Tkachenko, «la montaña rusa»

El 20 de septiembre de 1957, la pequeña localidad ucraniana de Sochi vio nacer a una de las leyendas más intimidantes de la historia del baloncesto: el señor Vladimir Tkachenko, “la montaña rusa”. Pasaron los años, y ya se veía que lo de este chavalín se salía de la norma, y las medidas. A la tierna edad de 12 añitos, el cachorrillo medía ni más ni menos que 1.90 m. Casi nada. Ante semejante brote de bífidus activo, estaba claro que en la antigua Unión Soviética no iban a dejar pasar un caso tan interesante como éste. Así, con tan sólo 16 años Tkachenko ya debutaba tanto en el equipo ucraniano del Stroitel como en la selección de la CCCP. Únicamente por este apunte, ya estamos hablando de un hecho inaudito, digno de reseñar en el libro Guiness de los records del baloncesto. Pero hay más. Vaya que sí.

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El balón-mandarina.

Durante sus primeros ocho años de carrera, Tkachenko hará del Stroitel un serio grano en el culo del TSKA de Moscú y el Zalguiris Kaunas, los dos grandes dominadores del campeonato soviético. A pesar de no llegar nunca a ganar un título con el Stroitel, durante esta época Tkachenko alcanzará sus mayores logros con la selección: dos bronces olímpicos, dos oros europeos, una plata europea, una plata mundial y un oro mundial. Casi nada. Esta última medalla será una de las más míticas, si no la que más, de entre todas las logradas por nuestro querido gigantón: corría el año ’82, y ese mundial, celebrado en un país tan baloncestístico como Colombia…, verá llegar a la final a dos de las selecciones más sembradas de los ’80, una de ellas los Estados Unidos de Doc Rivers, Antoine Carr y un irreconocible John Pinone -barbaca incluída-, antes de aumentar michelín y transformarse en “Oso” e ídolo de La Demencia. A pesar de semejantes cabezas de león, el rival que les tocó a los yanquis era de esos que generaba terror con sólo leer la plantilla de nombres. Y es que a ver quién es el guapo al que no le entraba el tembleque ante una selección conformada por Eremin, Lopatov, Tarakanov, Valters, Mishkin y el terrible Gomelsky como entrenador. Pero si por algo llamaba la atención este equipo era por su dominio absoluto dentro de la zona. Vamos a ver, si con Belostenny ya acojonaban, imagínense, amiguitos, si a este jugadorazo le añadimos a un Sabonis en su época más esbelta y al señor Tkachenko… Treinta años después, no ha habido ningún juego interior en Europa con este poderío. Ni de lejos.

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Tkachenko vs. Sabonis. Mítico.

Aquella mítica final pasará a la historia por ser una de las mejores. Finalmente, la máquina comunista se impondrá a su gran rival por un solo punto: 95-94. Pero si por algo resaltará esa fecha señalada, vendrá a cuento de la tirria con la que las más de veinte mil almas que inundaban la plaza de toros se desgañitaba abucheando a Tkachenko cada vez que se guardaba el balón-mandarina en su manopla. Ese día la leyenda de “la montaña rusa” adquirió un nuevo nivel. Pero lo mejor aún estaba por llegar. Recordemos que de aquella, el señor Gomelsky no sólo era el seleccionador oficial sino que también era el entrenador del TSKA de Moscú, el equipo del ejército soviético. Debido a una estratagema típica de Gomelsky, Tkachenko será llamado a filas, teniendo que cambiar de equipo; cómo no, al TSKA. ¿Se imaginan a un armario de 2.21 m desfilando con un fusil al hombro que debía quedarle como el de un playmobil? ¿Surrealismo o absurdo? Quizá un poco de ambos.

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La bestia contra todos. Adivinen quien gana…

A lo largo de esos años, la leyenda de Tkachenko adquirió nuevos tintes, debido a su duelo personal con su gran amigo, Sabonis, líder del Zalguiris Kaunas. Si bien los dos primeros años -durante las temporadas 82-83 y 83-84- el gato al agua se lo llevó Tkachenko, en cuanto Sabonis fue adquiriendo más peso, las cosas se invertieron de forma drástica. Durante esos años, tampoco podemos olvidar los míticos duelos entre Tkachenko y otras bestias de la pintura, como Dino Meneghin, Fassoulas y, ¡cómo no!, el “Tkachenko español”, un tal Fernando Romay. Ni que decir tiene que en los duelos Tkachenko vs. Romay el pívot gallego siempre salía perdiendo… Vamos a ver, sin ser un tirillas como De La Cruz, Romay pertenecía a esa estirpe de pivots largos y fiiiinos que predominó en los ´80. En este sentido, Tkachenko rompió el molde, y de qué manera. No es que la criatura ya midiera 2.21 m. y metiera unos gorrazos de los que desinflan balones, es que para mayor canguelo de su defensor, o defendido, era más ancho que una nevera industrial. Ya no es que intimidara, es que ni con tres jugadores rivales se le podía rodear. Si a este le añadimos el bigotón en C mayúscula que le peinaba la quijada, la reacción ante su sufrido par estaba más que asegurada: hacerse caquita. Tanta como el protagonista de la siguiente emblemática anécdota.

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Vacaciones en Guadalajara.

Para empezar, pongámonos en situación. Corre el año 1990 y un Tkachenko cansado del régimen soviético decide acabar su carrera en el Guadalajara, de la segunda división española. Imagínense el impacto que debió ser que un equipo tan humilde como el Guadalajara contara con Tkachenko entre sus filas. Pero bueno, a lo que vamos. Un buen día, nuestro amigo debió cogerse una kurda de campeonato -recordemos sus míticas chuzas con la CCCP antes de los partidos, amedrentando a los rivales de la habitación contigua en el hotel de concentración-, una tan gorda que al día siguiente decidió ponerse enfermo. Como ante todo era un caballero -dicho de otro modo, la antítesis de Diego Tristán-, Tkachenko pegó un telefonazo para avisar de que no podrá ir al entreno.

Ya con todo el día para poder reposar su cordillera de músculos, la montaña aprovechó para tomarse el gran descanso del guerrero. Sin embargo, lo que debía haber sido un placentero día de relax, y más viviendo en Guadalajara, tornó bruscamente ante la que se le avecinaba. Así, mientras el techo del baloncesto europeo entraba en estado somnoliento, de repente, algo empezará a perturbar su idílica soneca. Claro está, a pesar de la gran clase y educación de la mole ucraniana, que le tocaran su descanso sagrado debió de erizarle el mostacho cosa fina. Pero, ¿qué es lo que estaba ocurriendo? Arrastrando sus pantuflas del número 56, Tkachenko llegó al salón, donde, para su estupefacción más absoluta, se encontró con un paisano enfundado en una media robándole sus pertenencias. El ladrón sorprendido. Cuando éste vio la sombra que estaba cerniéndose sobre su espalda, se le congelaron hasta los mejillones de los piés. Entre la parálisis por pavor instantáneo y un visceral espíritu de supervivencia, a nuestro enmascarado no se le ocurrió mejor idea que darse la vuelta y ver delante de sus narices a un gigante de las cavernas en pijama . Imagínense el cuadro, ni una viñeta de Forges. Así, ante una impresión de tintes tan grotescos, el ladrón más desafortunado de la historia sólo vio una salida: brincar por la ventana del tercero en el que anidaba Tkachenko. Como el coyote haciendo plof, el impacto resultó en un saco de huesos rotos y la certeza de que el fracturado la próxima vez mirará quién vive en el objetivo a atracar…

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Corbalán y Tkachenko. Sobran las palabras…

Tras sus vacaciones españolas, en las que promedió unos discretos 15 puntos y ocho rebotes -sí, en 1990 promediar eso siendo extranjero estaba poco menos que prohibido-, la vuelta de Tkachenko a su tierra no será lo que él precisamente se esperaba. De hecho, acabó trabajando como telefonista de taxis: el castigo por haberse sacado unas perrillas haciendo negocios dentro del Telón de Acero con chuminadas que compraba en sus desplazamientos internacionales con la selección.

Tras una serie de años oscuros, en los cuales se llegó a rumorear que se le había visto mendigando por Ibiza, nuestro hombre ha acabado rehaciendo su vida como representante de una empresa de transportes. Desde luego, no se me ocurre un tío más guapete a la hora de querer endiñarte una caja de vinos. Pero miren, miren: la botella no es mini, es de tamaño real…

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