Los desheredados: introducción

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Edward Bunker en sus años mozos.

Hola amigos, inauguramos este nuevo especial dedicado a las obras literarias de escritores como Harry Crews, Edward Bunker, Donald Ray Pollock, John y Dan Fante y Hubert Selby Jr. Estirpe de nombres siempre etiquetada como “malditos”, el mundo de las letras menos destiladas va más allá de las innombrables cogorzas del siempre citado Bukowski o los excesos del gurú de la heroína William S. Burroughs. Sin desmerecer, en absoluto, a estos funambulistas de la cuerda floja, veo más necesario aprovechar la inercia de nuevas publicaciones en castellano de libros con sabor a polvo y tabaco de mascar como el que irradian “El Cantante de Góspel” de Harry Crews, “Chump Change” de Dan Fante, “El Diablo a Todas Horas” de Donald Ray Pollock” o “Little Blue Boy” de Edward Bunker. Póquer de obras fundamentales para el que quiera reconocer la esencia de una manera de escribir sin falsas sombras de artificio, metáforas ombliguistas o descripciones más asépticas que un prospecto farmacéutico. Lo que de verdad nos vamos a encontrar al abrir cualquiera de las obras citadas, será un aterrador crisol de vidas al límite: desgarradores retazos de profunda humanidad representada por los verdaderos desheredados de la sociedad. Desfile de pueblos perdidos en las entrañas de la América redneck, inquietantes reformatorios o carreteras con meta en el mayor de los abismos existenciales; en todos estos marcos, dispuestos para sus atormentados protagonistas, siempre encontraremos el verdadero fin de toda búsqueda: la verdad.

La ficción como el escalpelo más profundo de la realidad. Las palabras disparadas desde un poso de sinceridad insobornable. La engangrenada psicosis de los Estados Unidos. Es imposible pasar la última página de los cuatro libros enunciados más arriba y no sentir un escalofrío espinal, generalmente, representado en una kilométrica sonrisa torcida. Obras perpetradas por una selección de autores con el denominador común de su compromiso a la hora de mostrarnos los hilos del titiritero que mueven los impulsos más terriblemente humanos, qué nadie se espere ni un gramo de falsa complacencia, o tramas al servició de estúpidos finales hollywoodienses. Amigos, aquí no hay trampas de queso, ni escopetas de perdigones. Ni de coña. Para empezar a comprobarlo, en dos semanas os cito en esta columna para dar el primer paseo por los confines de la frontera entre la vida y la locura; y que mejor manera de hacerlo que con el “Cantante de Gospel”.