Tres advenedizos y un hombre honesto

Hace un par o tres de años, leí en una revista un editorial que se quejaba de lo siguiente: las bandas de música nacionales no sacaban discos con temática sobre la crisis, ¡con la que está cayendo! El editorial estaba en la línea de algo que los críticos suelen hacer: decirle a los artistas lo que tienen que crear. En esta ocasión parece que algunos le hicieron caso, y no sólo en el campo de la música. Aquí tenemos a Isabel Coixet con su película Ayer no termina nunca (2013). La directora catalana jamás de los jamases se había interesado lo más mínimo por ningún tema social -salvo en su cortos «Cartas a Nora», perteneciente a la película Invisibles (2007), y «La insoportable levedad del carrito de la compra» incluido en Hay motivo (2004), en el que se abordaba desde un punto de vista humorístico las míseras pensiones que reciben muchas mujeres mayores: pobrecitas ellas que no tienen dinero para teñirse las canas-. Tras una filmografía repleta de amores y desamores, Coixet de golpe y porrazo se pone a hacer una película sobre la crisis que huele a intrusismo, a oportunismo. Otro que tal baila, aunque éste sí que había filmado el lado marginal de la sociedad en sus primeros largometrajes –Salto al vacío (1995) y Pasajes (1996)-, es Daniel Calparsoro. Resucitado de un viaje -que parecía de no retorno- hacia el peligroso mundo de los telefilmes, el realizador apuesta ahora por una peli sobre un atraco a un banco -género que siempre da el pego- y la titula Cien años de perdón. Porque claro, quien roba a un ladrón… Al comienzo de la película aparece ya el panfleto sobre la crisis: no una, sino tres parejas que han acudido al banco porque tienen problemas económicos y están al borde del embargo, del desahucio.

¿Y qué? ¿De qué me sirve la sutileza cuando mi producto es carne de masas?

Pero el que se lleva la palma es Isaki Lacuesta, un día encumbrado entre los mejores cineastas del momento por La leyenda del tiempo (2006), filme que entremezcla la ficción con el documental logrando en su primera parte una verdad y poesía inusitada hoy día; en la segunda, impostura y banalidad. Con Murieron por encima de sus posibilidades (2014), Lacuesta se pasa a la comedia, que la mochila de la tragedia es pesada y dolorosa. Desde un principio engaña, pues hace creer al público que está de su lado: «Qué tío más cachondo» debió pensar más de uno al comenzar la película. Unos justicieros iban a hacer pagar a los responsables de la crisis. ¿No queréis recortes? Pues toma recortes. Os cortaremos vuestros propios dedos. ¡Menudo subidón! Isaki Lacuesta había dejado el cine de arte y ensayo, sólo apto para intelectuales, artistas y hipsters, y había bajado a las cloacas a luchar con el pueblo. Sooo, caballo… Qué chasco más grande cuando te enteras de que estos justicieros son de clase media-alta, conservadores, ¡neoliberales!

¿Y qué? ¿Por qué tengo que hacer un filme sobre la revolución? ¿Por qué, si soy Isaki Lacuesta? Yo lo que quiero es reírme de la crisis, de las penurias de la gente, sin que se note claro, para eso meto la dosis de drama prescrita. Es que… yo soy un guays.

Desde su trono, Lacuesta regala al pueblo español, que tan mal lo está pasando y peor lo va a pasar, un largometraje de ideología dudosa, asquerosa. De ésta se desprende el mensaje en boca de sus protagonistas: «Queremos volver a la situación que había antes de la crisis». Lo que ellos no sabían, ni el propio Lacuesta, visto lo visto, es que esa situación anterior a la crisis, y esos neoliberales, son los culpables de la propia crisis.

En fin, el dinero y el endiosamiento son malos consejeros para el arte, la verdad o la justicia.

Pero salgamos del terreno baldío y acerquémonos a un pequeño vergel hecho de teatro. En 2012 el actor Edu Soto presentó su espectáculo Exit/Salida, un monólogo-rock que contenía mucho más de lo apreciable a simple vista. A modo de cabaret, music hall y comedia hilarante, Soto y su banda acompañante plantean la cuestión en torno a la felicidad. ¿Un cabaret de autoayuda? Bueno, eso ya sería algo nuevo. Pero había más. Hacia el final de la obra, un giro inesperado y asombrosamente sutil lleva al espectador a un lugar alejado, solitario. Aquél en que surge una pregunta, una reflexión: ¿por qué tengo que seguir tragando con todo?

Parece ser que el mundo entero nos dice: conserva tu trabajo, tienes suerte de tener trabajo; hay crisis; tienes suerte de poder pagar la hipoteca, pagar el alquiler, pagar; no te separes de tu marido, de tu mujer, qué será de ti, aguanta, no es para tanto.

Edu Soto, sin embargo, dice: ¿Por qué? La crisis no debe ser la excusa para que sigan machacándonos, para que perdamos nuestra dignidad. Hay una salida. Agarra la puerta.

Una perspectiva, la de Soto, a tener en cuenta. En ella radica la espoleta que podría despertar a tantos.