Hace ya años que las modas han marcado a la novela negra escandinava como el nuevo boom en el que hay que fijarse porque la industria lo dicta. Para los que nos aburren los rebaños con GPS, una de las opciones más fascinantes de salirse del guión es seguir la obra de Natsuo Kirino, a la que el género de “novela policíaca” ya se le ha quedado pequeño; y más, si nos fijamos en “Out” (1997), la gran atalaya que domina toda su trayectoria y una de las grandes novelas de fin de siglo.
A diferencia del truco y el golpe de efecto dominante que caracteriza a las novelas de Asa Larsson o incluso Stieg Larsson, Kirino rehuye de esta herramienta tan fácil como representativa de una falta de argumentos mayores y profundos. No, con Kirino no nos vamos a encontrar redes que atrapan una vez al lector, pero ya no dan para un segundo anzuelo. Lo suyo es otra cosa: la vertiente criminal como metáfora de un mundo menos conocido, que toca directamente a cualquier persona de la calle.
“Out” es la prueba más poderosa de que la panorámica de Kirino tiende a una gran cirugía narrativa. Si el guión central es el desarrollo de un misterio, las incisiones llegan hasta órganos más tumefactos. En su caso, una necesidad natural por sacar a relucir los grandes males que se esconden en “la otra Tokio”. Así, en esta gran novela temas como el racismo, el machismo o los inhumanos trabajos en cadena, son expuestos por la misma inercia que dirime la trama, jamás como una deriva rebuscada alternativa al río principal de la narración.
“Out” está protagonizada por cuatro mujeres, que, por una motivación u por otra, acaban trabajando en la misma fábrica. El asesinato del marido de una de ellas, Yayoi, será el desencadenante que precipita los hechos. A partir de este punto de inflexión, Kirino demuestra su habilidad natural para hacer andar el relato entre frases sin un gramo de afectación innecesaria y una facilidad innata para mover los afluentes del guión por tramos que, aún por inesperados, no dejan de estar fuertemente conectados al tronco principal de la historia. Todo fluye con la sugerente mezcla de su escritura, siempre haciendo equilibrismos invisibles entre un costumbrismo bestial -las escenas de Yayoi con su marido son claramente representativas- y su clarividencia para hacer florecer los instintos más profundos de sus protagonistas. Sus pensamientos internos nunca suenan a descripción vacía o manida, sino a desencadenantes de las circunstancias de las que quieren escapar, o no. En este sentido, resulta de lo más tremendo la ambición de Masako, anteriormente una luchadora contra el machismo laboral. Sin embargo, ya tiene 40 años. Su lucha la ha consumido. Ahora lo que ha escogido es un turno brutal de trabajo que no le permita tener contacto con su marido y su hijo. Si antes luchaba por una injusticia, ahora lo que hace es ser una víctima, directa e indirectamente, de su propia causa.
Cómo no, otro de los rasgos inherentes de “Out” es seguir la sana tradición de tirar los moralismos y moralinas por el retrete, tirar de la cadena, y dejar que se desintegren como si nunca hubieran existido. Kirino es una más que digna representante de esta característica principal del arte japonés y coreano. Porque en este libro se dan muchas opciones para que este recurso facilón y “americano” brote por ciencia infusa. Como tras el asesinato del marido Yayoi. Sin embargo, el sentimiento que inocula en el lector es el de “si total se lo merecía”. Kirino nos hace sentir repulsión por el jefe marido maltratador o el jefe explotador, no por el asesino. Una representación como ésta refleja las verdaderas intenciones de Kirino, además de demostrar que siempre está con la guadaña preparada para sesgar de golpe cualquier posible ramificación sospechosa de afear el realismo aplastante que transpira cada una de las 560 páginas que dan cuerpo a su novela. Porque ésa es otra, a pesar del gran volumen del libro, resulta imposible leerlo desde la mesita de noche. No, Kirino no ha escrito un libro para irse a dormir, sino algo que necesita ser, primeramente, devorado; luego, digerido; y finalmente, aprehendido. Pocas muestras como ésta si lo que queremos es tener una medida real de los males que se esconden entre las miles de luces de neón que disfrazan a Tokio como la gran megalópolis de dibujos animados; y que, como todas las grandes narraciones con ínfulas críticas, se hacen extensibles a otros lugares. Pero ahora, lo que toca es una Tokio tan irreal como real es este libro de adicción instantánea y recuerdo duradero. Para leerlo a bocados.