Yo me hipoteco, tú te hipotecas, nosotros nos hipotecamos

Siendo el deber de la comedia corregir a los hombres divirtiéndolos, nosotros nos vimos en la obligación moral de alertar a todos los españolitos que corrían como locos hacia el abismo*.

Llegamos demasiado tarde.

La hipoteca de nuestra vida nace, como una premonición, justo una semana antes de que se iniciara la crisis económica en España – septiembre de 2008 -. El texto no surgió por generación espontánea, sino que se había estado gestando en nuestras cabezas durante dos años como algo que temíamos iba a suceder indefectiblemente. Un peligro que acechaba a nuestro país y, sobre todo, a sus gentes. Un peligro que ha acabado por constatarse y se está manifestando en su forma más violenta.

Ahora ya nadie se acuerda. Nadie piensa en ello, pero la España pre-crisis parecía la tierra de Jauja. Eran los años de qué bien va España. El dinero fluía como el agua cristalina de un manantial, transparente, invisible. Viajaba por los bancos, las cuentas, las tarjetas de crédito; se deslizaba sonriente de las manos de los usureros a las bocas de los consumidores, que se llenaban de todo tipo de bienes, productos y sueños materiales. Mientras los dioses del Olimpo se frotaban las manos, los españolitos, tuertos, seguían obedientemente el camino que se les marcaba: el de un consumismo desatado y, lo peor de todo, irreflexivo. Sin embargo, de los créditos y las hipotecas a tener que vender tus dientes de oro sólo había un paso.

Esta es la historia de unos recién casados que se atrevieron a pedir una hipoteca porque trabajaban los dos, eran jóvenes y estaban enamorados. Óscar y Cristina se empeñaron hasta las cejas para conseguir su pequeña parcela de ilusión: un pisito de cincuenta metros cuadrados a treinta años vista, que estrenaron en su noche de bodas. Una noche en la que todo es júbilo y emociones. El mundo ante ellos, los sueños hechos realidad, la futura vida en común, su tan ansiada intimidad. “¡Al fin solos!”, exclama Óscar al cruzar el umbral de su casa con Cristina en sus brazos.

¡Cuánto se equivocaba Óscar! Por su nidito de amor aparecerán, de sopetón y sin avisar, los personajes más variopintos: un bombero, una suegra telenovelesca, un striper, un cura zampabollos, un Papá Noel quiromántico, ¡hasta un cobrador del frac que tiene que perseguirse a sí mismo!

Tras meses de subidón, comedia, despreocupaciones y ¡viva la vida!, una mañana la cruda realidad allana el plácido sueño de Óscar y Cristina. Se acerca a su cama y los despierta bruscamente. Óscar y Cristina abren los ojos. La luz les ciega, aunque es negra, como su futuro.

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* Prólogo de La hipoteca de nuestra vida de Juan Soto Viñolo y Carmen Lloret