Hazlo por Schopenhauer (VI):¡mi nombre es!

El nombre de una o un escritor es importante. Señala a la persona que ha creado la obra. No ha sido ni fulano ni mengano, ni siquiera zutano o perengano, sino esta persona en concreto.

Hay dos cosas que enfurecen a cualquiera que no tenga horchata en las venas. La primera es que alguien se entrometa sin permiso en tu obra. Me refiero a correcciones indeseadas, malinterpretadas y/o equivocadas; amputaciones del texto, etc. La segunda, que escriban o digan mal tu nombre. Ambas acarrean una sacudida, un pinchazo o un enojo repentino. Sin embargo, mientras en el primer caso esta reacción se debe a que la obra ha sido zaherida, y la obra no es otra cosa que un regalo desinteresado que se entrega al mundo; en el segundo, se trata de algo que atenta contra nuestro propio ego, valga la redundancia. Si bien este segundo caso es aplicable a todos los mortales – ¿a quién no le molesta que alguien no recuerde su nombre o se equivoque al decirlo? -, en el caso de los escritores se añade un grado más, pues el enfado no radica únicamente en nuestro ego, sino que se extiende más allá. No estamos siendo justamente reconocidos y, además, la obra se le adjudica a otro ¡que ni siquiera existe! Si se mira con humor, parece algo ridículo, pero en realidad deja un sabor amargo en la boca.

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«La primera errata apareció en la segunda o tercera nota impresa: «Wo La Tengo». Aquel nombre mal escrito perseguiría a Ira Kaplan y Georgia Hubley durante casi toda su carrera». Jesse Jarnow en la Introducción de su libro «Big Day Coming» (Libros Del Ruido, 2014).

Cuando los que hablan se equivocan en el título de la obra, eso ya es el colmo. En países como éste, donde la meticulosidad brilla por su ausencia, no intenten ustedes titular uno de sus textos en un idioma extranjero, ni siquiera en inglés. En fin, las erratas y los despistes de aquellos que escriben sobre obras ajenas ha sido el pan de cada día desde que existe la literatura. Aunque lo que antes era un fallo bochornoso, hoy se da como un simple lapsus sin la menor importancia. Entretanto se excusan con que en los tiempos que corren hay muchas prisas, mientras piensan qué coño importa.

Abur.

P.D: Ah, jóvenes, cambio mi pseudónimo por el de Carmen Viñolo, no Carme Vinyolo, ni Vignolo, ni Viñolas, ni…