Haz buenas películas ¡o muere!

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La creatividad no es un ente estático, sino que es voluble y escurridiza. Se desliza en finas escamas translúcidas y sólo unos pocos son capaces de aprehenderla. Las ideas flotan entre nosotros. La mayoría no las advierte. No obstante, a veces alguien mira hacia arriba y se le aparece de pronto una de ellas: los más intrépidos no cejan hasta que la han atrapado. Corren detrás ella como un chiquillo tras un globo que se le escapa. Pero, ¿qué sucedería si el mismo globo se les presenta a dos individuos al mismo tiempo y, por consiguiente, dos películas basadas en la misma cristalizaran poco después? Este es el caso de Cecil B. DeMented (Cecil B. Demente, 2000) de John Waters y Obra maestra (2000) de David Trueba, dos filmes que comparten una trama idéntica, pero que finalmente se tornan dos afluentes en direcciones encontradas. El mismo globo que se duplica, no en un gemelo, sino en su opuesto. Y no es algo de extrañar, puesto que no pertenecen al mismo padre, ni a la misma madre.

Ambas películas poseen un comienzo similar: el secuestro de la actriz fetiche, para que actúe en el film que los protagonistas planean. En el caso de Opera maestra, este momento viene precedido por una imagen onírica de Carolo Suárez Perales (Pablo Carbonell). Se trata, sin duda, del mejor momento del filme. Un ensueño dorado, al más puro estilo de los musicales de Hollywood de los años cincuenta. Todo resulta perfecto hasta el momento en que Carolo se despierta y recupera la conciencia de lo que verdaderamente le rodea. Este instante luminoso no es, de ningún modo, gratuito. David Trueba nos muestra con él a un personaje que vive anclado en la fantasía. Un hombre mediocre que nunca llegará a alcanzar sus sueños en la realidad. Otra escena en la que se patentiza este hecho es en la que baila con Amanda Castro (Ariadna Gil), la actriz secuestrada. Suena música romántica y ella danza embelesada en los brazos de Carolo, pero no es más que un juego de su mente. Carolo y Benito Cañaveras (Santiago Segura), el realizador, a pesar de que viven en la luna y sus caracteres se podrían definir con el antónimo de “realista”, están decididos a rodar una película con Amanda Castro de protagonista. Y, puesto que ella no parece tener en más mínimo interés en participar en la epopeya, los dos infelices pasan a la acción y la raptan. De forma torpe y poco calculada. Sin medios, sin un plan en concreto. Tal y como rodarán su obra maestra. Una historia de amor en 16 milímetros. Absurda, incoherente, falta de ingenio y, sobre todo, con un proceso técnico que brilla por su ausencia. Algo que pondrá en evidencia su carencia de talento. Sin embargo, Trueba nos ofrece el beneficio de la duda mientras los dos personajillos ruedan en filme. Las carcajadas impiden al espectador que reflexione sobre el producto final. Una dulce tregua, que se verá truncada al final del filme. Carolo comprende que sus sueños permanecerán como tales. El secuestro no ha engendrado el éxito que esperaba. La comedia da paso al drama, como la vida misma.

CBD
La cuadrilla del terror cinematográfico

Si Opera maestra es la historia de dos perdedores que persiguen una quimera, Cecil B. DeMented es la de unos héroes que se sacrifican por su pasión: el cine underground. Waters nos presenta, desde el primer momento, a unos personajes completamente diversos de los anteriores. Se trata de un grupo de jóvenes cinéfilos que pretenden salvar al cine de su inminente putrefacción bajos los lodos del Hollywood comercial. Así que, se proponen secuestrar a Honey Whitlock (Melanie Griffith), una estrella malcriada, que en los últimos tiempos se ha vendido al cine de masas. A diferencia de Carolo y Benito, el clan de Cecil B. Demented (Stephen Dorff), director, gurú y enemigo del cine familiar, sí tiene un plan. El director y su pandilla realizan un secuestro impecable. Y proponen a Honey el rodaje de una obra capital, Belleza suprema, alejada del cine de palomitas y salas no más grandes que el salón de casa.  En un principio, Honey se niega. No obstante, a medida que avanza la realización del filme, la actriz empieza a sentirse atraída por la causa, bien debido al síndrome de Estocolmo o porque finalmente abre los ojos. Y acaba siendo la más apasionada de las activistas.
El proceso iniciático de la secuestrada viene enmarcado pro el ritmo frenético y vehemente de la cuadrilla de Cecil B. Demented, los soldados del cine, un atajo de inadaptados y fanáticos que acabarán dándole sentido a su carrera.

A pesar del aparente caos que rodea al filme (disturbios, persecuciones, huídas, asesinatos y sexo reprimido), éste resulta una verdadera obra maestra del género. Sin embargo, concluirá con un final trágico. El grupo que lleva por estandarte el “cine sin ley” pagará un alto precio por liberar a las masas: unos perderán su vida en el campo de batalla, y los restantes serán encarcelados y ejecutados posteriormente. No obstante, antes de ser alcanzados por las balas de la policía de Baltimore, escucharán las voces de los jóvenes que aclaman la nueva ola iniciada por ellos. El filme, el secuestro y sus vidas no han sido en balde. El nuevo cine underground sobrevivirá.

cecil-b-dementedAl revisar ambos filmes una se pregunta: ¿qué hay de los directores en ellos? A través de una comedia hilarante, en Cecil B. DeMented se proclama una declaración de intenciones de manera obvia, directa y sin tapujos: hay que masacrar el cine de Hollywood, porque éste, precisamente, está acabando con el arte cinematográfico. Opera maestra, por el contrario, nos conduce a la habitación de un adolescente que se la menea, mientras sueña con el icono sexual del momento. Si los Carolo y Benito dejasen las manos quietas, no sería necesario llegar a las barricadas.