Una de las películas que dejó una mejor impresión en la última edición de Sitges, pese a no hacerse con ningún premio, fue We Are What We Are (2013) de Jim Mickle. Es posible que le pesase el prejuicio tratarse de un remake, concretamente de la cinta de Jorge Michel Grau Somos Lo Que Hay (2010), aunque en su favor hay que alegar que apenas adopta el nombre y la premisa inicial de la original. A partir de la misma idea, cambiando el sexo de los protagonistas, Jim Mickle toma un rumbo diferente y, por qué no decirlo, superior a la obra original. Pese a tratar el tema del canibalismo, lo hace desde un punto de vista y un estilo distinto al visto hasta ahora en otras películas. No se acerca, ni de lejos, a la exhibición sanguinolenta y escabrosa de Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, 1980) de Ruggero Deodato, ni abraza la rabia incontenible que mostraba Robert Carlyle en Ravenous (Ravenous, 1999) de Antonia Bird. Muy al contrario, We Are What We Are adquiere un tono pausado y reflexivo que hace que todo se desarrolle con un ritmo comedido y nada previsible en una obra de este tipo.
Con estos antecedentes podremos estar de acuerdo en que con We Are What We Are nos enfrentaremos a un visionado nada habitual, por eso lo mejor sería afrontarla sabiendo lo menos posible de su desarrollo, tratando de preservar en la medida de lo posible el factor sorpresa. Para esos pocos que ya la han visto, y para aquellos que necesitan más datos para aventurarse a verla, sabiendo que de momento no tiene distribución en España, ni noticias de tenerla en un futuro próximo, intentaré desgranar un poco de lo que encierra la obra de Jim Mickle.
La elección de una familia religiosa como centro de la historia es, sin duda, un elemento que puede resultar muy controvertido para parte del público. Más aún cuando parece establecerse un símil entre la tradición religiosa de la familia, mantenida a través de los siglos, con sus hábitos caníbales, que también han necesitado años de tradición y más de un ejercicio de fe para que las distintas generaciones la abrazasen a través de los siglos. Dicha familia tendrá que enfrentarse al fallecimiento de la madre, con lo que el padre, Frank Parker (Bill Sage), las dos hijas mayores, Iris (Ambyr Childers) y Rose Parker (Julia Garner), y el pequeño Rory Parker, tendrán que tratar de sobrellevar su falta al mismo tiempo que intentan mantener su tradición en secreto. Frank encargará a su hija mayor, Iris, el ocupar el puesto de su madre, lo que provoca un conflicto generacional y el despertar de sentimientos encontrados en Iris. Porque la familia Parker no vive totalmente aislada, pese a guardar las distancias, y es lógico pensar que el contacto con el “mundo exterior” provoque preguntas y dudas en una adolescente. Más aún cuando tiene que enfrentarse al miedo y a sus trabas morales al sustituir a su madre en la misión de alimentar a su familia. Por eso mismo, por alejarse de la casquería y acercarse a la reflexión, es por lo que We Are What We Are ofrece un ritmo tan pausado que provoca el riesgo de exasperar al espectador ávido de espectáculos más viscerales. Pero eso no debería hacernos obviar el ambiente opresivo que Mickle crea con evidente habilidad, construyendo un universo que atemoriza y provoca repulsión más por lo que insinúa que por lo que muestra.
Pese a vivir en un pueblo que parece ignorar el reguero de muertes y desapariciones que una familia así provoca, pecando aquí de convencionalismo al mostrarnos al sheriff del lugar como el típico representante de la ley que prefiere dejar las cosas tranquilas antes que remover en busca de un culpable, el doctor Howard Clerk (Laurent Rejto) comenzará a acercarse a la familia Parker, motivado por la desaparición de su propia hija , gracias a la aparición de una serie de indicios que parecerá llevarle hasta la verdad mediante la lógica y la ciencia, algo que inicialmente puede sorprender, pero que descansa sobre una sólida base real. A partir de aquí, la hasta entonces inexpugnable realidad de la familia Parker comienza a mostrar grietas, agrandadas según avanza el metraje y más dudas se suman a las ya planteadas.
El mayor logro de We Are What We Are puede ser, paradójicamente, también su mayor defecto: su concepto y ritmo. El público potencial para una película sobre caníbales no suele buscar este tipo de planteamiento, sino uno infinitamente más explícito y exhibicionista en lo que a carne y sangre se refiere, y ya nos ha quedado claro que Jim Mickle se aleja casi totalmente de ese concepto, soltándose únicamente en una escena final que aúna belleza y repulsa casi a partes iguales, atrayendo y repeliendo en un equilibrio de fuerzas meritorio. Otro de sus puntos fuertes es la interpretación de sus actores, tomándose muy en serio el proyecto y aportando altas dosis de credibilidad. En su lado negativo podríamos apuntar que redunda excesivamente en las mismas ideas en varios tramos, pareciendo que se atasca en un bucle. Sumándolo todo, We Are What We Are se muestra como una propuesta muy apta para quienes no tengan miedo de experimentar con un cine diferente al que normalmente inunda nuestras pantallas, más valiente y con bastantes menos complejos a la hora de saltarse convencionalismos.