”[1]

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Knokemstiff, cuando la realidad supera la ficción con creces.

 

En su última obra, Pollock vuelve a portar su bandera como máximo representante de los más desamparados; hasta el punto que su panorámica abarca a todos los exiliados de las convenciones sociales: desde los hijos de los tarados más alucinados hasta los criminales que matan por pura necesidad para encontrar un sentido a sus vidas. Porque Pollock conoce las circunstancias perfectas para que el mal germine. Su mirada es tan honda, que al leer historias tan brutales, como las que recorren hasta el último punto y final de esta obra, uno no puede más que sentir más que compasión por estas criaturas apartadas, terriblemente ingenuas. Pollock nos zambulle en las entrañas de estos personajes con la naturalidad del que ve este lado oscuro como una parte “normal” del mundo que nos rodea: “Seamos realistas: aunque la mayoría de las personas suelen ser amables y cariñosas, unas cuantas son malas. Por añadidura, si alguien piensa que mi trabajo sólo muestra “los actos más horribles imaginables”, es que no se han puesto al día de la actualidad. Mis personajes ni siquiera se acercan a lo que los seres humanos son verdaderamente capaces de hacer en términos de las “más bajas intenciones”. Las cosas que escribo son ligeras en comparación con, por ejemplo, la masacre de veinte niños en una escuela de Connecticut hace poco.”[2]

Dotado de una prosa dentada, seca y concisa, en esta novela Pollock ha macerado con mayor fluidez sus palabras en estiércol; las ha dejado secarse bajo un sol de infarto para que podamos oler hasta el último fragor de tierra y raíces que empaña cada línea de esta novela brutal, a la altura de las obras más importantes de Harry Crews, Edward Bunker o el mismísimo Jim Thompson. A diferencia de estos tres, Pollock no lleva una vida al límite, pero su visión desde los confines de la degradación del espíritu humano no tiene nada que envidiarles. Como mejor prueba de esto, El Diablo a Todas Horas se erige como un clásico contemporáneo; esa gran novela americana del extrarradio, geográfico y moral, que tanto se anhelaba. BÁSICA.



[1] Amat, Kiko: “Donald Ray Pollock: la vida era esto”, Rockdelux, 2013, en http://www.rockdelux.com/radar/p/donald-ray-pollock-la-vida-era-esto.html

[2] Ibídem