Sexo, verano y vida

El solsticio de verano nos ha traído en tiempos de ruina y caos político, el regalo de las desnudeces y la carnalidad del sexo con el orgasmo gritado hasta la alferecía. El premio Nobel Camilo José Cela cuando se corría en una casa de citas de alto standing, de la calle Río Rosas de Barcelona, saludaba brazo en alto y cantaba el “Cara al sol”. Las playas excitan el sexo, disparan la imaginación, endurecen la méntula y riegan la herida del amor de flujos sabrosos como el rom Negrita Bardinet y Aromas de Montserrat, prólogo del coito salvaje. Se copula durante todo el año, lo  hacen los esposos para procrear, los novios para condenarse al Averno, los adúlteros, las clases pasivas, los curas -per devant y per darrera-. Folleu, folleu, que el món se acaba! gritaba una compañera en la redacción de Radio Nacional en Barcelona en la transición.

Las orillas de la Costa Daurada constituyen la olimpiada visual mas grande jamás contada. Nada hay más estético que ver salir del mar a una joven con el biquini empapado siluetándole sus redondeces, desde las mamas hasta el monte de Venus, que un alcalde del PP se creía que era una montaña de Terrassa. Qué invento el tanga para dejar en libertad los glúteos frescos y tentadores, tersos como el tambor del Bruc.

Pero en verano lo que priva es el amor tostado. Un gigoló de la franja de Ponent, de nombre Letancio Montilla Chico, interesado por la sexología le preguntó a la dama después de la fellatio “¿A qué sabe el semen?». «A crema catalana”, respondió estremecida la beneficiaria. Estem salvats! El néctar de la vida es nostre y del Barça. Visca Cataúña lliure!, la de Tarradellas, claro.