Manifiesto: durante la pandemia, después

Nos enfrentamos a un panorama insólito en la historia mundial reciente, al menos en el hemisferio norte -no olvidemos las consecuencias catastróficas del virus del Ébola en África Occidental en los últimos años-.

Es preciso, en primer lugar, ser consciente de la tragedia que supone la pandemia global. Las muertes que ha causado, que está provocando y que traerá.

Las medidas de enclaustramiento tomadas por distintos gobiernos son, a día de hoy, la única forma de prevención. De ahí que, cada cual debería ser responsable consigo mismo y para con el resto de la sociedad -especialmente para con las personas de riesgo-, y cumplirlas. A (casi) nadie le gusta estar encerrado, pero ¿qué pasaría si todos salimos fuera el domingo a dar un paseíto?

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Un aspecto positivo del confinamiento puede ser que, a algunos, hartos de internet o de  ver la tele, les dé por coger un libro y leer. ¿Cuánto hace que no leen ustedes a Anaïs Nin, a Friederich Nietzsche, a Lorca o a Victòria Gras? Podría ser un buen momento. Los comics pueden ser también una alternativa: Osamu Tezuka, Carlos Giménez,  Charles Burns o Alan Moore. Para toda la familia, el eterno F. Ibáñez.

Pero más allá de los inconvenientes (y de alguna que otra ventaja) de la cuarentena, es el momento de empezar a (re)plantearnos qué cosas son importantes, es más, qué aspectos son realmente cruciales para las personas.

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Primero, un sistema de sanidad público, firme, eficaz y universal. Los recortes que ha sufrido este sector en los últimos años debido a las crisis económica y a las políticas neoliberales y nacionalistas -un claro ejemplo es Cataluña- sólo pondrán de relieve en un futuro próximo que la precariedad en la Sanidad es un crimen contra la sociedad. Un sistema sanitario público y fuerte tiene que ser una prioridad para los gobiernos de todo el globo. Es un imprescindible para la Humanidad.

Segundo, el ámbito laboral debe ser protegido. Los trabajadores llevan demasiadas décadas encandilados por la cultura del entretenimiento, del consumismo y del aburguesamiento. Han olvidado su conciencia de clase, y la inseguridad que supone  pertenecer a esta clase, la de los trabajadores. Por tanto, ahora es el momento no de aprender de esta situación extrema que estamos viviendo, sino de recordar aquello que hemos perdido por el camino y luchar para recuperarlo. Básicamente, porque nos puede ir la vida en ello. Morir de una enfermedad porque en los hospitales ya no quedan respiradores disponibles. Acabar en la calle por un ERE.

La pandemia pone de relieve la vulnerabilidad de las personas.

Tercero, la vida va más allá de mirar series por televisión o internet y comprar objetos que, por otro lado, no hacen más que ensuciar  y destruir el medioambiente. Deberíamos tener en consideración todo aquello que, en los próximos días o semanas, no podremos hacer como ir  al cine, al teatro, a dar un paseo por el parque, el monte o la playa, ir a alguna exposición, hacer deporte al aire libre o irse a tomar unas cañas con los amigos. Ahí está la vida.

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Hace apenas una década, algunas lumbreras señalaban: «lo peor no es la crisis económica, sino sus consecuencias». Esto mismo se repetirá después de la pandemia con idéntica brutalidad, si no ponemos remedio.

Las personas no somos consumidores, ni conejillos de indias, ni burros de carga que puedan ser desechados de cualquier manera, sino seres humanos con derechos y obligaciones. Cuando las puertas se abran y acabe el aislamiento, deberíamos tenerlo presente.

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Calasparra, martes 17 de marzo de 2020

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