Un Cadáver a los Postres

murder_by_death-724210519-largeLas novelas de crímenes y misterio siempre han sido de las favoritas de los lectores. Podríamos hablar de la ingente producción de Agatha Christie, o de las novelas protagonizadas por el detective más famoso de todos los tiempos de Sir Arthur Conan Doyle, quien hasta Hayao Miyazaki quiso adaptar, pero en su lugar hoy hablaremos un poco sobre una película que trata de darles un vuelco y parodiarlas.

Un Cadáver a los Postres (Murder by Death, 1976), dirigida por Robert Moore y guionizada por Neil Simon, nos pone en la tesitura de una cena en la que han reunido a los más famosos detectives para proponerles un juego. Sí, algo así como los 10 negritos de la ya mencionada Agatha Christie, pero en este caso tenemos a los alter ego de populares detectives de ficción, y para recrearlos se contó con un elenco de auténtico lujo. Sin embargo, antes de entrar en ellos nos centraremos en el que es el hilo conductor de la historia: Lionel Twain, el hombre sin meñiques pero con diez dedos, que será quien proponga el reto a los detectives. En dicha reunión se cometerá un crimen, y quien descubra al asesino recibirá un millón de dólares… y los derechos para realizar la película. El señor Twain está interpretado ni más ni menos que por Truman Capote, ahondando en el símil del escritor que coloca sus piezas sobre el tablero para así crear una historia… y después venderla a alguna productora cinematográfica, no nos olvidemos.

Pasando ya al elenco de personajes, comenzamos con Sidney Wang, un inspector chino interpretado por Peter Sellers, quien viene acompañado por su hijo adoptivo japonés Willie Wang. Si nos parece excesivo ver a Sellers interpretando a un chino arquetípico, debemos recordar que estamos ante el sosia de Charlie Chan, quien en la gran pantalla fue interpretado, entre otros, por Warner Oland, que tiene lo mismo de chino que el propio Peter Sellers. Seguramente de ahí el exceso de maquillaje, profusa dentadura y los trajes típicos chinos del personaje.

Ver a Peter Falk podría hacernos pensar que estamos ante un nuevo Colombo, y con ello juega el director al presentárnoslo con su inseparable gabardina. Sin embargo, en cuanto llega a la casa el juego termina y se desprende de ésta, dejándonos ver a Sam Diamond, basado en Sam Spade, acompañado de Tess Skeffington, interpretada por Eileen Brennan y que vendría a ser Effie Perine, la secretaria de Sam Spade.

De los más destacados diría que son la pareja formada por David Niven y Maggie Smith, inspirados en Nick y Nora Charles, y que sustentan ellos solos buena parte de la película. Además, no podía faltar un transformado Hercules Poirot, bajo el nombre de Milo Perrier e interpretado por James Coco, quien hará gala de algunas de las notas distintivas del personaje original, como su marcado acento francés y su curioso bigote. Viene acompañado por Marcel Cassette, a quien da vida James Cromwell y se basa en el capitán Arthur Hasting.

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Por si todos estos personajes no fueran suficiente aliciente, nos queda la guinda del pastel: Alec Guinness, quien interpreta a un mayordomo ciego con uno de los nombres más hilarantes de la historia del cine: Jamesseñor Bensonseñora, hijo de Querraro Bensonseñora, quien producirá algunas de las situaciones más cómicas de la película, sobre todo cuando entre en escena la nueva cocinera, contratada a propósito para la famosa cena y que tiene un par de… defectillos. Es sorda y muda, lo que unido a la ceguera de Jamesseñor nos ofrece algo así como un antecesor concentrado de la comedia No Me Chilles Que No Te Veo (See no Evil, Hear no Evil, 1989), dirigida por Arthur Hiller y protagonizada por Gene Wilder y Richard Pryor.

Un cadáver a los postres no deja de ser una película muy divertida, aunque quizá en algunos momentos se echa de menos que hubiese ido un poquito más lejos y provocar algún momento todavía más forzado. Quizá hubiese sido buena idea haber dejado la escena final, tras los créditos, en la que Sherlock Holmes y el Doctor Watson llegaban a la casa tras haberse perdido por el camino. Con todo, el final no deja de ser una vuelta de tuerca continua, riéndose un poco de los finales tramposos de algunas novelas, en las cuales muestra una resolución sorprendente, pero a la que el lector no puede llegar ya que se le oculta, conscientemente, gran parte de la información necesaria para llegar a tal conclusión. Aquí parece que el director llega un paso más allá y directamente nos ofrece una consciente ceremonia del absurdo para celebrar el final de la historia.