Suecia: la máquina maravillosa

A finales de los años 80 y principios de los 90 el panorama del balonmano europeo y mundial era dominado por la URRS de los Lavrov, Tuschkin y el emergente Dujshebaev, con la Yugoslavia de Vujovic y Vukovic al acecho. Los posteriores acontecimientos políticos hirieron de muerte a ambos equipos, ya que los jugadores de ambas selecciones acabaron repartidos por una diáspora de combinados nacionales, y en ocasiones en lugares que no tenían nada que ver con su país de origen.

Wislander, Mats Olsson y Lindgren ¡Crema pura!

En este  contexto histórico terminó por consolidarse una nueva fuerza emergente como fue la selección de Suecia. Quizá piensen ustedes que lo relatado en el primer párrafo de este artículo fue lo que desencadenó todo el proceso. Pero lo cierto es que las piezas de la maquinaria sueca ya se encontraban fabricadas y más que probadas a esas alturas. Y como buena máquina, la criatura tuvo su génesis en la persona del entrenador Bengt Johansson, director técnico del combinado escandinavo durante el período comprendido entre los años 1988 y 2004, época conocida como la de los «Bengan Boys», precisamente en honor a Johansson.

El nivel de la portería era sencillamente monstruoso, con 3 porteros que pueden estar perfectamente entre los 10-15 mejores de la historia, empezando por el ya por entonces veterano Mats Olsson, con Tomas Svensson cocinándose a fuego lento en la recámara. Decir que Svensson con 44 impresionantes añazos, decidió retirarse mostrando todavía un gran nivel. El tercero en discordia era Peter Gentzel, que para que se den cuenta del nivel, fue nombrado mejor portero durante 3 campeonatos europeos consecutivos.

Por si esto fuera poco, el nivel de los integrantes del juego de campo estaba formado por auténticas leyendas de este deporte. Empezando por Magnus Wislander, considerado por la IHF como el mejor jugador del siglo XX: 384 partidos, primero como central, y después como pivote en la dulce decadencia, que duró hasta los 41 años. 1.185 goles hicieron de él el líder del excelso combinado amarillo.

Repartiendo magia y leña a partes iguales

Junto a él, su inseparable compañero de fatigas en el Kiel alemán y en la selección, el melenudo y actual seleccionador sueco Staffan Olsson, que desde el lateral derecho repartía latigazos tanto en ataque como en defensa. Era un jugador duro, pero dotado también de una extraordinaria técnica y liderazgo, con su legendario tiro de “abajo arriba” que salía desde su cadera.

Desde el banquillo salía el central Magnus Andersson, en la que quizás era única selección del mundo donde le tocaría ser suplente. Un auténtico mago creador de jugadas y lanzamientos increíbles, incluido uno de patente propia en el que se arrojaba al suelo de forma lateral, y antes de aterrizar lanzaba un auténtico cañón ante los atónitos ojos de los allí presentes.

Esta bestial primera generación de ilustres jugadores suecos era completada por jugadores del calibre de los extremos Erik Hajas y Pierre Thorsson, dotados de una técnica individual excelente y con una velocidad letal para rematar al contraataque. En los laterales, veteranos curtidos en mil batallas y siempre solventes, como fueron los Per Carlén, Robert Hedin o el “perro de presa” defensivo Ola Lindgren.

A algunos de estos jugadores, les fue llegando tarde o temprano su hora, y ya mediados los noventa, algunos de ellos fueron dejando un hueco que en principio podía resultar dudoso que fuese cubierto por recambios de plenas garantías.

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Pero nada más lejos de la realidad. A estas alturas el balonmano del país sufría un “boom” de tal calibre que salían jugadores como churros, y en el que surgió una segunda generación de jugadores de auténtico calibre internacional. Empezando por el genial Stefan Lövgren, que podía ejercer tanto como de central como de lateral izquierdo y que fue designado mejor jugador mundial en 1999, y continuando por jugadores de altas prestaciones como los laterales Robert Andersson y Andreas Larsson, el pivote Tomas Sivertsson, o los extremos Martin Frändesjö  y Johan Petersson. Para poner la guinda de este suculento pastel, un excelso central que, como los grandes perfumes, venía concentrado en unas pequeñas dimensiones, en este caso apenas 1 m y 66 cm. Su nombre: Ljubomir Vranjes.

En el período comprendido entre 1990 y 2002 esta colosal máquina de hacer balonmano consiguió obtener medallas en ¡absolutamente todos! los campeonatos internacionales disputados durante ese período. El escalofriante resumen se basa en 13 medallas, repartidas de la siguiente manera: 3 platas olímpicas, 4 oros europeos, y 6 medallas en mundiales repartidas de forma equitativa (2 oros, 2 platas y 2 bronces).

Se trató de una generación irrepetible que dejó muchos momentos inolvidables en las retinas de los aficionados al balonmano, con unos jugadores dotados de una elegancia inusual, sin renunciar a ejercer un juego físico y duro cuando la ocasión lo requería. La exquisitez técnica era la marca de la casa, y pese a encontrarse en estos años con rivales del calibre de Francia, Croacia o Rusia, sin duda la “maravillosa máquina amarilla” será por siempre recordada como el equipo mítico por excelencia de esta época dorada del balonmano mundial. El único pero en su debe reside en haber perdido de forma consecutiva tres finales olímpicas (Barcelona, Atlanta y Sidney), pero este hecho nunca debería empañar el legado de un equipo que reescribió la historia.

Estupendo documental sobre este período, y magnífica ocasión de practicar nuestro sueco, a falta de subtítulos.

 

 

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