Universo Tezuka: tras la estela del Fenix

foto fenixPuede que hablar a estas alturas de Osamu Tezuka, el gran gurú del manga japonés, no resulte de lo más novedoso, la verdad. No obstante, su presencia a más de dos décadas de su muerte sigue tan resplandeciente como siempre, incluso, más cegadora de lo habitual, por lo menos en España. Y es que estamos viviendo una sustanciosa reedición de su obra ante la que no cabe más opción que frotarse los ojos para no sufrir una subida de tensión, tras tal dosis de genio tezukiano rescatado a lo largo de este 2013. Así, si la publicación en España de “El Libro de los Insectos Humanos” (Astiberri, 2013) supone uno de los aciertos de la temporada, y necesario rescate de su etapa oscura de los años ’70, lo que ya se puede definir como el rescate más sustancioso de lo que llevamos de siglo es la que para muchos, incluso para él, es la obra de su vida: “Fenix” (Planeta Agostini, 2013).

Obra inacabada, pero compuesta de tomos autónomos, ahora no me voy a poner a explicar su origen, vicisitudes, y demás cosas que vienen perfectamente explicadas en el interior de cada uno de los tres tomos publicados hasta el momento. Mejor que eso, nos pondremos en antecedentes sobre lo que depara una lectura de este intimidante relieve. De esta manera, “Fenix” es un revelador “tour de forcé” a contracorriente que va del pasado al futuro, y al revés, acercándonos progresivamente al presente.  Planteamiento único, esta Fenix mira desde su atalaya de clasicismo y modernidad insultante al resto de la propia obra de Tezuka, y por ende a la de todo el manga japonés. Incluso, superior a obras inolvidables como “Adolf”, “El Árbol que Da Sombra” y “Buda”, adentrarse en el remolino de estilos, tramas, subtramas, e inabarcable desfile de personajes que se dan vida a sus viñetas, resulta una de las gozadas más nutritivas que nos haya podido ofrecer jamás el mundo del comic. Sí, porque “Fenix” eleva este arte a un plano superior. Al igual que lo hacía el «Spirit» de Will Eisner o “Locas” de Jaime Hernández, Tezuka imprime su personalidad en una espiral de locura creativa donde confluyen su aspecto más filosófico, el mismo que ha llevado a considerar “Bajo el Aire” una de sus obras más reivindicables, con una amalgama de diapositivas que conjugan ciencia-ficción a lo Kubrick, humor surrealista, cine mudo, guiños a George Herriman, neorrealismo descontextualizado, aventuras, mitología, tragedia y hasta una locuaz auto parodia. Un arsenal de tonalidades dispuestas en cruces, a priori, imposibles de hacerlos creíbles; bajo la pluma de Tezuka se simplifican con el don del que sabe ver que en la sencillez más esencial está el ADN del discurso narrativo, y no en aparotosos ropajes al kilo.

Una obra tan visionaria como clásica al instante, durante los próximos meses celebraremos este acontecimiento de excepción analizando uno por uno cada uno de los tomos que ensamblan la que, para el que firma estas líneas, es la obra más radicalmente ambiciosa de la historia del comic. Amén.