Los Desheredados: «Gallo de pelea» de Charles Willeford

gallo de pelea 2Hay escritores que, definitivamente, parece que han sido paridos desde el fondo de un tacho de basura. En los últimos años, estamos contando con la enorme suerte de poder contar con la obra editada en castellano de algunos de sus autores más representativos. Tal fue el caso del gran de Harry Crews, del que hace poco que pudimos disfrutar de una de sus novelas más impactantes: “Una infancia. Biografía de un lugar” (Acuarela, 2014). Precisamente, esta obra sirve como un ejemplo sintomático de la esencia de la que está tejida “Gallo de pelea” (Sajalín, 2015), el libro de hoy nos toca sacar del estante reservado a la “literatura de fregadero”.

En cuanto a su autor, Charles Willeford,  estamos, ni más ni menos, que ante uno de los all star de la facción de desheredados de la literatura americana surgidos en la segunda mitad del siglo XX. No en vano, la primera impresión que surge tras la primera lectura de este libro es la de estar ante la película que a Sam Peckinpah le hubiera gustado filmar de habérsele pasado por la mollera sacarse de la chistera un film de gusto crepuscular. A su particular manera, claro.

La violencia contenida es, precisamente, el hiperrealismo de la violencia contenida mostrada es, precisamente, uno de los aspectos que tienen en común Willeford y el director de origen cherokee. De esta conexión invisible se revela un muestrario de personajes donde lo icónico marida con la realidad más cruda. Sinceramente, antes de abrir la primera página de este libro, recomiendo encarecidamente no pasar por alto la biografía descrita del señor Willeford. Visto tal currículum -que no pienso desvelar, sería pecado-, uno se pregunta hasta qué punto este hombre entendía la ficción como una vía alterna a la realidad. En su caso, no era más que una bifurcación más dentro de un imaginario de experiencias creadas a partir de vidas de otros personajes siempre menos interesantes que el autor en cuestión. Desde este pedestal, resulta de gran interés poder comprobar cómo pueden surgir las motivaciones para hilar un reguero de vidas que, lejos de servirle como modelo de vía de escape, siempre están enfocadas desde los ojos del que lo ha visto todo y no se vanagloria de ello. Vamos, todo lo contrario que típicos novelistas de Universidad del siglo XXI como los siempre sobrevalorados Jonathan Franzen o Michael Chabon. Willeford es un escritor de la vida, no un teórico de la contemplación. Donde unos siembran historias nacidas para la admiración del “cómo”, Willeford hace sana apología del “qué” y “para qué”. O lo que es lo mismo, la diferencia entre hipsterismo -postureo- y expresión sincera.

 gallo de pelea 3Hasta el momento, sólo conocíamos migajas de su trayectoria, por medio de su inmersión en los terrenos de la novela negra. “Miami Blues” (1984) es una de sus cumbres, aunque donde realmente se sabe manejar Willeford es orbitando por las estepas olvidadas de la América Profunda, terreno al que pertenece esta “Gallo de pelea”, su novela más reconocida y la que debería servir para abrir la veta que nos traigan más ediciones en castellano de su obra; de la que estoy seguro, y tal como ya ocurrió con otros autores de Sajalín -vease el gran Edward Bunker-, se esconden más perlas a la altura de ésta, o incluso superiores. Pero no adelantemos acontecimientos de lo que debería ser un paquete de sorpresas mayores.

Respecto a la novela que nos atañe, en la metodología empleada para ésta podemos reconocer primos lejanos como el gran Harry Crews. Aunque en el caso de Willeford, éste sustituye el trazo grotesco por una mirada más íntima, repleta de un cariño empático hacia sus creaciones. Tal es es el retrato que hace de Ed Middleton, uno de los no pocos personajes inolvidables que pueblan las páginas de este libro, entre las que discurre el curso vital del silencioso Frank Mansfield. Personaje de culto donde los haya, Frank es el máximo protagonista de esta road movie hacia el sueño de su vida: ser el gallero del año. Ni más ni menos. Tal recorrido está dirigido en primera persona. En todo momento, somos partícipes privilegiados de sus pensamientos, de su Odisea particular. A lo largo de su viaje, el estilo de secano de Willeford nos va dejando escenas grasientas, entre las que brota el sudor de una fauna condenada a llevar tatuado el estigma del loser hasta el fin de sus días. Dentro del perfil que bordea cada descripción o acción, surge el humor: unas veces, cruel; otras, como una palmada amistosa. Porque si hay algo que valora Willeford a lo largo de esta novela -por cierto, ideal para que los hermanos Coen hicieran una de sus geniales adaptaciones cinematográficas-, eso es la amistad. Eso sí, siempre enfocada desde un punto de vista en el que no cabe ni un solo gramo de idealización. Con tal propósito, “Gallo de Pelea” emerge como un ejemplo de lo que significa escribir por necesidad de compartir la humanidad de un autor entre la gente. Y, de verdad, si de verdad sientes una sensación de empatía cuando ves que la grasa de la tinta ensucia la página, no lo dudes, éste es uno de tus libros.