«Wendy y Lucy», el final del sueño americano

El buen cine es  aquel que cuenta grandes historias. Y para que éstas sean grandes no son necesarios ni los desorbitados presupuestos ni los más revolucionarios efectos especiales. «Simplemente» basta con que lo que se explique remueva al espectador por dentro. Llegue al alma. «Wendy y Lucy» (Wendy and Lucy, 2008) lo consigue.  Con un crudo relato social de la otra América, y un pedazo de puro cine independiente.

El viaje frustrado

La película cuenta la historia de Wendy, una joven que viaja en su coche junto a su perra Lucy hacia Alaska, donde espera encontrar trabajo y comenzar una vida mejor. Pero en un pequeño pueblo de Oregón, su coche se estropea.

A la espera de que el taller abra, Wendy va al supermercado para alimentar a su perra. Pero debido a su escaso dinero, es atrapada robando la comida. Y al regresar de la comisaría, Lucy ha desaparecido. Wendy tiene que encontrarla antes de poder reemprender su camino.

Kelly Reichardt, genuino espíritu independiente

Hace cuatro años, en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, se presentó en rueda de prensa el libro «El cine de Kelly Reichardt. El sueño (americano) terminó«, un análisis sobre el estilo minimalista de la cineasta norteamericana.

Reichardt señaló que “mis películas son filmadas con mis amigos, trabajando de forma similar a como lo hacían los autores de la vanguardia estadounidense”. Profesora en Nueva York, afirmó que “hacer películas pequeñas me permite trabajar con mayor libertad y sin presiones”, “Mis películas son honestas. Hay algo muy vivo en ellas, algo sincero sobre la clase media blanca americana. La idea de mis personajes es que ellos no tienen la oportunidad de poner en práctica esa voluntad que supuestamente se necesita para acceder a ese sueño, se sienten un poco fuera del sistema”, explicó.

Reichardt, reconocida por la crítica de su país por su trabajo y compromiso independiente, ha dirigido otros cuatro films, «River of Grass», «Meek’s Cutoff», Night Moves» y «Old Joy». Esta última, como «Wendy y Lucy», parten de los relatos de uno de sus colaboradores habituales, el escritor John Raymond.

El viaje, el desarraigo y la renuncia

La sinopsis del film y los propios comentarios de la autora pueden llevar a pensar que su cine es simple. Craso error. La estructura es minimalista, pero sólo en apariencia. Pocas películas están tan llenas de sutilezas, así como de preguntas por resolver.

El relato es mínimo, cierto, pero logra crear una intimidad absoluta con el personaje de Wendy, eje central de toda la película -enorme Michelle Williams– y a partir de ella, de su individualidad, exponer un drama profundamente humano y universal.

El planteamiento de «Wendy y Lucy» es la de una road movie, pero rápidamente ésta se revela como un fracaso. El viaje físico topa con muros infranqueables, y enfrenta al espectador a otro tipo de viaje, emocional, sutil y cargado de connotaciones.

Wendy está sola, con la única compañía de su perra. No se sabe nada de su vida -sólo en una escena se tendrá la noción de que ha habido una renuncia, una decisión consciente de apartarse del hogar y buscar el aislamiento-. ¿El viaje hacia a Alaska es un ideal? Al menos parece un camino.

Un retrato de la «otra América»Carátula de la película

Pero el personaje de Wendy también es el reflejo de un orden social desencajado. Cuando el coche falla y se desencadena el drama, perdiendo a Lucy, Wendy tiene que interactuar con el espacio y ese entorno gris e individualista del pueblecito de Oregón.

Una persona que no tiene dinero para alimentar a un perro, no debería tener un perro” le dice el encargado del supermercado que provocará su arresto. El policía o el mecánico también muestran la hostilidad de quienes están dentro del orden establecido. No hay compasión.

Reichardt no los juzga. Sólo están cumpliendo las reglas. Pero si hace patente el desamparo de Wendy -y el de muchos como ella, como los que hacen cola para obtener unas monedas por las latas recogidas- en una América cruel, poco habitual en el cine.

Extraños valores para la llamada «tierra de las oportunidades»

Ante el espectador, Wendy es una heroína de nuestros días en un país donde cada vez más gente se asoma al borde del abismo -económico, de marginalidad social-. No hay juicios de valor, no hay moralina, sólo una profunda y honesta inquietud social.

Reichardt muestra cómo la sociedad no ayuda a alguien sin un móvil -la protectora de animales no puede comunicarse con ella-, o sin dirección fija -no puede conseguir un trabajo temporal para subsistir en el pueblo y poder arreglar el coche-. Objetos, seguridad, dinero. Extraños valores para la llamada «tierra de las oportunidades».

Cine humilde, cine con mayúsculas

En «Wendy and Lucy» no hay concesiones. No hay tiempo para paisajes, bandas sonoras que subrayen las escenas, diálogos ingeniosos o un metraje excesivo y gratuito. Sólo la extraordinaria sensibilidad de su directora por mostrar una historia conmovedora.

Con esta película, Kelly Reichardt demuestra su compromiso con una manera de hacer cine, lejos de los parámetros de la industria. Y con una forma de entender el cine, volviendo a las personas corrientes, a sus historias. Y entendiendo que «menos es más».

Su cine está dominado por silencios, pero es difícil comunicar tanto. Los momentos, las sensaciones que transmite el film son de las que perduran. En definitiva, una película pequeña, humilde, sencilla, pero mayúscula en su resultado y alcance.

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