Swans: «Children of God» (Caroline, 1987)

chidren of god fotoLlave maestra para abrir el cofre de los infiernos de los Swans, no está de más revisitar esta oda al vértigo, tras el definitivo doble Lp “The Seer”, más cuando ya ha pasado un cuarto de siglo desde su publicación dentro de la magnífica cosecha del ’87. Año en el que debutaban los Pixies con “Come on Pilgrim”, Sonic Youth parían el “Sister” y Hüsker Dü anunciaban su canto del cisne con “Warehouse: Songs and stories”. Swans quedaban, otra vez, relegados a las sombras de lo desconocido, justo cuando se intentaban abrirse a un público mayor con su disco más exportable entre las parroquias indies.

Para capturar la esencia de esta obra capital del lado oscuro, no se me ocurre mejor manera que basarme en tres bloques de explicación que den sentido tanto a las motivaciones de su creación, como al efecto que provoca sobre el acomplejado oyente ante la que se le viene encima.

El Planteamiento:

Sí señor, este monstruo que os recomiendo de corazón es un disco dedicado a Dios y su famoso hijo. Eso sí, sin sustos porque la mirada que Michael Gira nos muestra es la de un Dios vengativo, cruel y egocéntrico. Para dar forma a esta brutal recreación de los sinsentidos impuestos por el Cristianismo, Gira nos ofrece, en toda su plenitud, un atormentado muestrario de sexo, depravación, irreverencia y obsesión que, en realidad, no difiere del sadismo que rezuma su obra maestra, el gran Cop (K. 422, 1984), salvo por el estelar añadido de tonos preciosistas y un halo de belleza turbadora que supura casi todo el cancionero.

El Estilo:

Aquí las claves vienen determinadas por el ritmo elegíaco de las bases rítmicas; esos teclados medievales; la guitarra del demoledor Norman Westberg, que transforma el sentido del “Metal” en una tortura lenta y lacerante; la voz sobrenatural de Gira, como oficiador de la ceremonia y la de Jarboe como su reverso misterioso, quien llega a unos niveles tan subyugantes que la hacen parecer una Nico semi-gótica. Pero, por encima de todo, ahí está esa manera tan inteligente de repetir las estructuras rítmicas, penetrando como un martillo pilón en el subconsciente, recurso del que se han sido siempre grupo de referencia, junto a The Fall, hasta el punto de haberlo convertido en su seña de identidad más característica.

Las canciones:

Durante los 71 minutos que dura este sobrecogedor exorcismo, los cisnes más hermosos y dañinos de nuestro ecosistema nos regalan brutalidades enraizadas en discos anteriores, como la brutal “Beautiful child” o el single “New mind”. También hay gospel alucinado en “Our love lies”, y una Jarboe que nos regala nanas envenenadas de la categoría de “In my garden”.

En resumen, trece latigazos llenos de intención no aptos para el que no sepa disfrutar de las experiencias extremas; y sí, para el que esté dispuesto a gozar de los placeres que da lo prohibido. Dos rombos, que se suele poner en estos casos.