Una historia surreal: Kumiko y Takako

La historia de Kumiko está basada en un hecho real. Empieza al encontrar un mapa del tesoro; termina con el hallazgo de un maletín con un millón de dólares.

Kumiko es una oficinista de Tokio. A primera vista, podría ser una chica cualquiera, sino fuera porque sabe algo que nadie más conoce. En su día libre viaja a la costa. Lleva en la mano su particular mapa, hecho por sí misma con una tela blanca e hilo negro, y  viste una sudadera roja con capucha, parece una Caperucita. Recorre la orilla, decidida, hasta llegar a una caverna cuya abertura tiene el aspecto de una puerta. Como si el tesoro la estuviese aguardando. Lo que descubre, sin embargo, es un mapa en forma de videocasete que contiene la película Fargo.

Kumiko, la Caperucita

Kumiko regresa a la cotidianidad: un empleo insulso, un tirano por jefe, unas compañeras de trabajo superficiales, una madre que no deja de llamarla por teléfono, preguntándole cuándo va a encontrar marido. En casa, acompañada por su mascota, un conejito llamado Bunzo, revisa una y otra vez el filme de los hermanos Coen. Finalmente traza un mapa exacto de la localización del dinero: la valla de alambre donde lo enterró Carl Showalter. Kumiko está segura de poder encontrar el tesoro. «Soy como un conquistador español», le explica al guardia de seguridad de la biblioteca que la ha pillado in fraganti, robando un atlas de geografía.

– Recientemente he oído hablar de incalculables riquezas ocultas profundamente en las Américas… Hace mucho tiempo, los conquistadores españoles aprendieron esas cosas de los indios americanos. Ahora yo lo he aprendido de una película americana.

– No lo entiendo.

– Sólo necesito la página 95. Es mi destino.

Kumiko abandona Tokio para aterrizar en la gélida Minneapolis. A modo de abrigo, sigue llevando la sudadera roja, una indumentaria poco apropiada para la zona. Los primeros seres humanos con los que se tropieza son dos mormones que, muy amablemente, se ofrecen para asesorarla en su viaje. Uno de ellos, un viejo centenario, ameniza a los turistas tocando el piano. El otro, le dice que no se fíe de los Hare Krishna. En su particular búsqueda del tesoro se cruzará con otras muchas personas. Todas intentarán ayudarla, pero ninguna de ellas alcanzará a comprenderla. Ni siquiera el oficial de policía. Cuando Kumiko le habla de su descubrimiento, el policía responde: «Esto no es real. Es sólo algo simulado, ¿sabes? Como entretenimiento. No es real como un documental o las noticias o los reality shows… Es sólo una película normal. ¿Sabes? Falsa, como una historia». Pero Kumiko, quien ha escuchado atentamente y en silencio el discurso del oficial, salta al oír la palabra «falsa». «No es falsa. Real», asevera.

Kumiko sigue su camino, sola. Ahora ya no parece Caperucita, sino un quijote.

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Kumiko, the Treasure Hunter posee un tempo extremadamente oriental, tanto que parece obra de un asiático. No obstante, su director, David Zellner, es de Greeley, Colorado. La película se basa en la leyenda urbana de Takako Konishi, según la cual esta joven japonesa cruzó medio mundo en busca del tesoro de Fargo. El filme es de una profunda delicadeza; imbuye, sin prisas, al espectador en la misma alma de la protagonista. Pero Kumiko es sólo la recreación poética de un malentendido.

96. Kumiko, the Treasure Hunter

Diciembre de 2001. Takako Konishi había sido vista vagando por la zona de Minnesota. Era una chica bien parecida; tenía veintinueve años. Lo que llamaba la atención de ella era, no obstante, su ropa. Vestía minifalda, un abrigo oscuro y botas de tacón; llevaba una mochila negra de cuero. «Las chicas en Dakota del Norte no visten así. Probablemente a causa del clima»[1], declaró el oficial de policía Jesse Hellman, una de las últimas personas con las que habló Konishi. La joven, que apenas hablaba inglés, tenía un pedazo de papel en el que había dibujado un camino y un árbol. «Apuntaba al papel y repetía una y otra vez: «Fargo, Fargo…». Pero en Dakota del Norte prácticamente allá donde mires, hay una carretera y un árbol»[2]. La joven sólo hablaba japonés, así que Hellman intentó llamar a los restaurantes chinos por si allí encontraba a algún nipón que pudiera ayudarlo a traducir lo que Takako buscaba. Desafortunadamente, en los restaurantes sólo había chinos. El oficial de policía pidió ayuda a un compañero que fue quien desató el malentendido. Al oír a la chica decir «Fargo» tantas veces y señalar a una especie de mapa, creyó que buscaba el maletín que Steve Buscemi había enterrado en la película. «Pensamos que era muy extraño, pero de repente todo empezó a cobrar sentido»[3]. Trataron de explicarle que Fargo era únicamente una película, que no había ningún tesoro escondido, pero daba la sensación de que Takako no los escuchaba.

Jesse Hellman llevó a la joven japonesa a la estación de autobuses. Era todo lo que podía hacer por ella. Takako cogió el primer bus en dirección a Fargo. La noche anterior a su muerte realizó una llamada de larga distancia, a Singapur, desde la habitación del motel en la que se alojaba. Estuvo hablando con alguien aproximadamente durante cuarenta minutos. Después bajó al bar del motel. Allí entabló conversación con el dueño. Le pidió si podía indicarle un lugar donde contemplar las estrellas. Y lo invitó a ir con ella. El dueño del local rechazó la invitación.

Por la mañana, Takako se marchó sola de su habitación y estuvo andando por el bosque helado con su ropa ligera, a tres bajo cero. Al día siguiente, un cazador la encontró muerta cerca de la carretera que une Fargo con Brainerd[4]. El suceso saltó a los medios de comunicación: «Una mujer japonesa muere en la búsqueda del tesoro de Fargo». Así fue como Takako Konishi se convirtió en leyenda urbana. Mucho peor, «la más sola de las muertes, transformada en entretenimiento de masas»[5], sostiene Paul Berczeller, director de This Is a True Story, un documental acerca de los últimos días de Takako, que desvela el verdadero motivo de su muerte.

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En realidad, la joven no había volado de Tokio a Estados Unidos para dar con un tesoro, sino porque había estado allí anteriormente con su amante, un financiero americano. Se habían conocido en Tokio, cuando ella trabajaba en una oficina de turismo. Todo iba bien hasta que el financiero la abandonó, tras conseguir un empleo en Singapur. Poco después, la agencia de turismo se fue a pique. Takako perdió su trabajo y cayó en una depresión. Viajó hasta Fargo para morir cerca del lugar donde había sido feliz. Envió una nota de despedida a sus padres y se adentró en el bosque con dos botellas de champán.

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La cuestión es: ¿Por qué dedujo el policía que Takako Konishi había volado desde el otro extremo del mundo para buscar el maletín de una película? ¿Sólo porque ella repetía una vez tras otra la palabra «Fargo»? ¿Quizá debido a que tenía un papel con una carretera y un árbol dibujados? En efecto, ni el mismísimo Sherlock Holmes habría llegado jamás tan lejos. Bromas aparte, lo que pasó fue algo realmente maravilloso. El filme de los Coen había arraigado tan profundamente en la cultura americana que al policía le bastó oír «Fargo», ver un mapa y no entender ni una palabra de lo que decía la chica para asociar la película a la situación que tenía frente a sí. Es decir, (a)trajo la ficción al mundo real. Y, aunque pareciera una combinación extraña, encajaba. De la misma forma que encajó para los medios de comunicación. En su momento, nadie cuestionó la teoría del policía. Por muy surrealista que fuese.

Extracto del libro «Fargo. Una historia real» de Carmen Viñolo publicado por Quarentena Ediciones (2015)

[1] Berczeller, Paul: Death in the snow.

[2] Jesse Hellman en Ibídem.

[3] Jesse Hellman en Ibídem.

[4] Fenton, Ben: Cult film sparked hunt for a fortune.

[5] Berczeller, Paul: This Is a True Story.

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