Twin Peaks. Temporada 3. Episodio 17: the end

Del bosque encantado al árbol de sicomoro. De ahí, al castillo del gigante: un escenario de teatro convertido en un pase de diapositivas sobre lugares clave. Una cabeza enorme. Blanco y negro. El alma de un hombre enjaulado y filtrada a través de un mecanismo decimonónico que lo lleva a otra parte.

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Es todo inquietante, peligroso. Anuncia, como mínimo, una muerte. Probablemente una masacre. El encuentro final entre los dos Coopers es sorprendente. En primer lugar porque va precedido de un hecho inesperado. En segundo, porque no es Coop quien vence a la otra mitad de Cooper, sino otro. Por si esto no fuera suficiente, la escena se torna en una comedia de enredo, de aquellas en las que no paran de entrar más y más personajes que provocan risas y carcajadas.

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Mientras Cooper sube las escaleras que conducen a Phillip Jeffries, el hombre de la máscara blanca y la nariz alargada baja esas mismas escaleras, como queriendo escapar. Jeffries da a Cooper las coordenadas, pero se trata de una fecha: el día en que murió Laura Palmer.

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Desde el inicio de la serie, el director abrió la caja de Pandora. De ella escaparon las innumerables posibilidades que Twin Peaks era capaz de desencadenar. ¡La imaginación al poder! Qué más da si las diferentes tramas no se han resuelto, qué más da si no hay cuarta temporada. Quizá Lynch deseaba que esta vez el espectador resolviese el misterio por sí mismo. Una cosa es cierta, en esta temporada la máxima «lo que importa es el viaje» cobra todo su sentido.

En este (último) episodio, David Lynch reescribe Twin Peaks cambiándola de raíz. Aniquilándola, al alternar el inicio, el desencadenante de todo…