Yo, de mayor, quiero ser Lucrecia Borgia (I): cortina de humo

Mi papá me dijo una vez que hay que ir a los bares. No para beber ni para charlar con los amigos; hay que ir a los bares porque allí se sabe qué es lo que la gente piensa. Allí es donde se conoce al pueblo. También en el autobús, como decía Azcona, pero, según mi papá, en los bares te puedes quedar con la cara de la gente y en el autobús, en cambio, es más difícil. Yo todavía no voy a bares, porque soy pequeña. Y mi papá tampoco va, porque es un hombre muy ocupado y muy respetable. Él dice que la gente respetable no se pasa el día en el bar.

Un día mi papá llegó a casa muy contento, porque un confidente suyo le había informado que en los bares la gente sólo se quejaba de los peajes. «Peaje» significa que tienes que pagar un dinero por pasar de un sitio a otro. En la Edad Media también era muy común, me lo ha explicado mi maestra de historia. Mi papá estaba alegre porque la gente sólo tenía esa preocupación. Y decía que, aunque se manifestaran en la calle por eso, no pasaba nada. «Manifestarse» es salir mucha gente a la calle a quejarse por algo. La gente es muy quejica.

Otro día, en cambio, mi papá entró en casa dando un portazo. Mascullaba entre dientes cosas que yo no podía entender. Esperé a que se calmase. Mi nodriza siempre me dice que no me acerque a papá ni a nadie cuando esté disgustado, que las personas pueden desgarrar sus corsés en cualquier momento y tirársete al cuello. Cuando mi papá se hubo tranquilizado, entré en su despacho, me acerqué a él despacito, con mis ojos de princesa -mi papá siempre me ha dicho que tengo ojos de princesa-, y me senté a sus pies. Estuvo toda la noche cavilando, buscando una solución. Estaba muy preocupado. Su confidente le había dicho que la gente ya no se quejaba de los peajes, sino de una cosa que se llama sanidad. Y que ya no se quejaban sólo en los bares, sino que habían saltado a la calle.

Al alba, mi papá se levantó de su sillón de cuero de un salto. Mi cabeza se desplomó sobre la alfombra y me desperté. Me salió un chichón instantáneo, pero no me dolía, porque mi papá me besaba la cara. ¡Había encontrado la solución! «Ceñir al pueblo bajo una misma bandera y hablarles de la utopía«. «Utopía», me ha dicho mi institutriz, es un sitio que no existe, pero que anima mucho a la gente. Lo de la bandera y la utopía no es una idea nueva, pero siempre funciona. Hace muchos años, un pueblo de gente muy rubia y muy fortachona estaba hundido en la miseria y, con la bandera y la utopía, empezó a mejorar todo rápidamente. No había paro, ni delincuencia. Había qué comer. Y la gente era muy feliz, con sus trajes regionales.

Mi papá me dijo que era pan comido. Además, sus enemigos le apoyarían seguro, como habían hecho en otras muchas ocasiones. A pesar del malestar y de las manifestaciones, con la bandera y la utopía y los medios de comunicación a su servicio, que para algo son suyos, habría «un giro en el pensamiento de la gente«. Que, al fin y al cabo, sólo han cambiado la boina por un Smartphone.

 

Extracto del diario de una niña de siete años con aspiraciones muy altas.

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3 comentarios en «Yo, de mayor, quiero ser Lucrecia Borgia (I): cortina de humo»

  1. «gente feliz en sus trajes regionales» y «cambiar la boina por un smartphone» buenísmo!!!!!!! con estas dos frases ya se la historia de este país, nunca habia leído nada tan escueto y que dijera tanto.
    Las cortinas de humo son tantas que podemos acabar ahogadas. Muy acertado el artículo de Carmen Viñolo, con que sutileza punzante nos va abriendo los ojos.

  2. Bravo por Carmen Viñolo! Como siempe audaz e incisiva en sus artículos, y en este nos hace una excelente radiografía del estado actual de nuestra «amada nación».

  3. ¡¡¡Muchísimas gracias, Montse y Santi, por vuestros comentarios!!! ¡Así da gusto escribir!
    El año que viene seguirán las peripecias de Lucrecia en este país de tuertos.
    Abrazo fuerte,
    Carmen

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